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Paula 8 de septiembre del 2019

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ESPECIAL MODA

herencia y patrimonio










EQUIPO

| El sketch de la semana

-Ya que nos gastamos casi toda el agua, tenemos el mar lleno de basura y eso sumado a toda la energía que vas a consumir en tu existencia...

vamos a hacer que tu vida sea un aporte para este planeta. Por Carola Josefa

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hola@paula.cl

Director de La Tercera José Luis Santa María Directora de revistas Andrea Eluchans Editora general Sofía Aldea Subeditora Manuela Jobet Editora Paula Cocina Ariel Richards Periodistas Constanza Espinoza, Andrea Hartung, Consuelo Lomas, Victoria Misito, Patricia Morales, Emiliana Pariente, Francisca Urroz, Alejandra Villalobos Dirección de arte Silvia Caracuel Editora general de diseño Fernanda Dagorret Diseño Sibila Pollmann, Sofía Valenzuela Producción Magdalena Chahín, Magdalena Mendía, Dominga Sivori Fotógrafos Nicolás Abalo, Rodrigo Cisterna, Alejandra González, Jaime Palma, Juan Pablo Sierra Corrector de textos Gabriel Reyes Gerenta de ventas red femenina Ximena Borrowman Ejecutivas de ventas Constanza Plá, Andrea Sanhueza Gerente general y representante legal Andrés Benítez Pereira Impresión A Impresores S.A., que actúa solo como impresor

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8 de septiembre 2019

Revista Paula. Fundada en 1967. Editada por Copesa S.A., perteneciente a Grupo Copesa. La declaración de intereses se encuentra en www.grupocopesa.cl/declaracion. Domicilio: Apoquindo 4660, piso 8, Las Condes, Santiago, Chile. Fono: 22550 7000. Correo electrónico: hola@paula.cl. Derechos reservados ©Copyright Paula. Las opiniones vertidas por diferentes autores en esta revista, como asimismo el contenido y forma de los avisos publicitarios, son de exclusiva responsabilidad de quienes los emiten o pagan por su inclusión, no teniendo PAULA, por tanto, ninguna responsabilidad al respecto. Corresponde en forma exclusiva a PAULA la decisión de aceptar o rechazar avisaje publicitario. Prohibida toda reproducción, total o parcial, del material de esta revista. Impresión: A Impresores S.A.



BREVES

La semana

Estos son los contenidos de Paula.cl que seleccionamos para pensar, conversar y reflexionar durante la semana.

Lo que tienes que ver #APRENDERPARANODEPENDER La contaminación que produce el automóvil –transporte urbano por excelencia desde la segunda mitad del siglo XX–, su consumo excesivo de energía y la saturación de las vías de circulación han llevado a que las personas busquen formas más ecológicas de transportarse. Para leer más sobre movilidad sostenible y las distintas alternativas que ofrece hoy la ciudad, revisa Paula.cl.

_ Lo más comentado

¡Escriban! No queremos ser un monólogo sino que un diálogo Lo que les gusta Lo que no les gusta Lo que está de más Lo que está de menos Pregunten Sugieran Critiquen Cuenten Nos interesa y lo necesitamos

#PaulaHablemos DeAmor Nunca he estado en una relación #PaulaNostalgia Un viaje de antología

#PaulaMásLento Agua, ven

_Lo estamos trabajando Estamos preparando una edición especial centrada en el pelo, sus implicancias culturales y su importancia en nuestro diario vivir. Escríbenos si tienes alguna historia sobre tu pelo que quieras contar.

hola@paula.cl

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MODA

| Los elegidos

Por Dominga Sivori • Foto Alejandra González

Abrigo, Lineatre, $69.950

Enterito, Sisa, $220.000

Mochila, De la Mafia, $59.990

Zapatillas, Superga, $49.990

Javiera Gandarillas, 35 años, fotógrafa

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Por Dominga Sivori • Foto Alejandra González

Reloj, Festina, $143.000. Pulsera, Pandora, $187.000. Reloj, Tommy Hilfiger, $172.900. Collar, Adolfo Domínguez, $59.900. Aros brillos, Malibú en Casa Moda, $7.990. Anillo, Pandora, $107.000. Anillo, Fran Vega Joyas en Casa Moda, $150.000

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TIEMPO LIBRE

Qué - Cómo - Cuándo

Para ver Sumándose a la moda de los renacimientos impuesta por Disney, Netflix y la fundación Jim Henson –creador de los muppets– lanzaron la primera temporada de la serie El cristal encantado: La era de la resistencia. Se trata de una precuela de la película El cristal encantado (1982) hecha exclusivamente a partir de marionetas, casi sin usar efectos computarizados. La primera temporada cuenta la historia de tres gelfings del planeta Thra, quienes deberán iniciar una verdadera revolución contra la raza que durante años los ha dominado y así proteger el mundo en que viven. Si eso no los convence, el elenco de estrellas seguro lo hará. Las marionetas cuentan con las voces de Mark Hamill, Andy Samberg, Alicia Vikander, Sigourney Weaver y Helena Bonham Carter, entre otras celebridades. El cristal encantado: Era de la resistencia (2019), Netflix.

Para leer (y reír)

Una parada verde Cactus Valencia A orillas de carretera, en el kilómetro 45 de la ruta 5 Sur, se encuentra el vivero de cactus y suculentas Valencia. Lo que comenzó como el hobby de María Teresa Valencia, hace 28 años, hoy se convirtió en el negocio familiar. Tienen más de tres mil especies distintas, incluyendo 25 variedades de cactus nativos de todos portes, edades y a buenos precios. Lunes a sábado de 10 a 18 h y domingo de 10 a 14 h. Kilómetro 45 ruta 5 Sur, Paine.

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Various Keytags es un proyecto desarrollado por el neyorquino Brian Janusiak pensado en quienes les gustan la organización, el diseño y el humor. Se trata de llaveros de acrílico de dos por cinco centímetros que tienen impresos distintos mensajes, todos con un giro creativo. Son útiles, lindos y hacen reír. Cuestan 15 dólares y seguirlos en Instagram es un placer porque van tomándole el pulso a la contingencia con mensajes ingeniosos. En Instagram: @VariousKeytags.


Para escuchar

Para probar Tres siglos de tradición han hecho de los dulces de La Ligua merecedores de distintos reconocimientos: en 2014, el Ministerio de Economía les entregó el Sello de Origen y acaban de ser declarados Patrimonio Cultural Inmaterial por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Abierta en 1975, en la Fábrica La Liguana todos los días elaboran las masas de sus dulces, e incluso el manjar, que dan vida a sus cachitos, almejas (el de merengue con mostacillas) y palitas (hojarasca, manjar y merengue). Uno de sus ‘fans’ es el chef Carlo von Mühlenbrock, quien los vendía en su local en el Parque Arauco. “Siguen manteniendo la calidad ancestral, hay que valorarlos y pagar lo justo”, dice. No los venden en la carretera, y están en busca de algún distribuidor en Santiago, pero vale la pena desviarse 5 minutos hasta su local. Están en Waze e Instagram @dulcerialaliguana.

Tras la polémica generada por la venta de los derechos de sus primeros seis álbumes de estudio, Taylor Swift estrenó el primer trabajo del que es dueña y lo hizo rompiendo marcas personales: se convirtió en la primera mujer en tener seis discos distintos con más de medio millón de copias vendidas en una semana, y superó el récord que hace dos años fijó con Reputation, vendiendo 679 mil copias. El disco tiene 18 canciones –el con más material de su carrera– y dos temas escritos íntegramente por ella. Lover es uno de los trabajos más emotivos de Swift desde Red (2012). Mientras que 1989 (2014) fue producido con la clara intención de llevarse el Grammy a Álbum del Año –lo consiguió–, y Reputation (2017) nació en respuesta a su conflicto con el clan Kardashian West, Lover es una ventana a su relación con Joe Alwyn, al cáncer de su mamá –en una colaboración con las vetadas Dixie Chicks– y a la paz que pareciera reinar en su vida.




TRABAJO

| Aquí trabajo yo

Los secretos de las telas Texto Constanza Espinoza • Fotos Mila Belén

Una enorme máquina blanca industrial parece dar la bienvenida apenas pones un pie dentro del Lavaseco Doña Gertrudis. Se encuentra a pocos pasos del mesón principal, y de ella cuelga un cartel amarillo que indica que el horario de atención es de lunes a viernes, de 9 de la mañana a 6 de la tarde. Los sábados el lavaseco se encuentra cerrado. Su dueña, Anita De Quiroz, llegó a esa decisión cuando hace tres años cumplió 70. Ubicado en plena calle Gertrudis Echeñique, en Las Condes, el lavaseco forma parte de un conglomerado de cuatro edificios patrimoniales de estilo francés, erigidos hace 75 años y conocidos como “el último bastión de El Golf viejo”. Anita lleva allí cuatro décadas y ha sido testigo de los cambios alrededor. Su listado de clientes – quienes viajan desde distintas comunas de Santiago y

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regiones de Chile– evidencia el minucioso trabajo de Anita con la ropa. “Tengo clientes que se fueron a vivir a Inglaterra y vienen a verme cuando vuelven de vacaciones, porque dicen que allá no hay lavasecos que trabajen como lo hago yo. No es llegar y tirar la ropa a la máquina. La ropa debe cuidarse”, asegura. A un costado del lavaseco se encuentra un largo patio escondido a los ojos de los clientes. En él cuelgan blancos plumones de pluma, manteles, camisas e incluso un enorme oso de peluche café. “Me doy cuenta altiro cuando una prenda no ha sido lavada nunca, me basta con tocarla. Las telas las vas conociendo todos los días, porque todos los días salen nuevas, y por eso me tengo que informar permanentemente de lo que se está fabricando. Siempre estoy aprendiendo y actualizándome”.


