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5 letras y 2 números

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2020 Autora: M. Jesús Chacón Huertas Ilustraciones: Irene Suárez

http://www.weeblebooks.com info@weeblebooks.com Madrid, España, marzo 2020

Licencia: Creative Commons ReconocimientoNoComercial-CompartirIgual 3.0 http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/


5 LETRAS Y 2 NÚMEROS — Abuelo, en mi libro de historia pone que en el año 2020 hubo una pandemia, ¿en España también? ¿qué pasó? — Sí, claro, en España también. Lo recuerdo como si fuera ayer, fue tan rápido... Todo empezó en diciembre de 2019 en Wuhan, una ciudad muy poblada china. Las noticias no paraban de informar de que un nuevo virus, conocido como coronavirus, que nunca antes se había estudiado, se estaba extendiendo por toda ciudad y lo peor de todo era que su capacidad de contagio era inmensa. Sin perder ni un solo segundo, el gobierno chino decidió construir inmediatamente dos hospitales ya que los expertos pronosticaban lo peor. Y, menos mal... — ¿Dos hospitales solo por un virus? — Sí, sí. Recuerdo que el resto del mundo los m i r á b a m o s sorprendidos, escépticos, pensando que eran un poco e x a g e r a d o s . Y, ¿sabes qué es lo más sorprendente? — No, ¿el qué?


— Pues que los hicieron en tan solo ¡10 días! Estaban tan atemorizados por no poder atender bien a su población y por la posibilidad de expandir la epidemia por todo el planeta, que los construyeron rapidísimo. ¡Mira! ¿ves? Aquí está –dijo mientras buscaba una foto en su móvil. — ¡Qué hospital más grande, abuelo! —Y, además de los hospitales, también habilitaron otras instalaciones como gimnasios o centros de exhibiciones, y los prepararon para atender hasta a 10.000 personas contagiadas. Pero eso no fue todo, las autoridades, para intentar evitar la expansión del virus, aún adoptaron otras medidas muy estrictas. — He leído que no dejaron salir a la gente de casa durante más de un mes, ¿es verdad? — ¡Ya lo creo! Impidieron a la población salir de sus casas, excepto para ir a comprar comida, ir a la farmacia o cuidar de alguna persona mayor. También cerraron sus fronteras para evitar que el virus saliera del país. Pero, desgraciadamente, todas las medidas adoptadas fueron insuficientes. Y, el virus poco a poco se extendió por el país y salió… Llegó a Irán, a Corea del Sur, a Italia, a España y a muchos otros países, por lo que, al final, dejó de ser una epidemia y se convirtió en una terrible pandemia. — Pero… ¿cómo se podía transmitir tan rápido? — Pues porque al ser un virus respiratorio, se transmitía por vía aérea. Había dos formas principales de contagio: la primera era cuando rozábamos una superficie contaminada y luego nos tocábamos los ojos, la nariz o la boca. Y, la segunda, cuando una persona infectada, tosía o estornudaba, nos podía contagiar a los que estábamos cerca de ella.


— ¡Claro, ahora entiendo la facilidad con la que se contagiaba! Y, ¿por qué se llamaba coronavirus, abuelo? Porque… ¿era el rey de los virus? — ¡Ja, ja, ja! Puede ser… no cabe duda de que fue el virus más importante de esa época, pero no, no se llamaba así por eso. Ya sabes que un virus es tan diminuto que los científicos lo tienen que ver con el microscopio, ¿a que sí? — Sí, es aún más pequeño que las bacterias, abuelo. Lo estudié el trimestre pasado. — ¡Muy bien, pequeño! Bueno, pues, como te iba diciendo, se llamaba así porque cuando los científicos lo vieron por el microscopio descubrieron que su figura parecía una corona solar. Por eso lo llamaron así. — ¡Ahhh, claro! ¿Y tú te contagiaste? — ¡Claro que sí, como casi todo el mundo! La abuela, tu padre, tu tía y yo. Afortunadamente no pertenecíamos al grupo de riesgo, estábamos sanos y fuertes, así que nos salvamos de ir al hospital. Seguimos las pautas de los médicos y nos recuperamos en casa. Ya sabes que era peligroso para las personas mayores, sobre todo, si tenían alguna otra enfermedad. Aún así hubo mucha gente infectada que ni siquiera sabía que lo estaba.


