El desarrollo de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, así como el de las técnicas de reproducción de la imagen, permitió, a partir del Renacimiento, hacer del libro ilustrado el más efectivo medio de comunicación y difusión del...
moreEl desarrollo de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, así como el de las técnicas de reproducción de la imagen, permitió, a partir del Renacimiento, hacer del libro ilustrado el más efectivo medio de comunicación y difusión del conocimiento. El libro con imágenes serviría para todo tipo de objetivos y causas, algunas ya con una cierta tradición en las miniaturas que habían iluminado los libros amanuenses, como los códices miniados con fines religiosos (Beatos, Libros de horas), o en cierta literatura cortesana y galante, elaborados casi como exquisitas obras de orfebrería. A partir de estos ejemplos, la epistemología pre-científica renacentista ampliaría notablemente los ámbitos en los que se hacía necesario reunir texto e imagen para una mejor transmisión de las ideas y de la información, siendo la arquitectura, la botánica, la mecánica, el arte de la guerra, la astronomía y la cartografía, las principales disciplinas que fueron dotadas inicialmente de un aparato visual demostrativo, para extenderse con el pasar de los siglos a la práctica totalidad de las artes y las ciencias, llegando en el siglo XVIII al modelo enciclopédico ilustrado aún vigente. 1 Los nuevos tiempos requerían nuevos medios técnicos, pero, sobre todo, unos que permitieran progresar sobre las limitaciones previas. Estas no solo tenían que ver con una mayor productividad, asequibilidad y difusión de los volúmenes impresos, sino, también, con la superación de la falibilidad (incluso de los vicios) que había demostrado el sistema amanuense de copiado. Las miniaturas iluminadas habían estado sujetas a una rosario de interpretaciones y modificaciones introducidas por los sucesivos copistas que, en muchas ocasiones y poco a poco, iban desvirtuando todo parecido con el original. Por el contrario, la imprenta permitía eliminar el albur interpretativo y fijar un texto y una imagen de carácter estable, al menos para cada edición. No obstante, tal y como señala Elisabeth Einsenstein en The Printing Revolution in Early Modern Europe (1983), los primeros momentos de la imprenta, lógicamente aún sin una definición deontológica o profesional del medio, conservaron rasgos viciados que en ocasiones tenían que ver con una cierta picaresca. Este era el caso de editores que, por razón de ahorro, utilizaban ilustraciones que no se correspondían estrictamente con las entradas indicadas en el texto. Más en concreto, la autora da cuenta de un ejemplo pertinente con el tema que nos ocupa en estas páginas, como es el de uno de los más célebres incunables, el Liber Chronicarum o Crónicas de Núremberg (1493), en el que el editor Anton Koberger utiliza el mismo taco grabado en madera de una vista urbana para ilustrar muy distintas ciudades: Maguncia, Bolonia y Lyon; operación que, no conforme con esto, repite también en los casos de Verona y Mantua. La gran obra que vendrá a superar este tipo de problemas intentando ajustarse a la fidelidad del objeto representado, mediante el envío de dibujantes a las diversas localizaciones, será Civitates Orbis Terrarum editada por Georg Braun (1572), un libro esencial en la antesala del proyecto Imago Urbis (véase catálogo, 1.3). Esta actitud en apariencia despreocupada del copista y del editor sobre los necesarios criterios de mínima fidelidad y coherencia entre imagen y texto-que poco tiempo después y hasta nuestros días pasarían a ser imperativos-, se corresponde posiblemente con el tránsito de una posición epistemológica gobernada por esquemas medievales de pensamiento escolástico, en los que prevalecían conceptos universales (en el caso 1 Denis Diderot y Jean Le Rond D´Alembert, L´Encyclopédie (1751-72). Esta obra consta de 17 volúmenes de texto y 12 volúmenes de láminas con un total de 2.885 ilustraciones.