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El amuleto de la momia

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Las aventuras de Marco y Cleo

El amuleto de la momia

M. EloĂ­sa Caro DurĂĄn Cristina Vaquero


2020 Autora: M. Eloísa Caro Durán Ilustraciones: Cristina Vaquero Corrección de texto: Dolores Sanmartín http://www.weeblebooks.com info@weeblebooks.com Madrid, España, marzo 2020

Licencia: Creative Commons ReconocimientoNoComercial-CompartirIgual 3.0 http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/



EL AMULETO DE LA MOMIA ―Debemos concluir el trabajo de Ciencias, hay que entregarlo mañana sin falta o nos suspenderán. Tu tío me ha preguntado al entrar si ya lo habíamos terminado ―dijo Marco. Arturo, el tío de Cleo, era el director del Museo Arqueológico en el que ambos vivían; era tan estricto y exigente que Cleo no podía saltarse ni una sola de las normas básicas que se mostraban en un papel colgado en la puerta del frigorífico. ―Y, no, no vamos a copiar cualquier web a última hora. ―Sí, sí, ya lo haremos luego, antes debemos saber a quién perteneció este escarabeo de lapislázuli, cuál es su verdadera historia ―dijo Cleo señalando la pequeña pieza expuesta en el interior de una impenetrable vitrina que le impedía tocarla―. Ahora, con la piedra, podemos descubrirlo. ¿No te gustaría saber si protegió a un esclavo o a un alto mandatario, si perteneció a un hombre o a una mujer, si...? Marco había albergado la esperanza de que Cleo hubiera desistido de continuar con todo aquello de la piedra mágica y los viajes en el tiempo, pero, conociéndola, y como se temía, se equivocaba. Junto al escarabeo se leía un cartel que decía: «tumba R 15. dinastía XVIII. Tebas».



―Ah, no ―replicó Marco con determinación―, rotundamente no, ya te advertí que no contaras conmigo; todo eso es una locura. Además, aún tengo muy presentes los mordiscos de aquellas feroces hormigas hambrientas…, los llevo marcados en cierta parte de mi cuerpo que no debo mencionar. ―Querido Marco Antonio, necesito que me acompañes, ya sabes que te nombré mi ayudante oficial. Eres perfecto para ello, mi compañero irreemplazable. «Egipto es la cultura favorita de mi padre, ¿y si lo encontramos allí? ―Aaah, no conseguirás convencerme con tu chantaje emocional. Sabes que eso es imposible. Es mucho más improbable que hallar un grano de arena plateado en el gran desierto. Antes de que Marco continuase con aquel alegato, Cleo lo agarró de su camiseta favorita, aquélla que le otorgaron como premio por superlector en la editorial WeebleBooks, y lo arrastró hasta el patio. La voz de Arturo, que se acercaba desde el pasillo, llenó de esperanzas a Marco. ―Cleopatra, ¿has visto cómo has dejado tu habitación? Pero no llegó a tiempo. Cleo expuso a los rayos del sol la piedra de los mil colores y pronunció las palabras mágicas: ―¡Escarabeo, háblanos!



Antes de que Marco pudiera reaccionar ya estaban en el Antiguo Egipto. Hablaban su lengua e iban ataviados como los auténticos egipcios: Marco con un escueto faldellín, dejando ver sus piernas escuálidas, y Cleo con un vaporoso vestido de lino blanco. Encogidos, desde el oscuro rincón de una sala, Cleo se apresuraba en escudriñarlo todo y Marco comenzaba a sincronizar su respiración. Entre las sombras de aquella penumbra, Marco distinguió frente a su nariz una figura humana envuelta en vendas blancas, totalmente fantasmagórica; su mano palpó aquella terrorífica cabeza sin ojos ni boca. ―¡Ah, socorro! ―gritó―, ¿qué es esto? ―Es una momia, estamos en la Casa de la Muerte ―aclaró Cleo―. El cuerpo ya ha pasado por todo el proceso de embalsamamiento y está dispuesto para ser depositado en la tumba. ―Oooh… ―Marco se tapó los ojos con las dos manos―. No lo puedo creer, ¿no podemos ir a un templo o a un palacio? ―Mira ―dijo Cleo, señalando a una mesa iluminada por varias lamparillas de aceite colocadas en la pared. ―Eso… es… ―tartamudeó Marco. ―¡El escarabeo!, ahí está. ―¡Un muerto! ―Sí, está embadurnado con resinas y aceites, ¿no hueles como a incienso? Ya debe de haber pasado por el natrón, un producto parecido a la sal donde sumergen el cuerpo una vez que le han extraído las vísceras, todas menos el corazón. El hígado, los intestinos, el estómago y los pulmones estarán en esos vasos que se llaman canopos. ―¡Para!, no sigas, me estoy mareando. ―El cerebro lo extraen a través de la nariz, con esto ―dijo Cleo de forma sorpresiva mientras levantaba, frente a la nariz de Marco, un gancho metálico.



