Érase que se era un pueblecito del sur de Inglaterra en el que todas sus niñas y todos sus niños jugaban felices en el flamante, nuevo y verde campo de fútbol de la escuela. Bueno, todos no, porque había uno que, en vez de disfrutar, sufría viendo a sus amigos, vecinos y conocidos hacerlo, mientras él tenía que conformarse con observarlos sin poder hacer lo que más quería.
El problema era que Charly poseía una única pierna, en lugar de las dos que tenían los demás, desde que sufriera una enfermedad de pequeñito. Había conseguido aprender a vivir con ello, aunque jugar al fútbol era diferente.
La anticuada prótesis no era suficiente, y la nueva y espectacular que sus padres le habían regalado no conseguía dominarla todavía. Sin embargo, le gustaba tanto ese deporte que no dudó ni un instante en intentarlo.
Cuando el entrenador Smith requirió a chicas y a chicos para conformar el equipo que participaría en el importante torneo de fútbol, junto con los de los pueblos de al lado, Charly no lo dudó. Se apuntó ilusionado, pensando que él tendría tantas posibilidades como el que más. Pero no fue así, todo lo contrario, ya que había personas que no estaban dispuestas a que él jugase.
Las burlas de sus compañeros y la rotunda negativa de algunos padres maleducados, que solamente querían ganar el torneo, lo desilusionaron tanto que aseguró que ya nunca jamás volvería a jugar al fútbol.