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NOSTALGIA

| Las prendas de mi vida

El incómodo peto strapless Texto Andrea Hartung • Ilustración Holly Jolley

No sé si esto es algo inherente a la adolescencia, pero al menos yo fui una persona extremadamente influenciable. Me cambié tantas veces de ciudad que sentía la obligación de adaptarme al entorno para pasar lo más desapercibida posible. No es fácil cuando mides más de un metro setenta, pero hacía el intento. Además de fumar y tomar, siempre traté de mimetizarme con mi forma de vestir. Una de las cosas que más recuerdo es el peto strapless con forma de tubo. En esa época vivía en Talcahuano, pero me movía más en Concepción, donde todas las niñas con las que me juntaba tenían uno. Se compraba en tiendas del centro, hasta donde arrastré a mi mamá. “¿Estás segura de que te gusta?”, me repetía ella mirándome en el probador. Pero cómo no, si era el uniforme que una se ponía los fines de semana para inmiscuirse en la disco. Y así partía al antro de turno, feliz con mi peto combinado con jeans anchos, zapatillas, un cinturón de plástico y una chaqueta de material inflamable. Las colas para entrar eran tan caóticas que cuando por fin entraba daba gracias por haber llevado chaqueta, porque el peto siempre terminaba convertido en un cinturón. Lo mejor era llegar al baño a rearmarme y darme cuenta de que todas estábamos haciendo lo mismo. Porque al final, todas estábamos en esa etapa de la vida en la que todavía no sabíamos en quiénes nos íbamos a convertir, y elegíamos refugiarnos en el grupo por mucho que nos incomodara o, en este caso, nos dejara con las pechugas al aire.

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BELLEZA

| Lo que tienes que probar

Belleza de origen Por Francisca Urroz Ilustración Francisca Espinoza @fewilustracion

NUEVA ESPECIE

El Geranium core-core es una planta nativa chilena que se da desde el Altiplano hasta la Patagonia. “Mi bisabuela era partera y la usaba para las coceduras de las guaguas y las heridas del pezón por lactancia”, dice María José Romero, bioquímica, agroecóloga y cofundadora de Paihuén, la marca que acaba de incorporarla en uno de sus productos. Luego de tres años de estudio la probaron en tejido celular humano y confirmaron que tenía propiedades regenerativas. En enero lanzaron la Manteca Humectante Core, rica en vitaminas A, E y K, que es ideal para zonas secas como labios, manos o codos. $21.900, despachos a todo Chile. @paihuen.co

LO NUEVO DE TESSA

MAQUI Y ROSA MOSQUETA

Chía orgánica de Arica y astanxantina, una microalga que se cultiva en el desierto de Atacama (antioxidante), tiene el recién lanzado Intense Vitamin C, un aceite antiage para rostro y cuello. $39.990, alcanza para dos meses. www.tessachile.com

No es ningún secreto que el maqui y la rosa mosqueta son grandes aliados para la piel. Por lo mismo, y con maqui que recolectan pequeños productores del Sur, Pamela Hernández

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elabora en su casa en La Reina una mascarilla facial que se ha convertido en su producto estrella. Para todo tipo de pieles, además tiene rosa mosqueta. $8.600, www.zense.cl.


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TRABAJO

| Aquí trabajo yo

Peinados con nostalgia Texto Constanza Espinoza • Fotos Mila Belén

“¿Quiere saber mi nombre artístico o mi nombre verdadero?”, pregunta la dueña de la pequeña peluquería de la calle Las Dalias, en Providencia. “Lo que pasa es que me llamo Graciela, pero todos me conocen por Ximena, porque cuando empecé a trabajar en el año 70, en una peluquería de Eliodoro Yañez con la Plaza Las Lilas, había otra niña que se llamaba así. Fue ahí que una jefa que era española me dijo: ‘No tienes cara de Graciela, tienes cara de Ximenilla’. Y como nunca me fui de este barrio todos me conocen así. Incluso mi esposo me dice Ximenilla... hasta mis nietos”. Entrar a esta peluquería que funciona hace 37 años, de martes a sábado, es como retroceder en el tiempo gracias a los antiguos y grandes ‘cascos’

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–vaporizadores–, los cajones llenos de rizadores de colores y el olor a tintura. “La peluquería no tiene nombre. Digo que somos exclusivas porque nunca hemos tenido un cartel. Creo que hemos mantenido el espíritu de una época, una vez incluso nos la pidieron para la serie Los 80”. Ximenilla empezó en el rubro a fines de los 60. “Ahí conocí a mi socia, Rebeca, con quien tenemos clientas de hace más de 40 años. Este trabajo significa todo. No seremos millonarias pero tampoco deseamos más. Mi vida siempre ha estado ligada a la peluquería, trabajaba en esto cuando empecé a pololear, luego me casé y tuve cuatro hijos a los que traía los fines de semana cuando eran chicos. Hoy todos son profesionales gracias a este trabajo”.







TESTIMONIOS

Romper con

malos hรกbitos

machismo hi silencios ilencio

inconsciencia a contaminaciรณn i iรณ

herencias Por Equipo Paula

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El abuelo de mi esposo, mi suegro y mi marido

se llamaban

SSaladino. l

Para no confundirlos, a mi suegro

le decían Sala y a mi marido, Dino. Cuando nació mi hijo mayor, todos esperaban que siguiera con la tradición, pero encontré que no era nombre para una guagua. Investigué un poco y descubrí que es de origen árabe y está relacionado a un líder musulmán, o sea, venía de algo demasiado grande, antiguo y alejado de mí como para nombrarlo así. Pensé en su futuro y quise que el nombre fuera para él, no para sus antepasados. No es que lo encontrara feo, pero me sonaba a guerra, a conflicto. Con el tiempo he sacado una conclusión: las tres generaciones previas a mi hijo llevan al nombre Saladino impregnado en sus características personales. El papá de Eduardo es inquieto, autoritario, muy de hacer cumplir su voluntad, y así también era su propio padre. Lo que él decía, se hacía. En la parte sentimental siempre buscaban la seguridad en la casa, pero a la vez tenían que tener algo por fuera. Todo eso lo asocio a lo antiguo, a cuando el hombre mandaba. Cuando tomé la decisión de no usar Saladino, mis suegros se sintieron, pero ¿por qué tenía que ponerle yo a mi hijo como ellos quisieran? Como mi marido se llama Saladino Eduardo, transé y le puse su segundo nombre. Soledad Vicencio (63)

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Mi mamá es de la idea de heredar las cosas en vida y lo que ás intenta te ta regalarme ega ga a e so más son

carteras de cuero, , pero yo no puedo andar con un

animal l muerto t encima. Dejé la carne hace más de 15 años, cuando aún estaba en el colegio, pero mi problema con los productos de cuero se fue dando después y de forma paulatina. Primero me empezó a molestar el olor del pasillo de la carne en el supermercado y después el de las chaquetas. En mi experiencia, cuando dejas de consumir estos productos les empiezas a sentir un olor más fuerte al que sientes cuando comes carne. A pesar de esto, la idea no es que cuando te vuelves vegetariano tengas que botar todos tus productos de cuero para comprar otros con materiales sintéticos, porque eso genera un consumo innecesario.

El llamado es a utilizar las prendas hasta que terminen su vida útil. Fue por eso que una vez le acepté una Louis Vuitton, pero se la tuve que devolver porque me superó el olor. Mi cruzada con mi mamá es que se compre carteras de otros materiales, que no por eso van a ser de peor calidad. A ella le transmitieron que el cuero es un plus, así que trato de explicarle que en realidad lo que pagas cuando compras una cartera de marca es su diseño y terminaciones, no su material. Ignacia Uribe (34)

Mi abuela Mercedes Bravo tenía un taller dee descarna descarnado de

zapatos

en Victoria.

Mi padre, Pedro Bossay, siguió con la tradición y abrió Calzados Blando, de zapatos para niños. La fábrica estaba en la calle Chiloé y llegó a tener 100 personas a su cargo. Mis primeros recuerdos son jugando ahí o recorriendo Chile con la camioneta cargada de zapatos, los que mi papá iba vendiendo en distintas ciudades. Siempre supe que el calzado era un oficio bonito, pero al salir del colegio quise hacer otra cosa y entré a estudiar sociología. En ese momento no me cuestioné mucho quién seguiría con esto, quizás porque mi papá permanentemente nos alentó a estudiar una carrera profesional. Mirando hacia atrás, creo que él secretamente quería que yo me mantuviera ligado al negocio, pero eso no sucedió.

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Por suerte mi hermano siguió su camino y actualmente tiene su propia fábrica de zapatos. A mis 44 años, me da pena que el oficio del zapatero desaparezca. Victoria está marcado por los cueros y los zapatos, y la identidad del barrio se la dan las personas que trabajan en esto. Ojalá que el negocio de mi familia siga por mucho tiempo más y mi hermano continúe con la tradición. Es un trabajo bonito y muy sacrificado. Espero también que mis hijos Sofía y Santiago encuentren su vocación, sea en el mundo de los zapatos o en lo que ellos quieran. Claudio Bossay (44)


En mi familia hay pocas tradiciones. No existe un día fijo de la semana en el que nos veamos ni una fecha en el año que sea significativa solo para nosotros. Individualmente cada uno ha ido construyendo sus costumbres, y aunque esa distancia a mí me encanta porque bien podría tratarse de una forma de respeto, también esconde un riesgo: el de no decirse las cosas. Tanto la familia de mi mamá como la de mi papá han desarrollado estrategias para guardarse cosas, algunas sofisticadas y otras no tanto. El tema es que no se trata de asuntos banales, sino de verdades que para las generaciones más jóvenes podrían resultar luminosas y clarificadoras de nuestra historia familiar. Son hechos que nos podrían ayudar a entender en qué nos hemos equivocado en el pasado y cómo reparar eso para poder avanzar. Desde hace un año me propuse romper con esta tradición.

Y para hacerlo empecé por mí misma. Tuve que ser honesta conmigo, con lo que me pasaba y con lo que quería de mi vida. Con la persona que fui y con la que quería ser. Esto generó un quiebre. Se dice que no hay nada más fácil que ir con la verdad por delante, pero nadie te dice que cuando recurres a la verdad no todos alrededor tuyo van a quedar contentos. Porque algunos se van a ofender, otros a preocupar y a otros abiertamente no les va a parecer. Lo bueno es que ninguno va a quedar indiferente. El valor de la verdad es que es irrefutable.

