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Malak descubre a Thammimount

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Malak descubre a Thammimount

Elisabeth MuĂąoz SĂĄnchez Romina Soto


2020 Autora: Elisabeth Muñoz Sánchez Ilustraciones: Romina Soto Corrección de texto: Dolores Sanmartín http://www.weeblebooks.com info@weeblebooks.com Madrid, España, mayo 2020

Licencia: Creative Commons ReconocimientoNoComercial-CompartirIgual 3.0 http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/



MALAK DESCUBRE A THAMIMOUNT

En la plaza del pueblo, Malak observaba, con sus grandes ojos azabaches, todas las creaciones que exponían algunas artesanas del Valle del Rif. El lugar estaba repleto de olores y colores que brillaban aún más con los últimos rayos de sol del verano. Algunas mujeres pintaban con hennas las manos de unas jóvenes; otras señoras trabajaban el esparto y confeccionaban bolsos y sombreros, y otras tejían alfombras. Entre el bullicio, le llamó la atención unas vasijas de barro con unos dibujos oscuros. Se aproximó y observó esas formas tan originales.


―¿Te gusta el estilo de Thamimount? ―escuchó a sus espaldas. Al volverse, encontró a una señora con la piel curtida por el sol. Sostenía entre sus manos una jarra. Tenía los mismos dibujos de esa artesanía tan fascinante. ―¿Thamimount? ―Era la primera vez que Malak escuchaba ese nombre. ―Sí, ella ha sido una inspiración para la artesanía rifeña. Siempre ha decorado sus diseños con pasión y entusiasmo. ¡Mira bien sus dibujos! Malak cogió un gran plato y casi sintió cómo las formas y líneas la hipnotizaban. ―¿Ves allí a lo lejos una casita blanca, en el monte? ―le preguntó la señora. Malak aguzó la vista y divisó, en lo más alto, un punto tan diminuto como la cabeza de un alfiler. ―Sí, sí ―titubeó la niña―. ¿Es su casa? Gracias.


Malak volvió a su hogar con una sonrisa. Le alegraba saber que también en su tierra había mujeres célebres. Ya conocía la existencia de otras mujeres que habían contribuido a la historia, como la científica Marie Curie, la pintora Frida Kahlo, la pensadora Simone de Beauvoir…, aunque todas le parecían distantes, ajenas a su cultura. En cambio,Thamimount era rifeña, como ella, de aquel valle africano lleno de mujeres fuertes y valientes. Al día siguiente, Malak se trenzó su larga melena morena y se calzó los zapatos más cómodos. Lo tenía claro: iría a la casa de Thamimount y conocería a esa gran artesana. Salió con la primera luz del día y cogió la dirección que le habían indicado. Caminó varias horas, siempre fija en aquel puntito blanco del monte, hasta que ese punto se convirtió en una sencilla y humilde casita. Al llegar a la vivienda, vio la puerta entornada y golpeó con cuidado. Nadie respondía. Malak era curiosa y había caminado un largo trecho, no quería volverse sin más, así que llamó: ―Hola, ¿hay alguien ahí? ¿Thamimount?


La puerta chirrió y se entreabrió. Malak miró a través del hueco y, al hacerlo, descubrió un recipiente con arcilla húmeda. Empujó la puerta y observó unos platos con pinturas oscuras, dispuestos para decorar unas vasijas que se secaban en el suelo. En una estantería, halló algunas artesanías acabadas. ―¿Hola? ―la niña volvió a preguntar antes de adentrarse más. Al ver que nadie respondía, se aproximó a los utensilios de barro. Tenían los mismos dibujos que los de la plaza del mercado. Entre todas las obras de artesanía, le llamó la atención un pequeño zapatito de barro. Lo cogió y observó sus líneas y dibujos oscuros. Sintió nuevamente que las formas la hipnotizaban, pestañeó y, al abrir los ojos, una niña, morena y de cara redonda, se encontraba a su lado. ―¿Te gusta mi zapatito? Es mi primera obra. Malak se quedó perpleja. Las vasijas de la habitación habían desaparecido. Sólo estaban ellas dos, el zapatito y un barreño repleto de barro. Malak afirmó con la cabeza, sin poder articular palabra. La niña con cara de luna prosiguió: ―Ven, te enseñaré a hacer el tuyo. Por cierto, soy Thamimount, ¿quién eres tú? ―¡Thamimount! ―Se sorprendió Malak―. ¡Creía que eras mayor! ―Claro, ya tengo 8 años. ¡Soy mayor!


Ambas se rieron mientras enterraban sus manos en el barro fresco y húmedo. Malak lo estrujó, lo olió y, finalmente, modeló un pequeño zapatito. Lo hizo casi tan bien como su maestra. ―Déjalo secar junto a la ventana ―le propuso Thamimount. Al hacerlo, la luz del sol reflejó algo metálico en la muñeca de Malak. A Thamimount le llamó la atención. ―¿Qué es eso que brilla? ―¡Ah! Te refieres a mi pulsera. ¿Te gusta? Toma, te la regalo. ―Malak se la quitó y se la ofreció. De ella colgaban un sol, una luna y varias estrellas. ― ¡Gracias! ―Los negros ojos de Thamimount brillaban con ilusión―. ¡La guardaré siempre! Malak abrazó a su nueva amiga y cerró los ojos. Al abrirlos, Thamimount había desaparecido. En su lugar, las vasijas de barro volvían a llenar la habitación. Nuestra protagonista estaba desconcertada. «¿Qué ha pasado?», pensó.