―Calla, voy a vomitaaaar. ―Vamos a acercarnos para ver el escarabeo. ―Nos van a descubrir. Tú puedes pasar por uno de ellos con ese pelo a lo afro y tu piel color arena tostada, pero yo me convertiré en esclavo ―dijo Marco muy serio. ―O en un dios, con ese rebosante pelo liso y rubicundo adornando tu carita redonda, iluminada por esos ojillos celestes, ja, ja, ja ―se burló Cleo. El embalsamador estaba descansando en un habitáculo al que Cleo se asomó por una pequeña ventana. ―Está comiendo cebolla ―dijo en voz baja―, y seguro que la bebida que contiene esa jarra de cerámica es cerveza, un menú muy del Antiguo Egipto. ―¿Cebolla? ―Si conocieran los helados de chocolate, les encantarían ―dijo Cleo. ―¿Cómo puedes pensar ahora en eso? Hay tal mezcla de olores en este lugar, a perfumes, a humedad, a muerto…, que mi nariz anda totalmente desconcertada. ―Acércate ―dijo Cleo. Marco dio unos pasitos titubeantes. ―Un poco más, mira, es el mismo escarabeo del museo, tiene dos incisiones inconfundibles en forma de uve en la parte trasera. ―Sí, sí, no hay duda, ya lo has visto, ahora podemos volver. ―Aún no, tenemos que saberlo todo sobre él.



Sin pensarlo un instante, Cleo cogió el escarabeo con dos dedos, y sus labios fueron desbordados por una sonrisa inmensa. ―Pero qué haces, suéltalo ―dijo Marco. Cleo lo manoseó hasta que se percató de que sobre una mesita auxiliar, junto a los frascos de resinas y bálsamos, había un pergamino. La joven lo extendió por completo y comprobó que se hallaba ante un importante hallazgo. ―¡Caramba, son los datos del difunto! Qué emocionante… ―sus ojos se iluminaron al iniciar la lectura―. Se llamaba Imhotep y fue carpintero de una minúscula aldea junto a Tebas; participó en la elaboración de las puertas de un templo dedicado a la diosa Hator, estuvo casado con Nefer y tuvo cinco hijos cuyos nombres… Cleo no pudo seguir leyendo. ―Se acercan pasos ―dijo Marco asustado. ―Vaya, qué fastidio ―dijo Cleo dando un zapatazo. Ambos volvieron a esconderse en el rincón más oscuro de la sala. El embalsamador regresó junto a otro hombre al que llamó Ahmed. ―Aquí lo tienes ―dijo mientras le entregaba al gigante de nariz aguileña el escarabeo de Imhotep, el que debería haber colocado entre las vendas. ―Esto no tiene sentido, aquí está sucediendo algo extraño ―dijo Cleo. ―Ese hombre tiene aún peor aspecto que los magníficos actores del «Pasaje del Terror» al que un día te empeñaste en llevarme. Ahmed giró la cabeza hacia el lugar donde estaban ocultos, y fue entonces cuando comprobaron que tenía un ojo completamente blanco. Marco dio un respingo hacia atrás, convencido de que los había descubierto. ―¡Estos hombres sin escrúpulos trafican con el ajuar de los difuntos! ―exclamó Cleo. ―Pues no se hable más ―dijo Marco―. Ha llegado el momento de volver.



―No, antes debemos hacer algo. Ese pobre hombre Imhotep trabajó toda su vida para poder tener un entierro digno, para que su cuerpo fuera embalsamado y para que el escarabeo fuera colocado entre las vendas que cubrirían su cuerpo con el fin de que lo protegiese en su otra vida. No podemos permitir que lo priven de ello, no es justo. Marco siguió a Cleo, que salió tras el hombre del ojo blanco. Lo seguían muy de cerca. ―Vamos, corre, ya casi lo tenemos. ―Pero qué podemos hacer nosotros frente a este mastodonte tuerto ―musitó Marco. ―Sí, la verdad es que es la antítesis de mi querido y guapo Mario. ―¿En serio todavía no lo has olvidado?, si no te hace ni caso ―replicó Marco. ―Vosotros no lo entendéis. Marco, que había apartado un instante la mirada del suelo, dio un tremendo traspié, que lo llevó a rodar por las escaleras llevándose por delante al malvado Ahmed. El escarabeo también rodó por los aires y fue a parar junto a los brazos de Marco. ―¡Cógelo! ―gritó Cleo. Aturdido, intentó cogerlo. Miró primero la mano del traficante, que, al verlo aproximarse, intentó levantarla para atraparlo. Pero Marco, aún con el susto ralentizando sus movimientos, consiguió llegar antes. Los dos jóvenes comenzaron a correr calle abajo. El mastodonte del ojo blanco los seguía muy de cerca. Marco, que sólo corría durante la hora de deporte y porque le obligaban, no estaba muy en forma y casi podía sentir su aliento en el cuello. En varias ocasiones incluso sus dedos amenazantes le rozaron la espalda. Sus palabras lentas, como de ultratumba, le sacudían la cabeza. ―De dónde has salido tú, de dónde ―repetía Ahmed sin cesar.