Hayy cosas que q simplemente p son y lo que requieren q q de nuestra parte es ser reconocidas,

verbalizadas y compartidas. id

Para que existan. Para que rompan. Y para que a partir de la crisis

se construya algo nuevo.

Ariel Richards (38)

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Vengo de una familia

bien conservad conservadora onserv

y machista en varios aspectos.

Mi papá era hijo de inmigrantes europeos, quizás un poquito más abierto de mente, pero mi mamá era muy a la antigua. Como era el único hombre, si no había ayuda, mis tres hermanas me tenían que hacer hasta la cama, pero cuando formé mi propia familia con mi señora siempre practicamos un modelo igualitario. Cuando nos casamos, todavía no terminaba la universidad y como estudiante no tenía ingresos. Ella, en cambio, trabajaba y le iba bastante bien, así que al principio se hizo cargo de la casa. Nunca tuve ningún prejuicio frente a eso, porque siempre he pensado que el matrimonio tiene que ser colaborativo. Y por lo mismo toda la vida he participado de las labores del

hogar como lavar platos o cocinar. También creo que fui uno de los primeros de mi generación en cambiar pañales. Cuando nacieron nuestros hijos –dos mujeres y un hombre– jamás hicimos una diferencia. A mis hijas nunca les dijimos que no podían, o tenían que hacer algo por el solo hecho de ser mujeres. Y gracias a eso son totalmente independientes y empoderadas en sus decisiones. Me acuerdo que cuando la mayor era chica me dijo que quería ser presidenta de la república, algo que hace 35 años era impensado. Yo le respondí que obviamente votaría por ella.

En mi casa siempre hubo un solo basurero donde iba a parar todo: plásticos, cáscaras de fruta, latas, vidrios, desechos. Mis papás jamás me enseñaron a reciclar, y aunque ellos crecieron en una sociedad mucho más ecológica, nunca fueron conscientes de eso. Cuando eran chicos el plástico todavía no existía, todo se compraba a granel, la leche venía en botellas de vidrio y envolvían los alimentos con diario. Lamentablemente, después vino la era de lo desechable y yo crecí en ese mundo. Me acuerdo perfectamente cuando tomé conciencia medioambiental; fue en Australia. Me fui a vivir allá en 2014 y por primera vez vi en una cocina cinco basureros para reciclar. Después de ese viaje decidí empezar a investigar y a estudiar más. La primera medida que tomé fue reciclar, después decidí dejar las carnes y después hacer compost, pero a medida que vas estudiando te das cuenta de que puedes hacer mucho más, incluso cambiar tus hábitos al cien por cien-

to. Hoy día lucho para que mis papás tomen más conciencia, porque el día que tenga hijos los voy a educar así. Sé que es difícil cambiar a esa generación, pero tenemos que hacer el intento, sobre todo para las futuras generaciones. Nosotros vimos bosques, conocimos la nieve, nos pudimos bañar en el mar, pero así como estamos no sé si nuestros hijos o nietos lo van a poder hacer.

Carlos Hirigoyen (68)

Decidí ser una ciudadana u

consciente y motivo a mis papás y a mi círculo para que también lo sean.

Constanza del Río (31)

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NOSTALGIA

| Las prendas de mi vida

Esas raras zapatillas feas Texto Sofía Aldea • Ilustración Holly Jolley

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Estaba en cuarto básico cuando Adrenalina se convirtió en la teleserie que marcó a mi generación. Ese mismo año, en 1996, las Spice Girls lanzaron su primer disco, que aludía explícitamente al poder femenino. Aunque con mis amigas éramos unas cabras chicas, estas referentes que llamaban a desafiar a la autoridad y a encontrar una voz propia nos hicieron sentido. Y fue en esos discursos donde encontramos la posibilidad de soñar con ser quienes quisiéramos ser. A pesar de ese hambre quizás prematuro por ser independientes, como solo éramos unas niñitas creyéndonos adolescentes, todas –salvo una, para quien esto siempre fue motivo de orgullo– caímos en la moda que proponían estos productos culturales: pantalones fluorescentes, mochilas chicas de charol y las infaltables Donors, que se convirtieron en una especie de símbolo de estatus entre quienes logramos tenerlas primero. Eran incómodas y feas, pero eso no importaba. Al poco tiempo, cuando la moda pasó, como siempre pasa, nos dimos cuenta de que haberlas usado había sido un error. Ya de grandes, incluso, esta época pasó a ser motivo de ataques de risas. Porque acordarnos de cómo nos sentíamos las reinas de la noche caminando por los pasillos del colegio con nuestras zapatillas, el delantal abierto y los calcetines doblados, nos hace reír hasta las lágrimas. Durante años pensamos que se trataba de un tema del pasado, hasta que las Donors y sus derivados volvieron como una de las prendas del momento. Nos sorprendimos porque evidentemente son feas, pero sobre todo porque representan una década llena de excesos. A veces me pregunto cómo quienes crecimos en los noventa, cuando la glotonería insaciable por ser más ricos y más famosos llevó al límite a todos los ídolos de la época, hemos permitido que ese espíritu, o la falta de él, haya ganado nuevamente tanto espacio. Porque no solo volvieron las Donors, sino también los logos de marca exageradamente notorios, el exceso de joyas, las canciones en las que se habla de ganar mucha plata y se trata de prostitutas a las mujeres. Volvieron esos videoclips en los que solo hay autos deportivos y bikinis minúsculos. Y con ellos volvió esa superficialidad de

creer que las cosas materiales hablan de quiénes somos. Que usar una prenda dice algo de uno. Personalmente, no creo que sea así. Y es que, de serlo, seríamos como nos queremos ver y no como somos en la realidad, que va muchísimo más allá de las apariencias. ¿Porque no sirve más enfocarse en hacer lo que dices pensar que en que la gente sepa qué es lo que piensas a partir de lo que consumes? Lo digo porque todavía me acuerdo lo que fueron las Donors para mí: una manera de mostrarle al resto que ya era grande y dueña de mi vida, cuando en realidad solo estaba usando algo que creía que quería usar a pesar de que mi mamá todos los días me dijera que le parecían horrorosas y mi papá me preguntara cuál era el criterio para ponerme unos zapatos tan incómodos. Al final era solo una niña de 10 años creyendo que por tener unas zapatillas me sumaba a una tendencia que, si bien decía tener un discurso, movía una industria a la que poco le importaba mi proceso de búsqueda personal. Mi experiencia con las Donors, aunque pueda sonar ridículo, es una de las lecciones de mi vida. Porque gracias a ellas aprendí que no hay que ser ingenua al creer que las decisiones son personales si están enfocadas en demostrarle al resto algo que únicamente puede existir de manera genuina en la intimidad. Que los discursos poco valen. Y que el consumo nunca es libre, por lo que es mejor evitar lo que supuestamente hay que hacer o usar en un momento determinado. Actualmente la industria está adoptando discursos que dicen apelar a que seamos más conscientes. Tengo mis dudas de que sea posible. Y es que al final se trata de una nueva moda que emerge como ‘lo que hay que hacer y decir’, cuando finalmente solo cambia el objeto de deseo que se debe consumir. Quizás la respuesta es entender que la ropa es solo ropa. Ser superficial no es reconocer que hay cosas que son triviales que nos gustan, sino elegir disfrazar lo mercantil con discursos y posturas políticas cuando, por lo menos en un país como el nuestro, los cambios primero tienen que resonar y tener cabida en espacios que generen un impacto real y concreto para todos. No solo para quienes puedan comprarlos.

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TRABAJO

| Aquí trabajo yo

Maestro sombrerero Texto Constanza Espinoza • Fotos Mila Belén

En la fábrica de sombreros de Gonzalo Delpiano trabajan de lunes a viernes tres personas rodeadas de estanterías con hormas de madera y aluminio de hasta 25 kilos, materiales sin engomar, planchas a vapor, cajas dirigidas a distintas regiones, etiquetas y una alta prensa automática azul eléctrico para las hormas que llevan encima lo que se convertirá en un sombrero. Guido Canales es el único maestro sombrerero de la empresa y a diario prensa entre 100 y 120 piezas. “La mayoría de mi familia es de Chillán y allá la tradición es el sombrero, por eso cuando me

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vine a Santiago empecé a hacer sombreros. No sabía cómo confeccionarlos pero tenía interés en aprender. Ya llevo 25 años en esto”. Aquí los sombreros se hacen a pedido y Guido trabaja junto a otras dos compañeras que cortan, cosen y pegan accesorios. “Siempre quise dedicarme a esto. Creo que si no hiciera sombreros esta no sería mi vida. Hoy quedamos muy pocos maestros sombrereros, la mayoría de las fábricas en Chile cerraron o quebraron. Esto es un arte porque ahora todo llega importado y aquí seguimos luchando”.





MODA

Heredar para transformar Texto Manuela Jobet Producción Jazmín Cortés y Dominga Sivori Fotos Nacho Rojas Asistentes de fotografía Patricio Miranda y Matías Gentillon Maquillaje y pelo Josefina Inostroza

Enterito, Cher, preguntar precio en tienda. Mangas, Loraine Holmes, preguntar precio en lh@loraineholmes.com. Botas, Jacinta, Candelaria Pérez, $120.000. Aro, Isla Astral, preguntar precio en www.proyectometanoia.com.

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1.


1. Look, Martin Luttecke, preguntar precio en mluttecke@uc.cl. 2. Beatle, Sr. Gonzรกlez, preguntar precio en info.sr.gonzalez @gmail.com. Top transparente, Ceremonia, preguntar precio en contacto@ceremonia.cl Traje vintage. Calcetines, Monarch, $4.990. Zapatos, Zara, $27.990.

2.

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Vestido, Gaba Studio, preguntar precio en gabapazm@gmail.com. Pantis, Monarch, $4.290. Zapatos, Zara, $17.990.

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Vestido, MarĂ­a Teresa Cienfuegos Studio, preguntarprecio en info@maria-cienfuegos.com. Pantis, Monarch, $4.290. Zapatos, Polca ZapaterĂ­a, $78.900.