Miró a su alrededor y se fijó en un coqueto botijo, el cual tenía esos dibujos tan característicos. De nuevo, las líneas y formas parecían hipnotizarla. Lo cogió para observarlo mejor y notó que pesaba. Lo agitó y escuchó el sonido del agua. Después del camino recorrido hasta allí, un poco de agua le vendría muy bien. Alzó el botijo y, al sentir el líquido en su garganta, escuchó una voz que le decía: ―¿Está fresca? Eres la primera en usarlo. Malak miró hacia la dirección de la voz y, frente a ella, una adolescente de pelo moreno y ondulado le sonreía. ―Malak, ¿eres tú? ¡Cuánto tiempo sin verte! Aunque… ¡no has cambiado! Malak se fijó en los rasgos de aquella joven. Se parecía mucho, pero no, ¡no era posible! ―¡Thamimount! Si hace rato eras sólo una niña de 8 años, como yo. ―¿Hace rato? ¡Hace años que no te veo! Mira, aún conservo tu pulsera. ―Thamimount le mostró su muñeca. El sol, la luna y las estrellas aún brillaban. ―¡Cómo es posible! ―preguntó Malak impresionada―. ¿Será la magia de tus creaciones?


―Mi madre, mientras me enseñaba, me dijo que las alfareras rifeñas dejamos una parte del corazón en nuestras obras. ¿Será verdad? ―Thamimount no entendía lo que ocurría; sabía que la cultura Tamazight, su cultura, encerraba cierta magia. ―Seguro que fue tu cariño el que me trajo nuevamente. ¡Me alegro tanto de verte! ―¡Yo también! ¿Sabes? Ahora puedo hacer vasijas más elaboradas. ¿Quieres que te enseñe? Y, sin mediar más palabra, ambas zambulleron sus manos en la resbaladiza arcilla. A la niña le extrañó que Thamimount no utilizase torno, lo que hacía el modelado algo más complicado, pero la maestra era ejemplar y la alumna tenía muchos deseos por aprender. Y fue así cómo Malak, al tocar, oler, sentir y olfatear las vasijas de barro de la casa de Thamimount, se transportaba en el tiempo y se reunía con su amiga. Gracias a ella, aprendió a hacer platos, teteras, vasos y muchos enseres más. Aunque para Malak transcurrió sólo una tarde, los años pasaban por Thamimount, que se iba haciendo mayor poco a poco. Eso sí, gracias al brillo de su pulsera, nuestra amiga siempre la reconocía. Al atardecer, Malak volvió a su hogar; aún podía sentir el hechizo de la artesanía rifeña. Al día siguiente, Malak regresó a casa de Thamimount. Esta vez la puerta estaba cerrada. Malak la golpeó, primero de forma delicada y después con insistencia. Nada, nadie abría. Ya se iba cuando oyó el crujir de la madera. Se giró y, junto a la puerta, se hallaba una señora de mediana edad. ―¿Thamimount? ―preguntó Malak, que buscó el brillo del metal en su muñeca―. No, no tienes la pulsera. No eres tú. ―¿Malak? ―la interrogó la señora cuando la chica se marchaba cabizbaja. ―¿Me conoces? ―se extrañó la chica. ―Espera… ―La mujer entró en la casa y salió con una caja de cartón. Al abrirla, la pulsera de Thamimount brillaba más que nunca. Junto a ella, el zapatito de barro, aquél que Malak hizo la primera vez que visitó a su amiga. ―Mi tía Thamimount me dejó esto para ti. Me dijo que algún día volverías.


Malak cogió la caja. Reconoció su primer zapatito y contempló la pulsera de su amiga con cariño y nostalgia. ―Gracias ―esbozó una pequeña sonrisa y se despidió. En el camino de vuelta, recordó los momentos tan fantásticos que había pasado con su amiga y maestra y lo tuvo claro. ¡Sería artesana! En recuerdo, en honor a Thamimount, Malak quería continuar el legado de su amiga. Contaría al mundo enteró quién fue su maestra y daría a conocer el arte de la mujer rifeña. Aquella noche, Malak se durmió con la pulsera entre sus manos. Quién sabe, quizás se reencontrasen en sueños.

FIN


La autora: Elisabeth Muñoz Sánchez, alias “Miss Eli” es licenciada en Psicopedagogía y diplomada en Magisterio. Actualmente trabaja como profesora de español de infantil y primaria en un colegio internacional en Marbella. Eli comenzó a escribir cuentos infantiles en 2013, varios de los cuales son bilingües en inglés y castellano. Colabora mensualmente escribiendo cuentos en el periódico cultural Granada Costa, del que es directora adjunta en la provincia de Málaga. Actualmente continúa con varios proyectos, todos relacionados con el mundo infantil y juvenil. Eli ha obtenido el premio del Certamen Literario del Liceo Blas Infante de Torremolinos y la asociación, Yo ¿producto andaluz? en diciembre de 2014 con el libro “Alba descubre las culturas”, también editado en WeebleBooks. Eli también ha sido finalista en el certamen de cuentos infantiles organizado por la fundación Granada Costa con su cuento: “Hadirena, mitad hada, mitad sirena” en diciembre de 2015. Blog: http://misselibooks.wix.com/author
 Email de contacto: fairydreamsediciones@gmail.com

La ilustradora: Romina Soto es una ilustradora Argentina que actualmente reside en la provincia de Buenos Aires. Disfruta creando ilustraciones digitales así como utilizando medios tradicionales, especialmente acrílicos y acuarelas. Durante los últimos años ha ilustrado varios libros infantiles así como libros de editorial universitaria. A modo de hobbie suele hacer fanart de sus series y películas favoritas, el cual comparte en sus redes. Romina es colaboradora habitual de nuestra editorial. Contacto: flyhighdandelion@hotmail.com Facebook: https://www.facebook.com/ElArteDeRominaSoto/ Instagram:https://www.instagram.com/flyhighdandelion/ Tumblr: http://rominasotoportfolio.tumblr.com/


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