— Y la enfermedad se conocía como…CO… ¿dónde está?¡no lo encuentro!¿a que tenía cinco letras y dos números, abuelo? El abuelo se sonrió tímidamente, luego me despeinó cariñosamente y aunque le pregunté de qué se reía, no quiso contármelo. Luego, me contestó: — Sí, exacto. Cinco letras y dos números. Mira, aquí lo pone, se llamaba COVID-19. — Y, mira lo que dice, abuelo: “En España se declaró el estado de alarma y los españoles tuvieron que estar confinados en sus casas. Solo podían salir para ir a comprar o pasear al perro, ir a la farmacia o atender a alguna persona mayor. Pocas personas iban a trabajar. Se restringió la libre circulación de los ciudadanos y se cerraron sus fronteras.” — ¡Como en China! — Así fue, y casi de un día para otro. Fue el 14 de marzo de 2020 cuando el Presidente del Gobierno, proclamó el estado de alarma en España. Recuerdo que el día anterior estábamos tan tranquilos, haciendo nuestra vida normal y, luego, al día siguiente, teníamos que quedarnos encerrados en casa sin saber hasta cuándo. Hacía tan solo dos meses que éramos meros espectadores de la epidemia que estaba sufriendo China, y, de repente, los españoles nos habíamos convertido en los verdaderos protagonistas de esa terrible pandemia que azotaba ya a casi 200 países. Lo que estaba claro era que esas cinco letras y dos números nos iban a cambiar la vida… — ¡200 países! ¡y sin salir de casa, yo no podría, abuelo! — ¡Claro que podrías! Nunca sabrás lo que eres capaz de hacer hasta que no te toca vivirlo. Recuerda siempre esta frase, ¿vale?


— ¡Vale! Pero, ¿qué hicisteis tantos días en casa, no os aburristeis? — Bueno, si te soy sincero, los primeros días fueron un poco caóticos hasta que nos mentalizamos y nos organizamos un poco. Nosotros, por ejemplo, nos hicimos un pequeño horario diario, en el que nos repartimos tanto las tareas de la casa, como las horas de trabajo individual y el tiempo de ocio juntos. Ten en cuenta que tu padre tenía 16 años y tu tía 18. Ellos debían hacer los deberes del instituto todos los días, los profesores les daban clase por skype. Así, mientras ellos estudiaban, tu abuela y yo aprovechábamos para limpiar a fondo la casa. Luego, ella leía sus libros, esos que


antes nunca podía y, yo me puse a navegar por internet buscando algún manual de esos que te enseñan las diez reglas de oro para convertirte en un gran escritor. Siempre había deseado escribir. Sabía que ese aislamiento era la condición ideal para intentarlo y, por supuesto, no me convertí en ningún gran escritor ¡ja, ja, ja! Pero me sentía bien, escribir me relajaba mucho. En fin, fueron muchos días de confinamiento. Y, como te imaginas, hubo de todo: alguna riña que otra, algunos buenos momentos y otros muchos inolvidables. ¿A que no te imaginas por qué reñían tu padre y tu tía? — Pues no, no sé. — Pues porque los dos querían salir a tirar la basura. — ¡Ja, ja, ja! ¿Por eso? Menuda tontería.


— No, no, no era ninguna tontería porque era el único momento del día que les dejábamos salir de casa. Antes del COVID-19 reñían porque ninguno quería ir a tirarla y desde entonces, también reñían, pero esta vez porque los dos querían ir. ¡Ironías de la vida! Luego pasó lo mejor: cuando dejamos de estar confinados ninguno de los dos se volvió a quejar cuando les tocaba tirarla. ¿Ves por lo que te digo que cinco letras y dos números nos cambiaron la vida? El mundo solo se paró de puertas hacia fuera. De puertas hacia dentro la forma de vida cambió y el pensamiento empezó a bullir: las dudas sobre nuestra forma de vida, la importancia del tiempo, la familia, los amigos… — ¡Me cuesta creer eso de los momentos inolvidables, abuelo, ¿a qué te refieres? — Pues, créetelo. Fueron inolvidables porque supusieron un cambio en nuestro día a día. Desde que nos obligaron a permanecer encerrados en casa, además de tener tiempo para todo, aprendimos a tener tiempo para todos. Cuando acabábamos de hacer nuestras tareas, solíamos jugar a algún juego de mesa. ¡Hacía tanto que no lo hacíamos! Recuerdo que, incluso, un día, tu padre cogió su olvidada guitarra, y tocó esas viejas canciones que aprendió de pequeño. ¡Ahhh! Y uno de los momentos más emocionantes era la cita diaria con los vecinos. — ¿Eh? ¿cita diaria? Pero si no podíais salir de casa. — Pues eso, que como no podíamos salir, todos los días a las 20:00 horas nos asomábamos a las ventanas para aplaudir a todos los trabajadores del comercio, al personal sanitario, a los científicos, a las fuerzas de seguridad de estado que velaban por el orden y el cumplimiento de la ley. Era la forma de agradecerles su