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1. Top y pantalón, Annegret Couture Trouveé con Telas Luz María, preguntar precio en annegret.hielscher@gmail.com. Aro, Victoria Oddo, $45.000. 2. Enterito, Cher, preguntar precio en tienda. Mangas, Loraine Holmes, preguntar precio en lh@loraineholmes.com. Botas, Jacinta, Candelaria Pérez, $120.000. Aro, Isla Astral, preguntar precio en www.proyectometanoia.com.

Desde que en 1873 Luis Pereira le encargó al arquitecto francés Lucien Hénault la construcción de su casa en pleno centro de Santiago, el lugar ha sido testigo y víctima de transformaciones. Cambios que probablemente su creador no solo no imaginó, sino que no proyectó para una de las obras que hizo en su paso por Chile. Es ingenuo pensar que más de dos mil metros construidos en la ciudad podrían sobrevivir al paso del tiempo sin ser intervenidos ni transgredir su esencia. Porque esta mansión neoclásica se convertiría en espacios tan diversos como un colegio, un arzobispado e incluso locales comerciales. A cargo también de la construcción del Teatro Municipal de Santiago, del ex Congreso Nacional y de la Casa Central de la Universidad de Chile, el Palacio Pereira de Hénault tuvo sus años dorados. Y también estuvo en ruinas cuando aún no se le daba el valor que tiene una construcción así. Esto hasta que en 2011 fue adquirido por el Ministerio de Bienes Nacionales, con la idea de reconstruirlo y devolverle la relevancia que merece. Tras ganar un concurso público, desde 2016 que los arquitectos Cecilia Puga, Paula Velasco y Alberto

Moletto han hecho un minucioso trabajo para revivir parte importante de la concepción arquitectónica del palacio. Ha habido comunión en su visión, y eso se nota. Se ve que ingenieros, arquitectos, artesanos, yeseros, estucadores y todos quienes aquí han trabajado lo han hecho con el objetivo de deshacer las intervenciones impropias que sufrió el lugar, pero dejando el paso del tiempo a la vista. Las molduras y ornamentos que se ven dañados están ahí con un propósito. Hubiese sido fácil sacar un molde y replicarlo, pero hubiese sido plástico también. “Legado es plantar semillas en un jardín que nunca podrás ver”, cantan en el musical Hamilton. Y con Cristalina Parra (19), al menos, esa frase tiene todo el sentido. “Muchas veces usamos la palabra patrimonio para referirnos a inmuebles históricos o a ciertas identidades que representan la esencia de la sociedad a la que pertenecemos, pero me parece importante recordar que el patrimonio se refiere a la propiedad, a todo aquello que nos pertenece. Mi patrimonio es mi genética, mi educación, los libros que leo, mi familia, mis amistades y todo con lo que he interactuado a lo largo de mi vida. Mis bienes son mis experiencias, las que se expresan de manera permanente

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“Así como las cosas buenas van con las malas, el patrimonio no es solo eso de lo que nos sentimos orgullosos, es también lo que intentamos silenciar”, dice cristalina Parra.

dentro de nosotros”. Así define Cristalina lo patrimonial. Reconoce que desde hace un tiempo se ha visto interesada por el trauma hereditario, concepto que determina que nuestro patrimonio personal es un ingrediente clave en quiénes somos. Es por eso que se ha preocupado de conocer y aprender más de su sangre. Lo ha hecho escribiendo acerca de su familia y sobre cómo imagina a personajes que aunque quizá nunca conoció, la han transformado en la persona que es hoy. Ellos han definido sus comportamientos, han construido parte de sus ideas. Sin ir más lejos, de su abuelo Nicanor heredó mucho. Lo más concreto, quizás, es el hábito de siempre llevar un cuaderno y un lápiz donde escribir y reflexionar. Y han sido esos escritos los que harán que en diciembre lance Tambaleos, su primer libro. En él recopila los apuntes que tomó durante el año en el que murió Nicanor, terminó el colegio y se fue a estudiar historia del arte a la sede que la Universidad de Nueva York tiene en los Emiratos Árabes. “Mi abuelo era demasiado importante en mi vida porque crecí con él. Es la persona más inteligente que he conocido, pero pienso que sería un error caer en el círculo vicioso de sentir que por ser su nieta tengo que ser exitosa o inteligente y dejar un legado. Sé que nunca voy a ser así, aunque

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me lea todos los libros del mundo y estudie todo lo que quiero estudiar”. Nicanor Parra veneró a Cristalina, a “la niña de sus ojos”, en quien veía una particular belleza de Medio Oriente. Ella eso no lo supo hasta mucho tiempo después, cuando su abuelo ya había muerto y, estando instalada en Abu Dabi, leyó esa declaración en una entrevista que él había hecho tiempo antes. Coincidencia o no, es difícil creer que irse hasta allá no fue una parte más del legado de Nicanor en su historia. “Mucho del patrimonio inmueble mundial es hermoso porque no es perfecto, y aunque suene cliché, estoy convencida de que es justamente ahí donde radica su belleza. Parte del legado de este palacio es precisamente que haya sido abandonado, porque ahora su historia también narra cómo tuvo que ser restaurado”, dice Cristalina. Esa historia, esa carga, esa belleza de lo imperfecto, es la que siente que tiene también su carga familiar. Su propia historia. “La vida siempre en algún momento tiene cosas más o menos feas que quizá no queremos recordar, pero es importante darse cuenta y entender que si eso no hubiese pasado, no seríamos quienes somos”.









NOSTALGIA

| Las prendas de mi vida

La bata de mi abuela Texto Ariel Richards โ ข Ilustraciรณn Holly Jolley

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Mi amor por las plantas es una herencia directa del amor que mi abuela materna le tenía a la naturaleza, en especial a las flores ornamentales. Después de enviudar, siendo muy joven, quedó a cargo de una casona de tres pisos en Viña del Mar: una casa que hasta hoy es un escenario recurrente de mis sueños. La casa estaba emplazada en una pendiente y escondía detrás de una imponente fachada de concreto un pequeño pero cuidado jardín. Ahí ella tenía principalmente arbustos con flores decorativas: rosas, strelitzias y achiras, una especie tropical que – por lo que he averiguado– llegó a nuestro país el siglo antepasado traída por la familia Pümpin, dueños del Jardín Suizo de Valparaíso. Actualmente las strelitzias son consideradas “plantas antiguas”, y, en mi caso, literalmente “plantas de abuela”. Están pasadas de moda, los paisajistas ya no las usan y es raro encontrarlas. Si se las ve en el antejardín de una casa en Santiago seguramente fueron plantadas y cuidadas por alguien que ya ha muerto. Como mi abuela. Ella como casi todas las mujeres de su generación quiso pero no pudo ir a la universidad. Nació en una época en que las mujeres estaban destinadas a hacer familia, mantener sus casas y, en el mejor de los casos, cultivar sus intereses contra lo que dictaba la norma social. Ella encontró en las plantas un espacio de conocimiento, de aprendizaje y de acción. Era temeraria con su jardín, conocía el nombre de cientos de especies y tenía una maestría en el cuidado de las flores. Cuando salí del colegio y decidí irme a estudiar a la Escuela de Arquitectura y Diseño en la Universidad Católica de Valparaíso, lo hice para ganar independencia y distancia de mi familia santiaguina, por eso no me gustó tanto la idea de vivir con mi abuela. Pero en esos años ella pasó rápidamente de ser mi roommate a ser mi inspiración y, de paso, a convertirse en mi mejor amiga. Era una buena conversadora, sabía escuchar y le gustaba hacerme cariño en el pelo mientras yo le contaba mis problemas. Era extremadamente vanidosa y me encantaba verla arreglarse en el espejo, aunque rara vez tuve esa fortuna porque le gustaba estar

siempre impecable, como si se despertara arreglada. De hecho, la última vez que la vi fue en la clínica y lo primero que hizo fue pedirme perdón por no tener las uñas hechas. Le tomé de la mano y la apreté contra la mía. Cuando era más joven, mi abuela había sido más flexible en cuanto a sí misma y a cómo se veía. Se arreglaba poco antes del mediodía, la hora en que salía al centro de Viña, porque la mañana se la podía pasar en pijama, sin una gota de pintura, haciendo las tareas de la casa. Uno de mis primeros recuerdos de ella es fumando, en bata, muy temprano, mientras regaba el jardín de su casa en la calle San José con su manguera verde. Era un momento íntimo que yo solo podía mirar de lejos. Mi abuela dormía poco y se levantaba antes de que amaneciera para tomar desayuno sola. Y después salía con un cigarro a ver sus plantas. Primero se daba una vuelta larga, con las manos en la espalda, inspeccionando los brotes nuevos y el estado de cada una. Luego regaba y se quedaba jardineando, podando y cambiando tierra hasta que el resto despertáramos. Que mi abuela regara en bata no era una cuestión casual. Era una decisión calculada que formaba parte de su estilo. Hablaba del tipo de mujer que era: una a la que le gustaba verse bonita y estar cómoda. Su bata era sencilla pero elegante. La envolvía en un aire cotidiano, pero también la hacía verse sofisticada y femenina. Pienso que esa bata la protegía de la brisa viñamarina que a veces corre de madrugada, pero también era su uniforme de jardinera. Con esa tela liviana y estampada ella se sentía lista para conectar con las plantas. La bata tenía bolsillos a los dos lados, lo que era bien cómodo por si quería dejar una de las manos donde guardaba su cajetilla de cigarros. Yo jamás he ocupado una bata. Pero creo que ahora me gustaría tener una como la suya. Es que cuando los fines de semana me levanto temprano a jardinear y salgo pala en mano, me doy cuenta de que me falta algo que me cubra y que tenga un par de bolsillos para dejar mis manos cuando me quedo mirando las achiras que crecen en la terraza.

