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Mujeres de Tarapacá y saberes ancestrales

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Este suplemento es financiado por el Fondo de Fomento de Medios de ComunicaciĂłn Social del Ministerio SecretarĂ­a General de Gobierno y el Consejo Regional


SUPLEMENTO:

Este suplemento es financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Ministerio Secretaría General de Gobierno y el Consejo Regional.

MUJERES DE TARAPACÁ Y SABERES ANCESTRALES Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que son sobrevivientes. Mujeres que han debido lidiar con decenas de prejuicios, con imposiciones culturales inexplicables y con la discriminación durante todo el proceso educativo, al punto de querer olvidar su cultura. Mujeres que, sin embargo, han logrado sobreponerse a todos los obstáculos que se les han puesto en el camino, para salir victoriosas en la defensa de los suyos. A través de estas páginas podremos conocer un poco más de su sabiduría, que proviene de los abuelos, de las comunidades, de las familias, núcleo clave a la hora de sobrellevar sus penas. También podremos atisbar los sufrimientos que han padecido por una mal concebida política de “chilenización”. Y por los prejuicios de una sociedad que todavía no asume su carácter multicultural. Ha sido, sin duda, un aprendizaje profundo el conocerlas y compartir con ellas estas conversaciones, que hoy se entregan a toda la comunidad. Son nuestras mujeres y sus saberes ancestrales. Que debemos aquilatar, promover y respetar, porque son -ni más menos- que parte de nuestras vidas.

REVISTA TARAPACÁ INSITU

Director: Reinaldo Berríos González - Periodista: Mariela Muñoz. - Antropólogo: Daniel Zarricueta. Fotografías: Franco Miranda, Carlos Carpio. - Arte y Diseño: Camila Berríos Cárcamo - Agradecimientos: Patricia Vigueras, Lucía Silva, Javier Vilca, Verónica San Martín, Alberto Díaz Araya, Lidia Osorio, María Luisa Arecheta. - Imprenta: Valente Impresores, Santiago, que sólo actúa como impresor. Este suplemento es editado por Revista Tarapacá Insitu, publicación bimestral, de carácter independiente destinada a destacar la ciencia, la innovación, la cultura y el patrimonio de la región de Tarapacá. Inscripción y depósito legal número 1931 en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile. Inscripción Propiedad Intelectual N°A-298497.

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MUJERES Y SABERES


ELENA MAMANI MAMANI, ORIUNDA DE CARIQUIMA

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“SIENTO PENA AL VER QUE LOS JÓVENES NO HABLAN LA LENGUA”

a señora Elena Mamani cautiva con su canto y con su ejemplo en todos los sitios a los cuales es invitada. Oriunda de Cariquima, confiesa que el rescate de la lengua, en su caso, obedece al esfuerzo personal de vivir en los pueblos donde se hablaba aymara y que echa de menos esa práctica en la juventud. “A mí me da pena que la juventud no hable nuestra lengua. Siento que no ponen interés en aprender, en ir a los pueblos, hablar con quienes saben. Esforzarse para poder hablar. Una niña jovencita se me acercó (en el transcurso del seminario) y me dijo quisiera poder hablar como Usted. Pero yo lo aprendí porque

fui a los pueblos, viví en los pueblos y rescaté la lengua”. También señala que, muchas veces, se emplea mal el castellano para darle el nombre a las cosas. Aquí, por ejemplo, se habla de Universidad y se traduce esa palabra, cuando en realidad lo que debería traducirse es “saber grande”, que en definitiva corresponde a lo que representa la Universidad. -¿Y la Universidad no la ha invitado a dar clases? -Es que no tengo cuarto medio, entonces no puedo. Me dicen que tengo que tener estudios. A mi esposo,

Antonio Moscoso, tampoco lo han invitado y él se maneja muy bien, sabe mucho. Pero como no tiene cuarto medio, tampoco lo han invitado. Él tuvo una experiencia muy bonita con los militares; en dos meses les enseñó la canción nacional en aymara y se lucieron al cantarla. Y el patentó sus letras, porque nadie lo había hecho antes. Los niños que ahora cantan en los colegios la canción nacional, es gracias a la letra que tradujo mi esposo. -¿Qué pasa con los saberes de la medicina ancestral? ¿Tampoco los pueden practicar? -Ahí también ocurre que algunos doctores y las matronas se niegan a aceptar este conocimiento. Las matronas y los doctores tienen sus sistemas y no aceptan el saber ancestral. Incluso se refugian en sus colegios profesionales para que no se practique. Afortunadamente todavía se hace acá, gracias a un programa de salud intercultural.

en que era necesario ese conocimiento? -Hace poco una señora tuvo una experiencia muy mala, cuando iba a tener su guagua. La matrona le dijo

espere no más y no llegaban los pujos. No llegaban y la guagüita se murió, porque ella no supo como resolverlo. Y si a una partera se le muere la guagua, la cuestionan, porque dicen que no sabe.

