Cualquier mañana de primavera, cuando la vida estaba reluciente y la naturaleza tenía todo su esplendor, en una gran colmena, la abeja reina Martina, de avanzada edad, le decía a más de mil abejas con gran severidad:
El día de hoy va a ser de abundante trabajo. Cada una de vosotras tendrá que llenar de polen estos dos cubos de madera que nuestras amigas, las termitas, nos han fabricado, para que luego podamos elaborar la miel. Sé que este trabajo es duro —continuó diciendo la reina Martina—, pero podréis hacerlo, aunque tardéis todo el día. La abeja que no lo haga recibirá un gran castigo.
¿Qué castigo? preguntó una abeja obrera con cara de susto.
Silencio respondió la anciana reina Martina con gran energía . Eso lo sabréis en su momento.
Era la primera vez que la reina se mostraba tan furiosa con las trabajadoras abejas, y ellas, extrañadas, comentaban:
—Seguro que tiene un mal día.
Pues yo creo que está ya muy mayor y no quiere trabajar.
Estará cansada...
«El caso es que la reina Martina nunca se ha comportado así», pensó la abeja Celia, un poco asustada, porque ella no se consideraba capaz de llenar de polen esos dos cubos de madera, y además la actitud de la anciana reina le preocupaba...
Rápidamente, las abejas recogieron sus cubos y salieron a muchos kilómetros de la colmena para encontrar el polen en las f lores de las praderas.