―¡No puedo más, Cleo! ―replicó muerto de miedo y prácticamente sin respirar―, me va a pillar. Pero ¿dónde te has metido? Hacía un calor tan insoportable que hasta las piedras podían derretirse de un momento a otro. Marco estaba a punto de ser cazado cuando Cleo, que se había adelantado, surgió de repente de una esquina. Llevaba un enorme palo en la mano que arrojó a los pies de Ahmed e hizo que cayera al suelo. ―Menos mal que has llegado a tiempo, no me responden las piernas… Aprovechemos ahora que está inconsciente para marcharnos ―dijo Marco. ―No, aún nos queda lo más importante. Tenemos que devolver el escarabeo al pobre Imhotep para que lo proteja en su otra vida. Marco sabía que Cleo era más tozuda que un buey y no iba a dejar el asunto a medias. Ambos regresaron, pues, a la Casa de la Muerte. Entraron con sigilo para que nadie pudiera verlos. Imhotep continuaba sobre la mesa. Aprovechando que el embalsamador había salido de la sala, Cleo volvió a colocar el escarabeo sobre el pecho del difunto. Marco tiró de ella hacia el rincón porque el embalsamador volvía con las manos llenas de vendas para comenzar a envolver el cadáver. Cuando estuvo frente a la mesa, los ojos de aquel hombre sin escrúpulos se clavaron irremediablemente en el amuleto de lapislázuli. Abrió la boca de par en par y dio un salto que le hizo retroceder unos pasos y exclamar en voz alta: ―Pero… cómo es posible…, es el mismo escarabeo que… está ahí, de nuevo. Oh, no, no puede ser, el dios Anubis nos ha castigado. La maldición caerá sobre nosotros. Tiró las vendas y salió de allí desconcertado, gritando despavorido mientras Marco y Cleo reían a carcajadas.



―Ahora sí, ya hemos concluido nuestra misión ―dijo Cleo―; Imhotep tendrá su merecido descanso. Salieron a la calle y la joven expuso la piedra de los mil colores al sol. El prolongado suspiro de alivio que inició Marco concluyó junto a la vitrina del museo. ―Mira el escarabeo: durante siglos habrá protegido a Imhotep, aunque no sabemos si los ladrones de tumbas volvieron a actuar. No estaría mal que algún día volviésemos para comprobarlo. El Sr. Eustaquio, un conservador retirado al que le gustaba pasar su tiempo en el museo, y que se aproximaba para sentarse en un banco, les saludó: ―¿Qué tal, muchachos, habéis tenido un buen día? Marco era incapaz de mentir y comenzó a balbucear, pero Cleo rápidamente respondió mientras se atusaba la cinta roja que, al final de su frente, reconducía su abundante pelo rizado proyectado ligeramente hacia arriba: ―Ha sido un día tan fabuloso que ni se lo puede imaginar. Arturo cruzó el patio y, sin levantar la cabeza, con sus gafas redondas pegadas al papel, dijo: ―En media hora quiero sobre la mesa de mi despacho el trabajo de Ciencias. ―Vamos, Marco ―dijo Cleo con cierta sorna―, cómo has podido olvidarte, debemos apresurarnos o no lo terminaremos a tiempo. Marco levantó ambas cejas y lanzó un resoplido resignado.

FIN



La autora: M. Eloísa Caro Durán Contacto La ilustradora: Cristina Vaquero Contacto La Editorial: WeebleBooks En WeebleBooks creemos en una educación al alcance de todos sin excluir a nadie por cuestión económica. Una educación diferente, más divertida, más original y creativa, y más adaptada al siglo XXI. Para ello hemos creado este proyecto educativo, que está abierto a la colaboración de todos, para fomentar la educación ofreciéndola de una forma atractiva, moderna y sin barreras económicas o geográficas. Creamos y editamos libros educativos, divertidos, modernos, sencillos e imaginativos para el público infantil y juvenil de forma gratuita en versión digital. info@weeblebooks.com

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