Aymara es un pueblo milenario dedicado al pastoreo y a la agricultura. Su asentamiento histórico ha sido el altiplano y las quebradas precordilleranas, pero en la actualidad los aymara viven mayoritariamente en centros urbanos. Tienen una economía complementaria, en la que se generan relaciones de intercambio de productos ganaderos y agrícolas, y hoy en día de bienes modernos. Esta forma de subsistencia se basa en el principio del Ayni, que se refiere a la reciprocidad.

-¿Sabe de algún ejemplo

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APRENDER LA LENGUA: AHORA ES EL MOMENTO A juicio de Eva Mamani los tiempos que se viven son los indicados para evitar la extinción de la lengua aymara. “Todavía están los abuelos que la saben y los niños están dispuestos a aprenderla. Y son los que mejor pueden hacerlo, porque absorben como una esponja los conocimientos. Pero el Estado debe destinar más recursos a ello. De lo contrario, después nos vamos a arrepentir, cuando sea demasiado tarde”. esa etapa, porque la profesora buscó destacar mis capacidades, para enfrentar la actitud hostil de mis compañeros”. Confiesa más de 16 años trabajando en esta temática. “Y también trabajo mucho el tema del tejido, haciéndolos con la técnica ancestral. Hay varias técnicas de tejido… y yo me he especializado en el telar de cuatro estacas y el de cintura”.

EVA MAMANI CHALLAPA, PROFESORA DE LENGUA AYMARA

EL ORGULLO DE COMPARTIR LA LENGUA AYMARA

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va Mamani Challapa sufrió la discriminación, como muchos otros niños aymaras, en el colegio. Pero lejos de amilanarse, sacó fuerzas de flaqueza y logró superar esos años difíciles, precisamente centrando su actuar en su fortaleza: el dominio de la lengua, la destreza con el tejido y la sabiduría de las historias ancestrales que aprendió de sus abuelos.

de discriminación muy fuerte, muy dura. Los niños que no eran aymaras nos molestaban, se burlaban de nosotras… En esos años, recuerdo que una profesora buscó la estrategia para que pudiera enfrentar ese problema. De alguna manera me motivó con mis talentos, mis habilidades. Me decía: tú sabes la lengua, sabes tejer, sabes muchos relatos… podemos hacer talleres, para enseñarle a quienes no saben”.

“Cuando estuve en la enseñanza media sufrí un proceso

Fue una estrategia que le cambió la vida. “Armamos talleres

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de lengua, de cuentos andinos; también hicimos revistas, donde plasmábamos cuentos andinos, chistes, canciones en aymara. Y, además, teníamos un taller de lengua y un taller de tejido. Teníamos un espacio en el liceo donde tejíamos… Esas prácticas me fueron motivando y me permitieron reencontrarme con lo mío. Y eso fue el detonante de mi vocación. Pude superar el bullying que sentía durante

“La lengua aymara -señala- se transmitía sólo por tradición oral. No se escribía. Cuando llegó el otro mundo a este mundo, se comienzan a crear grafemarios (un conjunto de letras que puedan permitir la escritura de la lengua). Son las mismas letras del alfabeto español, pero que tienen uniones distintas. Ellos fueron los primeros”. Después, añade, se fueron sumando estudiosos de la lengua, haciendo intentos de elaborar uno que permitiera la escritura de la lengua aymara. “Con el tiempo se fueron haciendo procesos de consulta, a nivel internacional, en Perú, Bolivia, Argentina y Chile y se consensuó el grafemario de la lengua aymara que se usa en la actualidad”.

-¿Y usted tuvo temor de que en algún tiempo se perdiera la lengua? -Ahora sentimos eso, porque está en un proceso de pérdida la lengua. Solamente lo hablan los abuelos. Los padres están todos en la ciudad y no hablan. Saben la lengua, pero no la usan. -¿Y por qué ocurre esto? -Hay múltiples razones. Por discriminación, por evitar las burlas. Porque durante siglos les metieron en la cabeza que el idioma aymara era feo, que suena mal, que es muy difícil. Y esto ha generado que se esté perdiendo. -¿Y cómo se puede revertir esto? -Nosotros estamos generando espacios para frenar este proceso. Por ejemplo, tenemos la Academia Nacional de la Lengua Aymara. Hemos realizado una serie de iniciativas (congresos, seminarios, talleres, etc.) para motivar a las familias a que practiquen la lengua. Ha sido lento el proceso, pero hemos logrado que la juventud se reencante con ella.

En la cosmovisión aymara, existen tres espacios espirituales, que son el Arajpacha, Akapacha y Manquepacha. El Arajpacha, es el mundo de arriba, que simboliza la luz y la vida. El Akapacha es el centro, representado por los valles y las quebradas, es lo que está cerca, o “acá”. El Manquepacha, mundo de abajo, donde se guarda lo que ya pasó, simboliza la muerte y la oscuridad.


AURORA CAYO BALTAZAR, HIJA DEL TATA JACHURA

“TODO LO QUE SÉ, SE LO DEBO A MIS ANCESTROS, A MI COMUNIDAD”

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aciendo gala de una elocuencia desbordante, Aurora Cayo cautiva audiencias en todas partes del mundo. Su agenda está repleta de eventos y de invitaciones,

no sólo gastronómica. Es una embajadora de lujo de nuestra región y siente que está cumpliendo un compromiso que algún día le hizo a sus abuelos: promover los saberes ancestrales.