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TRABAJO

| Aquí trabajo yo

El oficio de zurcir Texto Patricia Morales • Fotos Mila Belén

Cada mañana a las 8 a.m., de lunes a domingo y hace más de cincuenta años, se abre la cortina del local de Eduardo Espinoza en Providencia. Un espacio de no más de cinco metros cuadrados –atiborrado de hilos, telas y trajes– en el que hace lo que más le gusta: arreglar ropa. “Aunque cambiaron los tiempos y este país se llenó de grandes tiendas que venden prendas desechables, siempre va a haber gente que quiere su ropa, que la cuida y por eso la conserva. Hay trajes que vienen de herencias, que se traspasan por generación. Eso es lindo, porque de cierta manera es darle a un objeto material, como una tela, el valor de la historia”, dice. Aunque parte importante de su día se lo llevan las bastas y los ajustes, es el zurcido el que lo ha hecho conocido.

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Algunos le llaman zurcido japonés, otros, chino. Él prefiere llamarlo zurcido, a secas. Consiste en restaurar una tela que se ha roto usando su misma hebra. “Es lo único que hago a mano, porque no se puede usar la máquina. Hay que ser muy preciso, imitar el tejido de la tela original. Eso permite que casi ni se note, y digo casi, porque siempre queda un detalle; en eso no les miento a mis clientes”. Reconoce que –a pesar de sus 75 años– aún no se jubila porque este trabajo lo hace feliz. “He logrado mi propósito de servir, sobre todo en esta época en que casi todo es desechable y el mundo se está llenando de basura. Cada pieza que reparo es una pieza que no se bota, y eso me hace sentir tremendamente útil”, concluye.


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NOSTALGIA

| Las prendas de mi vida

Usar ropa cómoda Texto Emiliana Pariente • Ilustración Holly Jolley

Mi mamá nunca ha sido una persona convencional. A lo largo de su vida, en la que ha vivido en siete países y se ha reinventado múltiples veces, lo único que se ha mantenido constante es su enorme compromiso social. De chica siempre vi cómo las causas la motivaban a diario. A sus 21 años fue parte de campañas de alfabetización en El Salvador y dos años después, cuando nací, me llamó Emiliana por Emiliano Zapata, impulsor de la revolución mexicana. Ese espíritu revolucionario se manifestaba en todas las dimensiones de su vida, y mientras la publicidad nos hacía creer que las mujeres bellas se veían como Kate Moss y Cindy Crawford, ella optó por alejarse lo más posible de ese imaginario. Lo suyo eran los pantalones cómodos –incluso pijamas– y los chaquetones grandes que heredaba de mi papá o algún otro pololo posterior. Durante mi adolescencia, que transcurrió principalmente en Nueva York, le pedí innumerables veces que se vistiera y maquillara como las otras mamás, pero nunca hubo caso. Crecí renegando de su opción y creyendo que de grande sería todo lo contrario. Sin embargo, a mis 28 años me parezco cada vez más a ella. Esos chaquetones grandes, que nunca tuvieron una intención de declaración –se los ponía porque se sentía cómoda– son los que ahora le pido cuando la veo. Porque esa supuesta falta de preocupación se transformó en una manera de vida que nos define también a mí y a mi hermana chica. Pese a mi resistencia, sus enseñanzas fueron las que calaron hondo, y no así las de la sociedad machista, consumista y publicitaria de los 90.

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MODA

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Geraldine Blazer, Basement en Falabella, $34.990. Vestido, Savia en Espacio Magma, preguntar precio en tienda. Zapatos, Prüne, $69.990. Patricia Blazer, Warehouse en Falabella, $59.990. Pantalón, Warehouse en Falabella, $49.990. Zapatos, Prüne, $69.990.

Una historia natural Texto Alejandra Villalobos • Producción Jazmín Cortés y Dominga Sivori • Fotos Pepo Fernández Maquillaje y pelo Yani Urbina • Asistente de maquillaje Julio Olguín

Cuando chica, Geraldine MacKinnon (40) soñaba con ser como Indiana Jones; una arqueóloga aventurera dispuesta a descubrir secretos. Cuando salió del colegio dio todas las pruebas para entrar a Antropología en la Universidad de Chile, y quedó, pero la mirada pesimista de una arqueóloga del Museo Precolombino la hizo optar finalmente por estudiar arte. Al principio, como la mayoría de los jóvenes, no tenía muy claro qué quería hacer. Recién cuando egresó fue reencontrándose con el mundo natural y conectando con lo que le gustaba. Reencontrándose, porque cuando chica creció, y todavía vive, en La Reina Alta. “Ahí todo era súper rural; las calles eran de tierra y había vacas, caballos y gallinas. Yo vivía en una parcela de frutales, entonces siempre fui bien Tom Sawyer”, recuerda.

Hace diez años retomó su conexión con la naturaleza luego de irse a vivir a Isla de Pascua. Estaba trabajando como fotógrafa y también como profesora de arte del liceo del lugar cuando una arqueóloga le pidió hacer ilustraciones de la isla. Y le encantó. Tanto así que decidió especializarse en ilustración botánica. Al principio fue autodidacta y trabajó por su cuenta; creó un blog (minaturalismo.com) y difundió su trabajo. Gracias a eso fue como la conocieron en el Museo Nacional de Historia Natural. “Para mí este lugar es bien importante porque fue potenciador de mi carrera. En 2010 y 2011 pinté piezas para una de las exposiciones permanentes, además de otras que quedaron como parte de la colección del museo. Unos años después, en 2016, también participé de una residen-

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1.

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2. 1. Cocó: Blazer, Basement en Falabella, $44.990. 2. Cocó: Vestido, Purificación García, preguntar precio en tienda. Patricia: Blazer, Zara, $69.990. Pantalón, Zara, $45.990. Pañuelo, Singolare, $29.000. Zapatos, Nine West, $69.900. Geraldine: Vestido, Tory Burch, preguntar precio en tienda. Zapatos, Nine West, $69.900.

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Geraldine Body, H&M, $19.990. Pollera, Bimba y Lola, preguntar precio en tienda. Zapatos, Nine West, $69.900. Patricia Blusa y pantalón, Bimba y Lola, preguntar precio en tienda. Zapatos, Nine west, $69.900.

cia pintando plantas del herbario”. Para Geraldine, el aporte femenino a este mundo, que históricamente estaba tomado por hombres, es fundamental. “La mayoría de las que estamos en esto buscamos que la ilustración botánica trascienda e involucre a mucha más gente. Para mí ha sido muy bonito ver cómo se ha ido sumando gente, porque hace unos años la mayoría de las personas que se dedicaban a esto estaban ocultas en la academia. Nosotras hemos logrado que sea más abierta, más masiva. Y que incluso sea parte de un movimiento más general que se está preocupando de proteger, de conservar y de poner en relevancia el patrimonio natural”. Patricia Domínguez (35) es la segunda en llegar a la sesión de fotos. Al igual que Geraldine –a quien no solo conoce, sino con la que junto a otras siete mujeres creó el Círculo de Ilustradoras Naturistas de Chile, CINC–, también se siente orgullosa del empoderamiento femenino en esta disciplina. “Antes eran pocas las valientes que participaban de este mundo. Es que en sus inicios estaba en manos de los colonizadores, quienes al ir definiendo los territorios de este ‘Nuevo Mundo’ también iban nombrando y registrando la flora y fauna locales. Es por eso que soy crítica de los registros de ilustración botánica que tenemos en Chile; se usó un lenguaje que no respetó los nombres originarios a través de un estilo supereuropeo de ilustración”. Para Patricia, también artista, su trabajo tiene que ver con entender las relaciones entre especies. “Los animales y las plantas están en una posición bien desfavorable, y nosotros, por otro lado, estamos alienados en la ciudad. Siento que tenemos una necesidad profunda de conectar con la naturaleza y por eso la ilustración botánica, además de funcionar como una meditación científica, es una manera de aportar con educación medioambiental”. Para ella su relación con la naturaleza es sanadora. Y es por eso que además de la ilustración botánica Patricia trabaja con plantas medicinales. Cuando volvió a Chile, después de cinco años estudiando y trabajando en el Jardín Botánico y en el Museo de Historia Natural de

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Cocó Vestido, Bimba y Lola, preguntar precio en tienda. Zapatos, Prüne, $129.990.

Nueva York, lanzó la plataforma Studio Vegetalista, donde hace un cruce entre arte, etnobotánica y cosmologías chamanísticas no académicas. “Trato de abarcar toda la relación entre plantas y seres humanos de una manera integral y cultural”. La tercera en llegar es Cocó Obach (37). Es diseñadora y siempre tuvo una debilidad por las plantas. Hace nueve años vive en la playa, y cuando recién llegó, por cosas de la vida, tuvo que recibir a una turca que andaba dibujando plantas nativas. Ese encuentro marcó el inicio de su pasión. Actualmente imparte clases en Casa de Oficios y sus trabajos pueden verse en cocoobach.cl. “Me interesa dar cuenta de la belleza que veo y traspasarla al papel. Para eso es muy importante ver la planta desde todas sus dimensiones y perspectivas, por eso no funciona tanto trabajar a partir de una fotografía. Una de las gracias que tiene esta disciplina es que en una sola lámina puedes tener el proceso completo de una planta; desde la semilla hasta cuando está en flor o en fruto”, dice. “Para mí este trabajo se trata de rescatar nuestro patrimonio natural. Cuando dibujas una planta y otra persona lo ve, lo que haces es ponerla en valor. Es muy importante acercar lo que hacemos a la gente; que aprendan de flora, y sobre todo nativa, porque uno solo es capaz de valorar algo cuando lo conoce. Y solo cuidas algo que valoras”.


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Vestido, H&M, $29.990. Beatle, Lineatre, $18.900.