trabajo por todos nosotros. Y, esos aplausos tambiĂŠn nos animaban a nosotros. CrĂŠeme, fue realmente conmovedor.


El abuelo no pudo evitar emocionarse al recordar esos momentos. Soltó un profundo suspiro y, se le escaparon dos pequeñas lágrimas. En seguida, le di un pañuelo. — ¡Abuelo, no llores! — ¡Lo siento pequeño! Que conste que lloro de alegría, ¿eh? Ese pequeño gesto nos unió tanto a los ciudadanos… ¿Sabes cuál fue otro de los momentos inolvidables? Cuando hablábamos por videoconferencia con nuestra familia y amigos. Era divertido porque quedábamos a una hora y se conectaba el que podía. Y, claro, como todos teníamos tiempo, pues hablábamos hasta más que antes ¡ja, ja, ja! ¡No sé cómo hubiéramos superado el confinamiento sin el apoyo de los medios digitales! Poder hablar y ver a los nuestros cuando quisiéramos nos ayudó bastante a mantener la calma y a estar fuertes psicológicamente.


Cuando teníamos que salir, recuerdo que las calles estaban completamente desiertas, solo se veía a algún vecino paseando al perro o comprando el pan. Nadie se paraba a hablar con nadie. El silencio de las aceras vacías era estremecedor, tan solo se escuchaba el alegre cantar de los pajarillos, avisándonos de que pronto llegaría la primavera. — ¡Jo abuelo! Parece casi como una guerra, pero sin armas. — Eso decían los expertos. Y, era verdad. Cuando mi madre me contaba lo que vivió en la guerra era bastante parecido a esto. Claro, que lo nuestro fue mucho mejor que lo suyo porque ni había ruidos ensordecedores, ni había violencia, y aunque podíamos salir a comprar tranquilos, solo lo podíamos hacer de uno en uno. Fue una “guerra” diferente. Los aplausos se convirtieron en nuestro himno y nuestra unión fue la clave para vencer al enemigo: el virus invisible. — ¡Mira lo que pone aquí, abuelo!…que durante ese tiempo de confinamiento disminuyó mucho la contaminación en las ciudades. — Claro, el cielo de todas las ciudades se benefició de esa terrible situación. Al cerrar las fábricas, dejar de ir la gente a trabajar en coche, detener el tráfico aéreo…se redujeron drásticamente las emisiones de dióxido de carbono, por lo que el aire era mucho más limpio. Solo hubo un pequeño problema… — ¿Qué problema? — ¿No lo adivinas? Pues…que ¡no podían salir a comprobar lo bien que se respiraba! — ¡Ja, ja, ja, qué gracioso!


— No, no fue gracioso. Pero es que me estabas escuchando con tanta atención que quería relajarte un poco. ¡Ah! Y hubo otra cosa positiva, muy importante, por cierto. — ¿Sí, cuál? — Algo que antes escaseaba por el mundo… Y, sin embargo, a partir de entonces se convirtió en algo normal entre los países y los ciudadanos. ¿Sabes a qué me refiero?