Nos confidencia, que hace algunos años rechazó la distinción de ser Tesoro Humano Vivo, “porque lo que sé se lo debo a mis ancestros y a mi comunidad; ellos debieran ser los tesoros humanos vivos”. La cocina, señala, la lleva en la sangre. “Empecé a cocinar a los cinco años. Mi madre iba a la chacra y no tenía con quien dejar a mi hermano chico que estaba enfermo. Había que darle comida. Entonces mi mamá me dejó todo a cargo, a los cinco años, imagínese. Recuerdo que ella me dejó todos los ingredientes con que debía preparar el almuerzo, pero no me dijo cómo hacerlo. Sólo me dio instrucciones de

En el mundo andino el concepto de salud no se restringe sólo al bienestar físico y psíquico, sino que incluye el equilibrio y bienestar social y económico de la persona. También, a su relación armoniosa en su familia y comunidad, con sus difuntos, sus espíritus protectores y la Madre Tierra. Incluye la convivencia correcta y afectuosa con la chacra y el ganado, con la casa y la naturaleza. cómo atizar el fuego”. Así, relata la señora Aurora, se inició en la cocina. Un poco a tientas, un poco obligada por las circunstancias. “Algunas cosas quedaron crudas, otras quedaron duras, pero mi madre siempre me alentó; no hubo críticas, sino un reforzamiento de que podía hacerlo. La base de mi saber es mi madre, mi abuela, mi familia. Así se inició mi camino en la gastronomía. Lo importante, en ese momento, es que yo había sido capaz de alimentar a mi hermano”.

“Ahora no me siento menos que un académico que puede tener todos los títulos habidos y por haber; yo también tengo mis honores, porque soy titulada de la universidad de la vida, con honoris causa y a la fuerza. Tuve que aprender a hacerlo y enfrentarme a todas las dificultades, para salir adelante”.

Aurora Cayo Baltazar se emociona y señala que los valores de la cocina los adquirió a través de ella. “También de las abuelas de la comunidad. De todas las abuelas de la comuna de Chiapa”. Lo que ocurre, agrega, es que “desde niña siempre fui muy curiosa. Me gustaba andar de cocina en cocina; sentía los aromas, los olores, era lo que me llamaba la atención. En las comunidades los aromas de las mañanas eran fantásticos y eso me sedujo desde muy pequeña. Cada uno preparaba su desayuno diferente. Las cocinas humeantes y todo eso. Y yo como niña, curiosa por naturaleza, me iba de casa en casa y me quedaba donde estaba más rico el desayuno, jejejejej”.

Y eso, agrega, lo conservó desde siempre: la cocina tradicional y muy en especial el rescate de los productos. “En las fiestas patronales, en las fiestas comunitarias, en el inicio de las siembras y en las cosechas. Esas actividades, que en el fondo son rutinarias, fueron marcando mi aprendizaje de los distintos tipos de comidas, respetando las temporadas. Eso lo aprendí desde niña”. “Cuando me vine a la ciudad, incorporé los saberes y sabores que fui conociendo, pero siempre manteniendo lo que adquirí en mi niñez, porque la memoria es la que marcó mi cocina. Jamás olvidando mis productos, mis raíces, mi cultura. Y ya cuando comencé a ejercer como cocinera tradicional, fui obteniendo una serie de reconocimientos que me han permitido viajar y conocer muchos lugares y personalidades del mundo de la gastronomía. Y lograr superar todos los momentos difíciles que me tocó vivir”. -Y se ha transformado en una verdadera embajadora de la región… -Sí, en realidad. Soy una agradecida de la vida. Agradecida de la Pachamama, de mis ancestros que me legaron esta herencia cultural a través de la comida.

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WILMA MAMANI CHOQUE, PROFESORA DEL JARDÍN CABALLITO DE MAR

“ANTES HABÍA TEMOR DE HABLAR AYMARA; CREO QUE ESO YA PASÓ”

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ilma Mamani Choque está orgullosa de sus ancestros y se le nota. Se emociona al hablar de su familia y también de su nueva familia: los pequeños estudiantes del Jardín Infantil Caballito de Mar, de Iquique. En ese lugar enseña la lengua originaria, gracias a que forma parte del grupo de “Educadores de lengua y cultura indígena”, de la CONADI junto a la JUNJI.