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G U Í A | Aprender para no ofender

Las palabras: patrimonio del futuro Por Kalu Downey

El lenguaje que usamos para comunicarnos está vivo y en constante cambio. Si en los sesenta la palabra de moda era macanudo, en los ochenta fue groso y en los 2000, bacán. Vivimos una época en la que sabemos que a partir de cómo decidimos referirnos a las cosas construimos realidad. Y por eso permitirnos cambiar la manera en la que hablamos es una oportunidad para desarrollar formas respetuosas que nos acerquen a una sociedad más amable, empática e inclusiva. “Una de las áreas del lenguaje que es más susceptible al cambio es el léxico, esas palabras que usamos para hablar de este mundo y otros posibles”, asegura Carlos González, doctor en Lingüística y académico del Departamento de Ciencias del Lenguaje de la PUC. En las últimas décadas se han producido cambios desencadenados por el surgimiento de una aldea global o por los movimientos que buscan igualdad de derechos para la mujer, la comunidad LGBTI+ y las personas con discapacidades. A esto se suman los movimientos migratorios, que han llevado a que los chilenos tengamos mayor conciencia de la existencia de otro, y de que uno mismo es un otro, dejando de lado expresiones habituales en la conversación coloquial de hace algunos años. “Lo más relevante es la atención que actualmente existe a un lenguaje que evita hacer discriminaciones sexistas entre hombres y mujeres o diferencias xenofóbicas, transfóbicas y otras, sobre todo en discursos o espacios públicos”, asegura Pablo Astudillo, académico e investigador de la UAH, quien se ha dedicado al estudio de la diversidad sexual y género en contextos educativos.

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“Más allá de

palabras puntuales, lo primero que necesitamos como sociedad para avanzar hacia un lenguaje más amable,

que no ofenda

sino que integre, es vernos,

reconocer

quiénes somos, saber cuáles son nuestros intereses, alegrías y dolores.

Necesitamos comprendernos”. isidora mena, psicóloga y directora ejecutiva de valoras uc.



CINCO PALABRAS QUE QUISIMOS DEJAR ATRÁS

Estas denominaciones, aceptadas hace algunas décadas, actualmente han quedado fuera del lenguaje formal y de a poco han empezado a salir del lenguaje coloquial por ser consideradas ofensivas o discriminadoras.

Decíamos

Decimos

Niña Mujer

(para referirse a una mujer adulta en tono condescendiente)

Indio Nombre del pueblo (para referirse a alguien perteneciente a una etnia originaria)

originario al que pertenece

Maricón Homosexual Marimacho Lesbiana Inválido Persona con discapacidad “Nadie se atrevería a decir estas palabras en un espacio público, pero si analizas las rutinas de humor, siguen persistiendo formas de discriminación que tienen sus propias víctimas. Y debemos hacernos cargo de eso”. pablo astudillo, doctor en sociología, especialista en diversidad sexual y temas de género en contextos educativos.

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CREAR UN LENGUAJE RESPETUOSO

Para poder designar ciertos objetos u ordenar el cómo deben ser las personas, actualmente siguen existiendo normas sexistas. En ese contexto, según comenta Pablo Astudillo, los adultos tienden a ver a los adolescentes como personas con menos prejuicios de este tipo, lo que no significa que sean más cuidadosos. A ojos del especialista, cada generación defiende los cánones de cómo creen que deben ser las personas y los integran lo mejor que pueden a través del lenguaje, pero también reproducen sus propias formas de discriminación. Esta situación que hace sentido en la teoría se torna compleja a la hora de criar y ser autoridad frente a los más jóvenes. La psicóloga Isidora Mena recomienda construir una relación que se aleje de cualquier forma autoritaria clásica como cerrar conversaciones “porque soy tu mamá y yo lo digo” o “porque soy tu papá y punto”. “La autoridad debe estar en la capacidad de vincularnos con los más jóvenes, de comunicarnos de verdad. De escuchar y darles valor a las necesidades que transmiten, no tratarlas como demandas a las que se responde irreflexivamente”, asegura.

3 CLAVES PARA CONSTRUIR UNA AUTORIDAD RESPETUOSA DESDE EL LENGUAJE

Escucha

de verdad Sin prejuicios, sin temor ni preguntas insidiosas, sin interés en darles consejos. Solo escucha genuinamente.

Expresa

tu opinión

(y entiéndela como tal) Esa es tu perspectiva, y no es la única. Pregúntales su parecer frente a ellas.

Respeto

para ser respetado Trátalos con respeto y exígelo de vuelta como lo harías con cualquier ser humano par.

PARA FAVORECER EL LENGUAJE AMABLE DE LOS NIÑOS

Promover la imaginación y el juego libre Fomentar la escucha y canto de canciones o rondas que cuiden la infancia

Compartir y jugar con otros Respetar cada momento del día

Mantener el lenguaje cariñoso de los adultos cuidadores

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MODA

1.

Identidad en tránsito Texto Emiliana Pariente • Producción Jazmín Cortés y Dominga Sivori • Fotos Nacho Rojas • Asistentes de fotografía Patricio Miranda y Matías Gentillon • Maquillaje y pelo Yani Urbina • Asistente de maquillaje Julio Olguín

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1. Florence Vestido, Zara, $35.990. PantalĂłn, Privilege, $44.990. Zapatos, Aldo, $54.900. Widenska Top, Margo Baridon en Espacio Magma, preguntar precio en tienda. Pantalones, Zara, $35.900. Zapatos, Nine West, $69.900. 2. Top, Reciclage I Love, $17.000. Aros, Adolfo DomĂ­nguez, $40.000.

2.

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Florence Vestido, H&M, $29.990. Pantalón, Adolfo Domínguez, $149.000. Zapatos, Gacel, $49.950. Giovana Túnica, Adolfo Domínguez, preguntar precio en tienda. Pantalón, Cher, $169.990. Zapatos, Prüne, $69.990.

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1. Vestido, Qüina, preguntar precio en tienda. Suéter, El Trato, $25.000. Pantalón, Lineatre, $40.900. 2. Top, Neutro, $49.900. Aros, Mango, $19.990.

1.

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2.

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Widenska Top, Reciclage I Love, $17.000. Pantalón, Mango, $59.990. Zapatos, Nine West, $54.900. Florence Vestido, Adolfo Domínguez, preguntar precio en tienda. Pantalón, Basement en Falabella, $24.990.

Ganas de desarrollarse a nivel personal y profesional, mejores oportunidades laborales, crear proyectos de vida junto a la pareja, por amor o mera curiosidad. Estas son algunas de las razones por las que Giovana Franceschetto (40), Florence Collin (51) y Widenska Andre (19) decidieron dejar atrás sus países natales y desplazarse en búsqueda de nuevas posibilidades. Ellas son parte de los más de 1.251.000 extranjeros que actualmente viven en Chile y que representan, según las cifras entregadas por el INE en 2018, el 6,6% de la población local. Las tres llegaron en distintos momentos de sus vidas, pero coinciden en que el proceso de adaptación a una cultura nueva ha significado una transformación personal; en estos años han mantenido su esencia, pero también han incorporado prácticas, hábitos y costumbres que han ido modificando sus personalidades. Las une esa sensación de no pertenecer del todo, que da paso a una pregunta diaria de cómo se logra un equilibrio entre lo propio y lo ajeno. Entre mantener lo que se quiere heredar y romper con lo que hay que dejar atrás. Giovana llegó de Brasil hace dieciséis años, luego de haber estudiado arquitectura en Porto Alegre, de la mano de su entonces pololo chileno. Florence, diseñadora textil originaria de Lyon, llegó hace diez años junto a su marido chileno y su primer hijo. Widenska llegó de Haití –luego de haber vivido en República

Dominicana– hace cinco años. Se vino con su hermana y su tío un tiempo después de que sus papás se instalaran en Santiago en busca de mejores oportunidades laborales. Y si bien las razones de su llegada son diferentes, las tres se reconocen como una recopilación de fragmentos de distintas tradiciones y culturas. Se han insertado en una sociedad consolidada pero en transición y son, de alguna forma, híbridos culturales que combinan lo mejor de diversos mundos. Son las diez de la mañana y la primera en llegar al estudio en barrio Italia es Widenska. Su pelo está amarrado, pero sus rulos se notan a la distancia. Desde que llegó a Chile, a los 14 años, dice que no ha logrado dar con el producto ideal para su tipo de pelo. Es por eso que se junta cada cierto tiempo con otras haitianas y comparten datos de belleza para pieles oscuras y pelos crespos. Además de ser la última Miss Haití, está terminando cuarto medio en un colegio técnico en el que le enseñan a administrar empresas. Si bien se siente de aquí y de allá, admite que ya no le resulta fácil hablar en creole, razón por la que varias de sus amistades de la infancia no perduraron. Pero eso no la hace desconectarse de sus raíces. “Quiero aprovechar las oportunidades que he tenido acá para después aplicar mis conocimientos en Haití y devolverle algo de lo aprendido a mi gente”. Cree que de haberse quedado en su país natal no habría tenido la posibilidad de estudiar y trabajar.

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“Somos muchos los haitianos que llegamos buscando oportunidades, y al ser muy trabajadores nos hicimos indispensables para el desarrollo económico de Chile. Eso es parte importante de nuestro aporte”. Giovana llegó cuando tenía 24 años. Había vivido en varias ciudades de Brasil, pero el lugar con el que más se identificaba hasta entonces era Porto Alegre, donde estuvo durante trece años. Llegó ilusionada por conocer una cultura nueva, aunque el proceso inicial de adaptación no fue fácil. “En Brasil la gente es expresiva y le gusta interactuar; no existen los límites entre lo que uno es en la intimidad y lo que es hacia afuera. Pero esos límites eran muy marcados, y si bien se han difuminado siguen estando presentes”, reflexiona. En eso Widenska concuerda. Lo que más extraña de Haití es la calidez de la gente, pero por sobre todo la manera en la que los haitianos plantean el acto comunicacional. “En Haití todo es una excusa para expresar, y no se le teme al enfrentamiento. Acá, en cambio, discutir se asocia a algo negativo”. En ese sentido, para Florence la gente en Chile es mucho más cariñosa y abierta que en su país de origen. “Cuando llegué me impresionaba mucho que al entrar a un negocio me saludaran diciendo ‘hola, cariño’. Y es que allá somos fríos y abrazamos poco”, cuenta. Sin embargo, al llegar a Santiago –cuya población es mayor que la de París– sintió que estaba en