— Escaseaba por el mundo…luego algo normal ¡Mmm, ni idea! — Me refiero a la solidaridad. Entonces, como en cualquier guerra, podían pasar dos cosas: o retrocedíamos y nos desmoronábamos; o, salíamos adelante y evolucionábamos, sacando fuerzas de esa solidaridad escondida, que ignorábamos tener. Los científicos de todo el mundo investigaban a marcha forzada los fármacos para curar la enfermedad, siendo su gran reto crear la vacuna. Los países se ayudaban los unos a los otros: China ayudó a España, entre otros, enviándole material para los hospitales. Los gobiernos hicieron todo lo posible por ayudar a sus ciudadanos. Los ciudadanos agradecíamos todos los días a los trabajadores su dedicación y esfuerzo con nuestras palmadas. Fue una cadena de solidaridad: daba igual el color de la piel, las ideas políticas o la religión, lo importante era que nos sentíamos del mismo bando. Y así, con esa firmeza, con esa fuerza y, sobre todo, luchando juntos, fue como crecimos, evolucionamos y vencimos juntos al virus invisible.


Créeme, que el café que me tomé cuando abrió el bar de siempre, aunque sé que se hizo con los mismos granos, estaba realmente mucho más delicioso. Y, el abrazo que nos dimos con nuestros familiares y amigos cuando pudimos salir fue el más sincero del mundo. Y, es que el COVID-19 nos enseñó a valorar las cosas sencillas de la vida. Desde entonces, aunque todo parecía diferente, nada había cambiado, era nuestra forma de ver el mundo lo que era diferente. — Pero ¿por qué era diferente, abuelo? ¿y cómo conseguisteis acabar con la pandemia? No me lo has contado. — Mmm… ¡cuántas preguntas! ¡es verdad, no te lo he contado! Y, ¿qué te parece si vemos la peli? ¡Seguro que responde a tus preguntas! — ¡Guau! ¿hay una peli? ¡Sí, qué bien! El abuelo me confesó que se sabía la peli de memoria, que no sabía cuántas veces la había visto. Encendimos la tele, bajamos las persianas como a mí me gusta, nos recostamos cómodamente en el viejo sofá y cuando estaba a punto de empezar, el abuelo me mandó callar porque no quería que me perdiera el título. En cuanto lo leí, miré al abuelo emocionado y todo mi cuerpo se estremeció al ver que la peli se titulaba: CINCO LETRAS Y DOS NÚMEROS. Ahora ya sabía por qué se había reído el abuelo…





FIN


La autora: M. Jesús Chacón Huertas María Jesús Chacón Huertas es licenciada en Traducción e Interpretación de Inglés, por la Universidad de Granada, aunque también es una enamorada de la lengua y literatura españolas. Su pasión literaria rivaliza con otra no menor: la educativa. La enseñanza, ver cómo disfrutan sus alumnos mientras aprenden, se convierte en otra de sus principales cualidades. Si mezclamos ambas en un cóctel, el resultado es siempre una maravilla. Así lo demostró en sus anteriores libros publicados por nuestra editorial, adaptando grandes clásicos de la literatura como, El Lazarillo de Tormes y Platero y yo, y posteriormente escribiendo títulos como El concurso, No y punto, El vagón del Paleolítico y Angelina y Achísss.

La ilustradora: Irene Suárez Irene Suárez es licenciada en Bellas Artes por la Facultad San Carlos en la Universidad Politécnica de Valencia y ha realizado el máster en Arte: Idea y producción en la Universidad de Sevilla. Durante su trayectoria ha formado parte de distintas exposiciones colectivas y ha colaborado en las revistas Anonimato y Telegráfica. En sus trabajos personales recurre a la parte chistosa de escenas cotidianas, mostrando el lado tierno de los personajes, que representa con un estilo sencillo y risueño. Irene ya ha colaborado con nuestro proyecto ilustrando los títulos La leyenda de los colores y El mago detective. Puedes seguir su trabajo en instagram @irenesuarezilustracion Contacto: escandalovisual@gmail.com

La Editorial: WeebleBooks En WeebleBooks creemos en una educación al alcance de todos sin excluir a nadie por cuestión económica. Una educación diferente, más divertida, más original y creativa, y más adaptada al siglo XXI. Para ello hemos creado este proyecto educativo, que está abierto a la colaboración de todos, para fomentar la educación ofreciéndola de una forma atractiva, moderna y sin barreras económicas o geográficas. Creamos y editamos libros educativos, divertidos, modernos, sencillos e imaginativos para el público infantil y juvenil de forma gratuita en versión digital. info@weeblebooks.com


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