“Hasta los cinco años viví en Colchane”, dice, junto a su familia. “En ese período aprendí la lengua, gracias a mi madre que es hablante aymara. Gracias a ella mantuve mi lengua y ahora estoy entregando mis conocimientos en el jardín. Es un jardín heterogéneo, donde enseñamos a niños desde los dos hasta los cuatro años. Es un jardín pequeñito, pero es muy hermoso porque hay niños de muchas nacionalidades, es multicultural”. “Trabajar con niños tan pequeñitos es realmente

reconfortante, porque es como estar en mi casa, conversando con mi familia. Y es realmente genial, porque son los mejores hablantes que tenemos, porque son como una esponjita, absorben todo. Es sin duda la mejor edad para entregar estos conocimientos, porque los niños aprenden de inmediato”. Los niños aprenden la lengua, dice, pero cuando ingresan a los colegios de enseñanza básica dejan de aprender. “Es muy difícil seguir aprendiendo, porque son pocos los colegios que incorporan el idioma en el currículo. Si estos niños se van a un colegio que no tiene la enseñanza, hasta ahí llegan. En ese momento depende de sus familias si siguen aprendiendo o no, aunque siempre se van a acordar de lo que aprendieron. Por eso es que a nosotras como profesoras, como educadoras, nos gustaría que estos niños llegaran a un colegio que tenga la enseñanza, porque ellos son excelentes hablantes”. “Nosotros tenemos una

La dimensión cósmica de la ética: El cosmos es un sistema de relaciones múltiples. Una perturbación de estas relaciones tiene consecuencias cósmicas. Las secuelas de los actos humanos afectan la salud y la vida de toda la comunidad y de todo el universo, inclusive la vida de la chacra y el clima.

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PROFESORES DE MÚLTIPLES SABERES Y qué pasa con el resto de los saberes ancestrales, le preguntamos. “Nosotros los estamos haciendo revivir en el jardín. Nuestra actividad contempla dar a conocer los beneficios de las yerbas medicinales, para que los niños las conozcan, tomen el aroma y sepan para qué se usan. Les enseñamos de dónde vienen y cómo se hace. También trabajamos los tejidos y los telares con ellos. La idea es abarcar el conocimiento de nuestra cultura. Incluso trabajamos con barro, hacemos adobes como se hacía en forma tradicional, para que los niños aprendan y ese conocimiento no se pierda. Para que ellos sepan cómo están hechas la casas, por ejemplo”.

academia que integramos varias personas de distintas localidades que hablamos la lengua y nos juntamos para enseñar a los niños de los jardines infantiles. Fuimos apoyados por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, CONADI, desde el comienzo; ellos nos habilitaron para hacer clases”. -En lo personal, ¿qué significa para Usted este trabajo? - Para mí es un orgullo poder hacerlo; me emociono cada vez que pienso en lo que estoy haciendo, porque yo tenía a mi madre que hablaba. Y gracias a ella he podido hacerlo. Sentimos que todos somos iguales, porque antes había temor de hablar la lengua en cualquier lado y ahora no.

-Antes había una cierta vergüenza… -Claro. Yo me acuerdo que cuando era chiquita estudié en Pozo Almonte y todos me hacían bullyng con mi nombre o con el hecho de ser aymara. Y sufría mucho por esa razón. Incluso no quise estudiar más por eso. Llegué hasta octavo básico, porque no hablaba bien el castellano, pero el aymara lo hablaba excelente. Ese rechazo me impidió seguir estudiando, porque al final uno se frustraba con las burlas de los compañeros. -Y ¿qué pasaba en la casa, la apoyaban? -Mi papá no. Mi papá me decía que no hablara aymara. Nos prohibía, porque él sabía

que sufríamos en el colegio y porque se valoraba a los que hablaban español. No podíamos ser profesionales, según él, si hablábamos aymara. Pero mi madre, como no hablaba castellano, insistía en que habláramos aymara, así que al final aproveché de aprender bien con ella. -¿Cómo se siente ahora, que sí habla e incluso enseña aymara? -Es un verdadero orgullo para mí. No me arrepiento de haber aprendido. Cuando veo a los niños hablando me emociono, porque siento que ahí está el futuro. Sé que esto no se va a perder, gracias a que estamos enseñando lo que aprendimos de nuestras familias.


“NUESTRAS COMIDAS, CREO YO, YA ESTÁN INSERTAS EN LA SOCIEDAD” La señora Gilda Palape es optimista respecto de la gastronomía originaria y no teme que pueda desaparecer, porque “está inserta en la sociedad. Por ejemplo, yo he hecho algunos programas con la Escuela Artística, donde hemos visitado Colchane y Camiña, con los estudiantes. Y ellos han visto cómo se cocina, de la manera original”. “Y con la medicina ancestral ha pasado más o menos lo mismo. Se comenzó un plan piloto en 1996, para insertar una partera en el Hospital Regional. Y eso derivó en que se prepararon personas como facilitadoras interculturales. Ellas hacían una conexión entre el profesional y las personas de las comunidades. En el fondo se trataba de generar un complemento con la medicina científica. Y eso todavía está vigente”.