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una provincia chica. “El hecho de que exista una élite que tiene cierto poder y que todos conocen es propio de una pequeña ciudad. Pero siendo extranjera, he asimilado lo bueno y no me he sentido parte de esos códigos”, dice. Por lo mismo, a sus dos hijos trata de inculcarles ciertos hábitos propios de su cultura, como que no dependan de ayuda en las labores domésticas. Cuando llegó hace 10 años abrió su propia tienda de ropa, El Trapo, que rescata técnicas de tejido artesanal y se inspira en las antiguas fábricas textiles del país. En estos 16 años Giovana ha ejercido como arquitecta y urbanista independiente, y hace un tiempo fue nombrada directora de la fundación Ciudad Emergente. Parte de su proceso de adaptación incluye un trabajo personal continuo. “Sigo siendo la misma persona espontánea y natural, dispuesta a dejar mi corazón en la mesa, pero la inteligencia emocional radica justamente en saber cuándo es bueno hacerlo y cuándo no. Siento que ahora tengo la capacidad de discernir entre lo que se puede decir y lo que quizás me va a exponer en ciertas situaciones. Esto en parte es porque he madurado, pero también porque aprendí los códigos sociales y conocí mejor la idiosincrasia”, dice. “Como extranjeros creo que tenemos que armar tribu, aprender el idioma e insertarnos, pero también contribuir desde nuestra propia esencia”. Además de su experiencia, por su trabajo ha visto cómo el

aporte de los inmigrantes se siente en las lógicas urbanas: “Se imponen nuevos estilos, colores y sabores. Al querer crear comunidad, existe una apropiación natural del espacio público en pos de generar vida de barrio. Eso da paso a una vida urbana totalmente nueva”. Lo cierto es que las tres han sido capaces de forjar una identidad en la que confluyen ciertos hábitos y costumbres heredados –una suerte de patrimonio personal– y otros adquiridos. Esa fuerza, muy característica de lo femenino, ha hecho que transiten por los cambios propios de un proceso de adaptación. También han sido testigos, desde distintas veredas, de cómo Chile ha cambiado en estos últimos años. Mientras Giovana y Florence llegaron a un Chile en el que no existía mucha diversidad, Widenska llegó en un minuto en el que el país estaba abriendo sus puertas a distintas culturas y esta influencia se notaba en las calles. “En este tiempo la clase media explotó y se ha gestado una generación de jóvenes profesionales que reciben una educación que quizás sus padres no tuvieron. Ese cambio de paradigma es relativamente reciente, y ha dado paso a que la ciudad y las mentalidades se expandan”, dice Florence. Para Giovana, parte importante de ese cambio se debe a la apertura a nuevas culturas. “La migración ayuda a preservar la especie, porque si nos quedáramos estancados nos extinguimos. Finalmente, migrar es una forma de evolucionar”.



TRABAJO

| Aquí trabajo yo

Entre hilos y agujas Texto Constanza Espinoza • Fotos Mila Belén

En la mitad de un pasillo de la Galería Providencia está el pequeño taller de costura Josephine, que a pesar de su reducido tamaño se distingue por su luminosidad y por la ropa que se asoma desde los muebles. Sentada frente a su máquina de coser se encuentra Olga Bahamondes, que a sus 77 años suele arreglar un promedio de cinco prendas todas las tardes. Su camino comenzó cuando era chica y veía a su mamá trabajar como modista, y más tarde estudiando corte y confección. Así empezó a trabajar de forma

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particular en su casa y en diferentes talleres hasta llegar a su actual local. “Empecé a los 21 años y estoy instalada aquí desde hace 30”. Aunque en Josephine hacen de todo, su fuerte son los arreglos de vestidos de novia, blusas, pantalones y piezas de sastrería. “Algunas cosas cuestan más que otras, pero todo se soluciona con habilidad e ingenio. Tengo clientela fiel desde hace años y ellas me incentivan y levantan el ánimo cuando es necesario. Quizás por eso siempre hay harto trabajo”.



NOSTALGIA

| Las prendas de mi vida

Vestidos bordados Texto Francisca Urroz • Ilustración Holly Jolley

Es cliché, lo sé. Pero desde que soy mamá mi forma de ver las cosas cambió totalmente. Ya casi no me compro nada para mí, porque todo es para mis hijas, de tres y un año. Mis favoritos son los vestidos y blusas bordadas. Sé que los niños crecen rápido y por lo mismo son muy pocos los usos que se les dan a este tipo de prendas a esa edad, pero quiero dejarles prendas heredables, que ojalá usen también mis nietas. Al mirar mis fotos de chica, mi mamá siempre me ponía delantales blancos y vestidos con nido de abeja, que en mi adolescencia me parecían horribles, pero ahora, al ser un poco más vieja, valoro mucho. Esta técnica, conocida también como punto smock, les dio vida a todos los vestidos que usamos alguna vez, pero que con la llegada del retail son cada vez más difíciles de conseguir. Y no solo porque pocas personas los hacen, sino también porque un vestido así pasa por cuatro procesos distintos y por hasta cuatro manos, que suelen ser señoras que cosen y bordan en sus casas. Es un hecho que la ropa es la nueva basura, por lo que mi grano de arena es comprar prendas artesanales que no pasen de moda y aportar para que, ojalá, estas técnicas tradicionales no desaparezcan.

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COCINA

| La once

Once completa Por @Proyecto.Once Fotos Constanza Miranda

“La forma en la que nos relacionamos con la once en Chile está llena de contrastes. Da lo mismo la hora. La mía, por ejemplo, era muy tarde porque el horario estaba condicionado por las teleseries, la llegada de mis papás del trabajo y las ganas de tomarse algo caliente”, recuerda el arquitecto Nicolás Valencia, quien los domingos solía reunirse a comer completos con té junto su familia en Renca. Hoy revive esa tradición en un local del Portal Fernández Concha.

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COCINA

| Palabra de chef

Texto Constanza Espinoza

En febrero de este año The World’s 50 Best le dio el premio a la Mejor Chef Femenina de Asia a la india Garima Arora. Después de recibirlo, ella misma se encargó de revelar un detalle en el título que la incomodó: el premio lleva la etiqueta de mujer y no la reconocía simplemente por su trabajo. “Las mujeres todavía arrastramos muchas etiquetas, pero todo lo que nos ocurre es una oportunidad y es lo que haces con ella lo que importa”, dijo. Garima Arora es la fundadora y cocinera del Restaurante Gaa de Bangkok, en Tailandia, que desde el año pasado cuenta con una estrella Michelin. Esto la convirtió en la primera –y hasta ahora única– mujer de la cocina india en ser reconocida con este premio. En la cocina del Gaa se aplican técnicas de todo el mundo para trabajar con ingredientes locales y tiene como objetivo cambiar la mentalidad a nivel internacional sobre lo que es la cocina india. La chef define su restaurante como no-tailandés y no-indio, pero en sus platos hay técnicas milenarias de la India, que con el paso de los años influyeron en la asiática. Lo que busca en esta mezcla entre innovación y tradición es generar una reacción. La chef describe su filosofía así: “Quiero hacer algo que nadie haya hecho antes y nadie haya probado. Cada bocado debe sorprender”.

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COCINA

| Secreto de familia

Ensaladilla rusa

Comparte tu secreto de familia en hola@paula.cl

Por Paula Cocina • Ilustración Holly Jolley

“Esta receta se hace en Rusia desde siempre. Me la enseñó mi abuela yugoslava y con ella vuelvo al olor de su cocina y a mi primer delantal, que ella me bordó”, recuerda Ivania Kliwadenko Richaud (38), quien la prepara en ocasiones especiales con su familia.

5 papas grandes 3 zanahorias 150 g de arvejitas (frescas o congeladas) 1 lata pequeña de pimientos de piquillo 4 huevos duros (de uno de ellos pico la clara para la ensaladilla y uso la yema para decorar) 120 g de atún en aceite de oliva Aceitunas verdes Aceite de oliva virgen extra Mayonesa (casera, ideal) Eneldo fresco Perejil fresco Ciboulette fresco Hinojo 1. Primero pelo las papas, las corto y las pongo a cocer en una olla con agua y sal junto a las zanahorias. Dejo cocer 20 minutos hasta que todo esté tierno y cuelo. Pongo todo en un bol y agrego aceite de oliva, para dejar enfriar. 2. Luego dejo cocer las arvejas aparte, entre 3 y 5 minutos, las escurro y vierto en un bol con agua con hielo para cortar el punto de cocción. Reservo el agua de cocción de los huevos y agrego un chorrito de vinagre que ayuda a que no se rompan, durante 12 minutos. Cuando todo está frío pico en cuadraditos las zanahorias y tres huevos, el cuarto lo guardo para emplatar. 3. Añado el atún desmenuzado, las aceitunas, arvejas, pimiento de piquillo picado y 5 cucharadas colmadas de mayonesa, más un chorrito de aceite de oliva. Revuelvo bien. Pruebo la sal y rectifico. Agrego hinojo, perejil y ciboulette. 4. Pongo todo en una fuente y cubro con mayonesa, decoro con tomates cherrys y hierbas. Refrigero hasta servir.

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LECTORAS

| Hablemos de amor

Sin celos, ¿es amor?

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Por Javiera Díaz en conversación con Victoria Misito

esde chica crecí con un ideal de pareja bastante dañado. Mis papás se separaron cuando tenía ocho años porque los dos habían sido infieles y nunca se esforzaron por esconder la realidad. Me tocó ver a una familia –que hasta ese entonces creía perfecta- destruirse de un día para otro. Y aunque ellos jamás buscaron hacerme daño, terminé por transformarme en una mujer muy celosa, controladora e insegura. Una que hasta el día de hoy está luchando por controlar su miedo a la traición.