GILDA PALAPE ROJAS, DE COSCAYA

“NOS QUISIERON ARREBATAR NUESTRAS COSTUMBRES, PERO NO LO LOGRARON”

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ilda Palape Rojas nació en Coscaya y le tocó vivir, sufrir en rigor, la chilenización. “A mi pueblo no llegaba la huella (el camino). Cuando llegó, yo tenía como 5-6 años; y con el camino llegaron las rondas médicas y llegó el profesor. Entonces, se nos negó la práctica de nuestras costumbres”. “El profesor me decía: tú no tienes que comer maíz, porque las gallinas comen maíz. Tú tienes que comer pan. Otra cosa: mi papá tenía vacas y yo sacaba la leche en un tarro lechero, para después tomar, pero llegó la leche de Cáritas Chile y se nos prohibió tomar nuestra leche. O sea, nos fueron

cambiando los hábitos alimenticios”. “El profesor, al ver que nosotros no hacíamos caso, nos preguntaba: cuánto es cinco por ocho; Cuarenta, respondía uno. Y nos daba cuarenta palos en cada pierna o cada mano. De esta manera él quería imponer sus reglas: que no comiéramos maíz, ni tomáramos leche de vaca. Incluso una vez un profesor le abrió la polera a un niño y le echó la leche hirviendo en la espalda. Así se nos quiso arrebatar nuestra tradición”. “Así se nos impuso una dieta, con violencia. Entonces, por ejemplo, ¿qué hacía yo? Empecé a hacer mi comida, tal cual veía a las abuelas,

siguiendo sus recetas, sus tradiciones. Y eso porque no quería la comida que me daban en el colegio. Me empezó a gustar la cocina y empecé a cocinar. Éramos doce personas en la casa y como castigo, según mi mamá, yo tenía que cocinar. Pero a mí me encantaba. Así aprendí a hacer el pan amasado, la calapurka, el picante de conejo, los cuyes. Todo eso lo aprendí de mis abuelitos, de mis tías. Y así me fui dando cuenta que la forma de cocinar y las recetas eran parte de una cultura propia”. “A los 13 años me vine a la ciudad. Y como me gustaba cocinar, mi papá me buscó un trabajo en un restaurant. Ahí comencé a descubrir

otros tipos de comidas y me dediqué a cocinar, porque siempre me gustó. Y me gusta hasta ahora. Gracias a esta habilidad he ganado muchos premios por mi cocina, muchos de ellos por la forma de hacer la calapurka… -¿La calapurka es el plato más tradicional de la gastronomía andina? -Sí, yo diría que sí. Especialmente de la precordillera, aunque la han degenerado demasiado. Mucho. La receta original de mi pueblo es con carne de llamo, de cordero y de gallinas de corral, el maíz pelado y la papa que sacábamos de la chacra. Algunos dicen que lleva cuy,

conejo, vizcacha, pero esa es una gran mentira. Todos los ingredientes se preparan aparte y las carnes no se pican, se desmenuzan. -¿Por qué se llama calapurka? -Calapurka es una palabra aymara que significa piedra caliente. Y eso porque se buscan en el río las piedras volcánicas que son especiales. Esas piedras se calientan en el fuego al rojo vivo y después de introducen en la preparación. Es un plato que se cocina en las fiestas patronales, porque es el equivalente a una paila marina. Es un plato levanta muertos. Se sirve en la madrugada.

La complementariedad: a cada ser y cada acción corresponde un elemento complementario que constituye de este modo un todo integral. El contrario de una cosa no es su negación, sino su complemento y correspondiente necesario. Así ocurre con el cielo y tierra, sol y luna, varón y mujer, día y noche.

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YOLANDA VILCA CONDORI, CANTAUTORA DE PICA

PRESERVAR LA CULTURA Y EL CANTO, A PESAR DE TODO

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o ha sido fácil la vida de la señora Yolanda. La discriminación y la ofensa, derechamente tal, la han llevado a cuestionarse si seguir en su empeño de promover la cultura de su pueblo. “Una vez terminé llorando, porque la gente decía: esos indios no saben cantar. Nos trataban muy mal. De hecho, los integrantes de mi grupo terminaron por dejarme sola, no pudieron enfrentar la discriminación”. Pero ella no se amilana. Preservar y promover la cultura de su pueblo, es lo que la mantiene viva. “Desde que tengo uso de razón hablo aymara. Entré a la escuela en Arica, a kínder, y no sabía hablar castellano. Y mis compañeritas me decían: ay, tenemos una compañerita que habla inglés, jajajajaja. Y yo hablaba aymara, na´ que ver. Con el tiempo aprendí a hablar castellano”. De padres bolivianos, Yolanda Vilca se crio en el Valle de Azapa en Arica, a cargo de su abuelita. “Mis padres se separaron, cuando era niña, así que quedé a cargo de mi abuelita Mauricia. Siempre estuve en el valle, entremedio de los corderos, de los árboles, de las aceitunas… y nunca hablé castellano, cuando pequeña. Sólo aymara, porque ella no sabía castellano. Yo siempre hablé aymara; nunca me olvidé de mis ancestros, de mis tradiciones. Aprendí las canciones también, todo lo que mi abuelita cantaba no lo he olvidado. Tengo canciones que he recopilado de ella y que las tengo grabadas en mis discos”. “Mi abuelita me incentivó para que no olvidara sus costumbres, sus tradiciones. Para todos los trabajos, ella hacía sus ceremonias. Y para hacer las ceremonias leía las hojas de coca; así sabía en qué lugar hacerlas. Tenía mucha

fe, mucho respeto por su cultura. Aunque aprendí muchas cosas con mi abuelita, lo que yo hago es cantar. Hago mis propias canciones y he grabado, incluso video clips. El primero que grabé es sobre la Pawa, la ceremonia ancestral; ese lo grabé en el altiplano, en el Huasco. Se trata de las ceremonias, del floreo del ganado, de la cosecha de quínoa, de eso se trata. Y el segundo disco se trata de la mujer tejedora. -¿Canta sola o con acompañamiento? -Canto con charango. Aprendí a tocar con un compañero del grupo musical, Ch´alla Marka. Él me enseñó. Es bien difícil, el rasgueo es lo más difícil; la digitación es un poco más fácil que la guitarra. -Y ¿aprendió a escribir la lengua aymara? -Tuve que hacer un curso, porque mi abuelita no sabía ni leer ni escribir. Así que sólo aprendí en forma oral la lengua, pero después aprendí a escribir. Las vocales en aymara son tres no más: la a, la i y la u. Y cuesta mucho porque, por ejemplo, se escribe con u y se pronuncia con o. Y si se escribe con i, se pronuncia como e. Entonces es muy fácil confundirse. -¿Los jóvenes quieren aprender sobre su cultura? -Es que es difícil, porque la discriminación todavía existe. Imagínese que a mi abuelita la llevaron presa por hablar aymara, en Arica, en los años sesenta. Durante el proceso que llamaron de chilenización, nos trataron muy mal. Ahora en los colegios están enseñando la lengua. Pero, por ejemplo, mis nietos no quieren aprender.

EL BAUTIZO AYMARA: UN RITO QUE SE MANTIENE Entre las múltiples ceremonias que se realizan en la cultura aymara, la señora Yolanda Vilca destaca el bautizo: “El rito se hace con hoja de coca, con el aguayo. El uaque que va a bautizar a la guagua se sienta de frente, y está el papá y la mamá y los padrinos, al lado. Y la guagüita al medio. Entonces le echan agua; un agua bendeciada por el yatiti y por los lados siempre su alcohol y su vino. El alcohol representa al hmbre y el vino a la mujer, porque es más suave. Y se derrama un poco en el trajecito de la guagua. Y después hojita de coca. Así es el bautizo. Y con un rebenque le golpean las nalgas, para decirle que se porte bien en la vida. Y después se van a la comida”.

La reciprocidad: es la complementariedad en el terreno de lo moral y práctico. Cada acción cumple su sentido y fin en la correspondencia con una acción complementaria, logrando un equilibrio. Representa el orden cósmico como un sistema balanceado de relaciones. Cada relación tiene que ser bidireccional, es decir, recíproca.

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REYNA CÁCERES GUALLANES, ORIUNDA DE COSCAYA

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“EL PRIMER PARTO LO ATENDÍ CUANDO TENÍA QUINCE AÑOS”

a señora Reyna Cáceres no se explica muy bien de dónde sacó los conocimientos que la llevaron a convertirse en una partera especialista de la comunidad de Coscaya. “Mi primera experiencia con esto del parto la tuve a los 15 años. En una oportunidad me tocó ir a ver a una señora que estaba teniendo guagüita, con mi mamá. Ella me

dijo que la señora estaba sufriendo mucho y que su marido andaba a la siga de una partera, pero le había ido mal. Vamos a verla, me dijo. A lo mejor ya tuvo la guagua; está solita”. “Ahí veo a la señora que pujaba y pujaba… Y la guagua no nacía. Entonces me ofrecí a ayudarla y le dije, sin saber nada del parto: le veo como viene la guagua. Y cuando la toqué me di cuenta que la guagua venía mal. Entonces, le dije que cuando se le pasara el dolor, yo la iba a arreglar. No sé de dónde me vino esa seguridad, si yo no sabía mayormente. Y la arreglé. Puse en posición a la guagüita”. “Después, para cortar el cordón, ella me dijo que tenía la tijera, la aguja y el hilo. Antes se amarraba el cordón con una pita gruesa en el dedo izquierdo, para que la placenta fuera saliendo de a poquito. Después bañamos a la guagüita, la vestimos y la envolvimos; allá se envolvía la guagua. Bien derechitos sus piernecitas, sus brazos. Se hacía un lulito. Ese fue mi primer parto”. “Ella tenía todo listo, esperando que su marido trajera a la partera. Y cuando llegó se dio cuenta que la guagüita había nacido, asistida por una chiquilla de 15 años. Después me buscaban para que atendiera los

El microcosmos (humano) y macrocosmos no están separados el uno del otro, sino que interfieren de varias maneras, a través de “puentes”, transiciones sumamente frágiles que necesitan cuidado especial y profundo respeto. Por ejemplo, el relámpago, el arco iris y la niebla, son “puentes” divinos entre el cielo y tierra. En este escenario se desarrolla la vida de los aymara, donde estos puentes también los conectan con lo divino y lo sagrado. partos del pueblo, incluso atendí un parto de mi mamá: ayudé a nacer a dos hermanitos. Y ahí me acostumbré a hacer ese trabajo”. “Las mujeres me iban a ver a los cinco o seis meses de embarazo, para que arreglara a los niños y los pusiera en posición de parto. Eso lo hacía con masajes, según como estuviera el niño. La cabecita siempre hay que acomodarla para abajo. A veces vienen sentados también. Gracias a este don pude ayudar a muchas personas”.