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Mi segundo pololeo me marcó bastante, ya que fue la primera vez me enfrenté a mis celos. Si mi ex salía con sus amigos me dolía la guata y dejaba de comer. Lo pasaba pésimo porque mi cabeza pensaba todo el tiempo en las desgracias que podían pasar: que él conociera a otra persona, que le diera un beso a alguien o incluso que lo miraran más de lo normal. Me ponía en los peores escenarios y me dañaba a mí misma, sin tener alguna excusa para desconfiar. Una vez -y esta es una de las cosas de las que más me arrepiento y avergüenzo en mi vida- llegué a un nivel tan alto de locura que le fui infiel por miedo a que él lo hiciera primero. Sentía que algo extraño podía pasar y preferí adelantarme. Esa situación me hizo tocar fondo y darme cuenta de lo enferma que podía llegar a estar. Creo que una de las cosas más importantes es aceptar que los celos, sin importar el grado de intensidad, son una enfermedad. Una a la que la gente no le toma el peso. A mí siempre me molestaron por este problema. Si salía algún meme, me etiquetaban o me lo compartían por WhatsApp. Y yo me moría de la

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risa. Encontraba cómico cumplir con el rol de la celosa en mi círculo de amigos, ya que como está tan normalizado, no veía la gravedad. Sin embargo, era algo que, a puertas cerradas, me hacía sufrir y pasarlo mal todos los días. Con mi pareja actual llevamos cuatro años pololeando. No voy a mentir y decir que después del episodio que me mandé con mi ex hubo un cambio rotundo en mí. Al principio fui la misma bruja de siempre. Le revisaba el celular todo el tiempo y siempre creía encontrar algo. Como él salió de un colegio de hombres, si una mujer le hablaba, yo me alteraba. Y resulta que siempre terminaba siendo alguien que le escribía por trabajo. Tampoco lo dejaba salir a bailar. Una estupidez porque a mí me encanta hacerlo. Hasta ese momento todavía no me daba cuenta del daño que estaba provocando, pero hubo un episodio que fue como un balde de agua de fría. Un día armé un escándalo muy grande porque encontré unos calzones que no eran míos en su clóset. Y resulta que terminaron siendo de mi hermana porque se los había robado sin darme cuenta. Ahí dije ‘ya no más. Esta locura se acabó’. Toqué fondo y decidí hacerme cargo de mi problema. Me di cuenta que no podía seguir con esto. Que no era sano, ni para mí ni para el otro. Que no quería ser la loca que estaba controlando todo porque es un desgaste totalmente innecesario. Eso solo provoca malos ratos y es súper humillante. Sabía que no podía seguir atascada en esa ‘comodidad’ de poder controlar todo y normalizar algo que está mal. Estaba cansada de manipular cada situación a mi favor. Así que decidí meterme a terapia para hacerme cargo de mi problema. Ahora, que han


pasado un par de meses, me siento mucho mejor, pero también reconozco que cada día es un nuevo desafío para tratar de soltar.

mujeres en Instagram que solo me provocaban ganas de ser como ellas. Creo que si uno no hace un buen uso de las redes sociales, termina metiéndose basura en la cabeza.

Con el tiempo aprendí que, además de mi historia familiar, gran parte tiene que ver un tema de inseguridad. Creo que si uno no se ama a sí misma, se empieza a cuestionar el por qué el otro lo debería hacer. Yo crecí en un ambiente donde siempre se habló mucho del físico, sin medir las consecuencias de lo que eso significa. En un ambiente donde todos podían opinar si uno estaba muy gorda o muy flaca. Y pienso que eso puede pasar la cuenta. Mi abuela fue una mujer muy dura para decir las cosas y mi mamá heredó un poco eso. Una parte de mi terapia fue dedicada a tratar ese problema. A dejar de compararme y sentirme menos que el resto. Ahora dejé de seguir a cientos de

Aprendí a dejar de pensar que los celos pueden significar una muestra de amor. Que nunca una dosis de control va a ser sana en una relación. Yo muchas veces me cuestioné el por qué mi pareja no era así conmigo, sin embargo, él siempre se preocupó de aclararme que el amor no significa eso. Que no se trata de ejercer poder o control sobre otro. Sino que todo lo contrario: amar, aunque algunas veces pueda ser complicado, solo debería brindar cosas positivas. Eso lo sé ahora, pero también sé que aún me queda mucho por superar. Javiera Díaz tiene 25 años y es chef.


LECTORAS

| Hablemos de maternidad

¿Tienes una historia de maternidad que contar? Escríbenos a hola@paula.cl

Mis hijos y el trabajo Por Marie-Cécile Delannoy en conversación con Manuela Jobet

i hijo mayor tiene tres años y medio. Cuando nació, yo trabajaba y tenía el puesto con el que siempre había soñado. Todo iba bien hasta que se empezó a acercar el fin de mi postnatal. Me llené de angustia, no quería dejar a mi guagua. Solo quería estar a su lado.

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Ni mi familia ni la de mi pareja nos podía ayudar a cuidarlo y la opción era llevarlo a una sala cuna. Pensar en eso y en que la producción de leche me pudiese bajar por separarnos me daba miedo. Por eso quise emprender, motivada por no tener que alejarme de mi hijo. Partí tratando de ser independiente, pero eso no me resultó y volví al mundo laboral, a un trabajo estable. Estando ahí me embaracé de nuevo. Y fue heavy, porque además estaba en medio de una crisis amorosa con mi pareja. Sé que hay gente que trata de arreglar las cosas con los hijos, pero a nosotros ella nos llegó de manera inesperada y nos unió. En este nuevo trabajo me estaba yendo muy bien. Lo pasaba bien y me gustaba mucho, pero otra vez volví a sentirme como la primera vez cuando se acercaba el fin del postnatal. Asustada y angustiada decidí no vivir lo mismo, pero esta vez era diferente, no podía no trabajar porque mi hijo mayor ya iba al colegio y eso implica más gastos, más responsabilidades. Tenía que hacer algo. Así fue como llegué a estudiar para ser asesora de lactancia y de BLW, un método de alimentación más o menos nuevo. Descubrí ahí algo que me apasiona. El mundo de los niños siempre me interesó mucho, y la maternidad me acercó a eso. Sentía que la maternidad estaba demasiado idealizada y que había que transparentarla, porque se cree

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que las cosas son fáciles pero muchas veces no lo son. Escribiendo mi historia y sentimientos vi que a muchas nos pasa lo mismo. Recibí mensajes que me agradecían y se sentían acompañadas. Y eso me ayudó a convencerme de que tenía que estudiar algo relacionado. Y renuncié, muerta de miedo, al trabajo que me estaba esperando. Hay días en los que digo qué voy a hacer, en qué me metí, pero cuando pienso en eso trato de volver al sentido; que esto lo hice porque quiero estar más con mis hijos. Hoy hago talleres sobre los temas que he estudiado y a todos puedo ir con mi guagua, y puedo también ir a buscar a mi hijo al colegio y no mandarlo a un after school. Detrás de esta decisión hay un tema económico que no es menor. En nuestro caso, mi pololo estudia y trabaja. Como estamos pagando una carrera y los gastos propios de una familia, nos fuimos a vivir con mi mamá y compartimos gastos con ella. No fue fácil, pero es un sacrificio que hacemos para cumplir este sueño. Siempre se sacrifica algo, pero eso tiene otros beneficios que hacen que para mí todo valga la pena. Debemos cuidar mucho la plata y eliminar los gastos que no son una necesidad primaria y eso está bien, porque si lo pienso, por otra parte me estoy ahorrando el furgón que llevaría a mi hijo, el jardín al que lo tendría que llevar en las tardes para poder ir a trabajar, y una cuidadora para mi hija menor. De alguna manera ahorro en el cuidado y llegué a esta fórmula que es la que más me acomoda y me hace feliz. Marie-Cécile tiene 29 años. Es mamá de dos hijos y asesora de lactancia y del método de alimentación BLW.



MERCADO

Nueva apertura

Talento joven

Día del Vino

Privilege sigue creciendo. La marca nacional de ropa inauguró su tienda número 24, ubicada en Plaza De Los Ríos Mall, el principal centro comercial de Valdivia, en el corazón de la ciudad.

Mirna Carrasco, chef del Hotel Director, competirá en la semifinal latinoamericana de S. Pellegrino Young Chef, que busca coronar al mejor talento joven de la cocina a nivel mundial.

Las viñas del valle del Maipo y Colchagua, Pérez Cruz, Viu Manet y Terra Mater celebrarán el Día del Vino con entretenidas actividades como degustaciones, recorridos por las bodegas y tours por sus viñedos.

privilege.cl

Para apoyar a Marina entra a sanpellegrinoyoungchef.com

terramater.cl perezcruz.com viumanent.cl



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ORÁCULO

Primero ámate a ti misma Texto Ariel Richards • Ilustración Gertrudis Shaw

Esta semana, con una fuerte relación entre el Sol y Marte, los astros han elegido una carta de infinita sabiduría: el drag queen norteamericano RuPaul. Marte es el planeta de las relaciones, y el llamado de esta carta es a cultivar uno de los vínculos más importantes y a veces uno de los más olvidados: el lazo de amor con nosotras mismas.

Sugerencia: “Si quieres estar invitada a la fiesta, mejor ten algo para llevar”, dice RuPaul. Esto hace referencia a que nada de lo que deseamos lo podemos conseguir si no partimos por nosotras. Color: Todos los colores. “Creo en ocupar todos los lápices del lapicero”. Número: 1994, el año en que se convirtió en rostro de MAC Cosmetics. Libro: El retrato de Dorian Grey, favorito de RuPaul.

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RuPaul es un ícono de la moda, de la belleza y de la transgresión, pero también ha sorteado su camino a lo masivo a través de un discurso de empoderamiento y respeto a la identidad propia: “Convertirte en la imagen de tu propia imaginación es lo más poderoso que puedes hacer”. Las herramientas que rescata esta carta son principalmente la creatividad y el humor. Este no es un llamado a la banalidad, todo lo contrario. Es a tomarnos las cosas con su justo peso y a no sobredimensionar, a conocernos tanto que nadie nos pueda decir quiénes somos. Y es que muchas veces la estrategia para salir de un problema o solucionar un contratiempo es la más simple. Esta semana el Oráculo nos invita a ser más auténticas y a caminar por el mundo vistiéndonos y viéndonos como nos sintamos más cómodas. Si es con color, que sea con todos los colores. A no tener vergüenza y a no pedir perdón por cómo somos. A ser preciosas, preocupadas por nosotras. Porque “si no te puedes amar a ti misma, ¿cómo vas a amar a alguien más?”.




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