“Después bajé a Iquique y doña Gilda Palape y don Javier Vilca me pidieron que fuera a trabajar al Hospital. No, no, no, les dije. No voy pa´lla, porque ellos tienen sus matronas y saben todo. Hasta que llegó un doctor, Patricio Miranda, y él me convenció. Trabajé como veinte años en el Hospital. “Ellos me llamaban cuando una señora quería que la asistieran, en Iquique o en Alto Hospicio, de manera natural. Algunas estaban acostumbraban a tener su guagüita hincada, de rodillas, para que saliera más fácil. Las matronas me trataron bien en el hospital, no tengo nada que decir. Tanto aprendieron ellas de lo que yo hacía, como yo también aprendí”. -Y Usted también componía huesos? -Cuando yo podía arreglarlos, lo hacía. Si veía que no se podía, yo las mandaba al hospital a las personas. Eso lo hacía con puro masaje y después se les pone un parche. Según y como. Tengo cremas sí, para frotar. Son cremas de yerbas que vienen del Perú, de Bolivia. -Y qué más hace? -También curo empacho. Eso es cuando las personas comen algo que les cae mal a las guaguas; porque todo lo que una mamá come se traspasa a las guaguas. Entonces se asienta en el estómago. No pueden obrar, o les viene vómitos, indigestión. No pueden hacer nada, porque tienen la fiebre adentro. -Y ¿cómo se cura el empacho? -Yo lo hago con un huevo batido, crudo. Eso se les da a las personas para que se les pase.

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“USAMOS SÓLO LANA DE ALPACA”

MARCELINA CHOQUE CASTRO, DE PISIGA CHOQUE

“MI TRABAJO ES TEJER Y SOY FELIZ CON ESO”

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ejer durante toda la vida, siguiendo las costumbres de sus abuelas, de su cultura, es la máxima aspiración de la señora Marcelina Choque, oriunda de Pisiga Choque, en la comuna de Colchane. “Hasta los 17 años viví en mi pueblo; después emigré a Pozo Almonte. Cuando empecé a vivir en Pozo no había trabajo para mí, porque siempre fui tejedora. Podía hacer mis trabajos, pero no sabía donde vender. Entonces, hace 28-29 años atrás, abrieron una cooperativa en Arica, que se llama kantati, y ellos me pidieron que les vendiera lana de alpaca hilada, de 500 gramos, de 800 gramos, de un kilo. Así que ahí empecé, hilando. También trabajamos la lana de angora, de conejo”. “Después algunas compañeras comenzaron a tejer.

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Primero con telar de dos pedales, que nunca había usado; pero antiguamente nuestros abuelos hacían sus ropas con estos telares, pero yo no sabía. Siempre había tejido en el suelo. Así que aprendí y se me hizo fácil. Comenzamos a tejer y trabajé como diez años en una cooperativa de Arica y

después hice un grupo acá en Pozo Almonte, aparte”. El primer colectivo de tejedoras de la señora Marcelina estuvo integrado sólo por familiares. “La suegra, la nuera, la cuñada; empezamos de a poquito, sólo 4 personas. Y así íbamos creciendo. Mis cuñados se iban casando y, entonces, sus mujeres se iban sumando al grupo, hasta llegar a 14 personas. Por esta razón es que mis hijas todas saben tejer, porque la rutina que hacía en mi casa les sirvió para ir aprendiendo”. “Yo siempre he estado con mis tejidos, porque me gusta hacer estas cosas. De hecho los ingresos de mi hogar son gracias a mis tejidos;

no hago otra cosa. La lana de alpaca me ha permitido educar a mis hijos; son todos profesionales, gracias a mis tejidos. Vivo de eso. Yo no soy comerciante, no vendo en la feria, nada. Este es mi trabajo y con mucho orgullo. Además hacemos entregas en Artesanías Chile, en Santiago, que nos permite mejorar nuestros ingresos”. -¿Cómo obtienen la lana para hacer sus tejidos? -Nosotros mismos criamos alpacas en Colchane. Las trasquilamos en el mes de septiembre y después hilamos, una vez al año. Y de cada animalito sacamos 1 kilo y medio o dos kilos, depende. Primero se descarmina la

Las transiciones en la vida del individuo requieren en el mundo andino de un acompañamiento ritual – simbólico especial. A modo de ejemplo tenemos los ritos en torno al embarazo y parto, el primer corte de cabello, la entrada a la adolescencia y el acompañamiento ritual en la muerte. Estas son prácticas simbólicas que representan el paso de un estado a otro, el cual sella un proceso irrevocable y que se asume como tal, tanto por el individuo como por su entorno.

Trabajamos con todo tipo de lanas, más finas, más delgadas y más gruesas. La lana gruesa se usa en el telar y la más delgada en la trama. El grosor es para el telar y la trama es para tejer por dentro, esa es la finita, como un hilito. Todo es de alpaca; antes trabajábamos con lana de llamo, pero el gran problema del llamo es que es áspero, tiene mucho pelo; los clientes se ponen la ropa en la cara y la sienten áspera, entonces no lo llevan. Por eso trabajamos pura alpaca, que es la más fina, la más bonita”.

lana; después se va hilando... luego se tuerce y después se teje. Es un proceso largo, pero así queda bien, bonita. Y después para hacer un poncho con lana vellón, por lo menos son 9-10 días. -¿Cómo surgió esta organización, Ampara Lurata? -Hace como 15 años formamos una mesa con las personas que tejían y que vivían en Pozo Almonte. Y como cada una tenía su propio taller, la idea fue agruparnos para tener más oferta de productos para el público. Cada una tiene su taller: a veces son 10 personas, 5, 6, depende. Entonces la municipalidad nos dio la oportunidad de juntarnos entre todas y formar esta organización: somos siete grupos que alimentamos a Ampara Lurata, que es la organiación que nos coordina. Todas estamos acá. Somos dieciocho tejedoras. Y ahora tenemos esta casita, Willkallpa. Ahora esto es nuestro ya, estamos felices”


MARÍA CHALLAPA MAMANI, ORIUNDA DE CHULLUNCANE

“EN EL CAMPO LOS NIÑOS VEN A LOS PADRES Y APRENDEN DE ELLOS”

Mi mamá me enseñó a tejer desde mi infancia. Aprendí a hilar y después a tejer; me hacía mis propias vestimentas. Estuve como hasta los 35 años en mi pueblo y depués me vine a Pozo Almonte. Me casé, tuve mis hijos, todo. Tuve 11 hijos, siete mujeres y cuatro hombres. Del total, 9 los tuve en el campo, siguiendo las costumbres de mi pueblo; en mi casa tuve a mis hijos. Mi mamá era la que atendía el parto. Después me tuve que venir porque no había enseñanza media para mis hijos; sólo podían hacer hasta octavo y tenían que venirse al internado... así que nos pusimos de acuerdo con mi esposo y nos vinimos a Pozo”.

aprender a hilar, a tejer. No está demás. -¿Usted mantiene todas las tradiciones, las comidas, el uso de las yerbas medicinales? -Yo vendo yerbas medicinales. Las más populares son la rica-rica, la flor de yareta, el airampo, la tola... Aprendimos de nuestros padres, de nuestros abuelos a usar la medicina alternativa. Por ejemplo mi mamá era partera, curaba los niñitos enfermos, entendía muchas cosas. Ella se llamaba Santosa Mamani. -¿Le gusta vivir en la ciudad o si pudiera retornaría al campo?

Las Medicinas Andinas: De especial relevancia en las culturas andinas es la inhalación de humo que producen ciertas plantas, generalmente aromáticas, ya sea para curar dolencias físicas o como procedimientos simbólicos de purificación y ofrenda. Las hierbas también son frecuentemente utilizadas para hacer infusiones, las que al ser bebidas pueden tratar diversos malestares. La más tradicional es la hoja de coca, muy apreciada en la altura por sus beneficios en la regulación de la presión arterial.

“ANTES NO NOS TOMABAN NI EN CUENTA” “Ahora no se siente discriminación. No nos dicen paisanas, ni bolivianas. Nos ven como trabajamos y nos respetan. Cuantas veces me pasó que me decían: puis, puis, boliviana... Y yo les decía: soy más chilena que los porotos. Todavía queda un poco de discriminación, pero muy poco. Antes no nos tomaban ni en cuenta, pero ahora sí se nota un cambio.

-Yo me vine por los niños y todavía tengo a mi hija estudiando; también tengo un hijo soltero que vive conmigo, no puedo dejarlo solo. Pero me gustará volver a mi tierra, por supuesto. Es

más tranquilo; acá hay que andar con mucho cuidado, que a uno no le vaya a pasar algo. Arriba no; uno anda a sus anchas. Yo soy de Chulluncane y mi marido es de Panavinto. Nosotros

sembramos de todo y además todavía tengo a mis animalitos. Tengo alpacas, llamitos. De ahí saco la lana y la trabajo acá, en Ampara Lurata.

“En el campo los niños ven a los padres y aprenden de ellos. Por ejemplo si el papá está pastoreando, ellos aprenden eso; si está trenzando la soga, las hondas... lo mismo las niñas, aprenden a tejer, a hacer comidas, en fin. Tengo una hija estudiando en la Unap y los fines de semana ella viene a hacer sus tejidos, muchas cosas que le piden”. -Qué le parece a Usted que ellas aprendan a tejer? -Me parece muy bien, porque a veces uno estudia y no encuentra trabajo, así es que tienen otra opción de ingresos. Sabiendo las técnicas que nosotros trabajamos, se pueden ganar su sustento y por eso tienen que aprender de todo. Siempre les dije a mis hijos que tienen que

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