Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
pp. 9-40.
“Transfiguraciones de la naturaleza en la obra de Manuel Gutiérrez Nájera”/
“Transfigurations of nature in the writings of Manuel Gutiérrez Nájera”
Carmen V. Vidaurre Arenas
Resumen:
En algunos textos de Manuel Gutiérrez Nájera, las referencias a la naturaleza y la flora
tuvieron un lugar importante, su estudio nos permite precisar algunas de las modalidades del
imaginario poético del escritor mexicano e identificar fenómenos de intertextualidad
específicos, que dan cuenta del papel que los clásicos greco-latinos, la obra de Zola, y la
tradición simbolista, tuvieron en sus producciones. Este análisis también nos lleva a
identificar afinidades concretas que sus escritos guardan con una serie de obras gráficas
británicas y francesas, entre las que se encuentran diseños de Walter Crane y Jean de
Grenville.
Palabras Clave:
Gutiérrez Nájera, Modernismo, intertextualidad, interrelaciones entre las artes, Literatura
Mexicana.
Summary:
In some of the texts of Manuel Gutiérrez Nájera, the references of nature and flora had
significance, his study allows us to focus on some of the modalities of poetic imagination of
the Mexican writer an identify specific intertextual phenomena, that made the role of the
Greco-Roman classic, the work of Zola, and the traditional symbolism, that had in his
productions. This analysis also allows us to identify concrete affinities that his writings have
with a series of British and French graphical works, in which we find designs by Walter
Crane and Jean de Grenville
Keywords:
Gutiérrez Nájera, Modernism, Intertextuality, Interrelationships in the arts, Mexican
Literature.
El estudio de las referencias a la flora y la naturaleza en algunos textos de Manuel Gutiérrez
Nájera no sólo nos permite determinar la importancia, semántica e implicaciones ideológicas,
que las mismas desempeñaron en su escritura, también nos brinda la oportunidad de analizar
las “transfiguraciones” derivadas de la representación verbal de los elementos de la
naturaleza, así como fenómenos de intertextualidad específicos (Genette 1989: 10-11) que
no han sido señalados con precisión o que no han sido identificados, y que dan cuenta del
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papel que los clásicos greco-latinos, la obra de Zola y la estética decadentista, tuvieron en
algunas de sus producciones, al mismo tiempo que hacen visibles las afinidades concretas
entre sus escritos y un conjunto de obras gráficas británicas y francesas del siglo XIX, que
gozaron de difusión en impresos contemporáneos al autor mexicano. De este tipo de
fenómenos textuales nos ocuparnos aquí al estudiar un corpus breve de obras, se trata de una
de sus crónicas teatrales, algunos de los poemas reunidos en 1897 (dos años después de su
muerte), uno de sus relatos y una de sus “adaptaciones” de obras extranjeras, con el objeto
de brindar algunos ejemplos de los distintos géneros que Gutiérrez Nájera cultivó, dando
preferencia a obras poco analizadas.
La naturaleza en los versos de Gutiérrez Nájera
Manuel Gutiérrez Nájera expresa que la materia más noble sobre la cual se puede
escribir es la corteza de un árbol: porque en ella “se ahonda el nombre que se escribió”
(Gutiérrez Nájera 1897: 8), pudiéramos pensar que esta afirmación está relacionada con el
deseo de dejar una huella profunda con sus palabras; sin embargo, también se corresponde
con una clara y notable valoración que en sus obras adquiere la naturaleza, el paisaje, las
plantas y los árboles, más allá de verlos como meros temas artísticos, pues esa valoración lo
mismo se manifiesta en las descripciones, mitos, alegorías, en el léxico que el escritor
recupera, y en las frecuentes asociaciones que establece entre las flores y aquello que valora
o considera bello. En sus poemas, por ejemplo, la mano de la mujer amada “puede encontrar
violetas en la nieve” (Gutiérrez Nájera 1897: 11), la casa deseada es descrita como un lugar
lleno “de pájaros y flores”, en el que “no hay en las salas bronces señoriales/ ni decoran sus
muros los espejos”; en cambio: “la baña el sol, y murmurando pasa/ el viento por los anchos
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corredores” (Gutiérrez Nájera 1897: 16).
Abundantes metáforas y otros recursos literarios empleados en los distintos géneros
que el autor mexicano cultivó involucran una humanización de la naturaleza o una
asimilación entre lo humano y diversas especies botánicas, pero también identificaciones
entre los seres vegetales y otros seres, resemantizando (Zecchetto 2011: 127-128) los signos
del campo léxico de la flora, que se puede identificar en diversos escritos, articulándose como
campo léxico-semántico de variadas maneras en cada texto. En el poema “Para el corpiño”
(Gutiérrez Nájera 1897: 115-117), Manuel Gutiérrez Nájera nos ofrece varios ejemplos de
una flora poético-imaginaria: ahí las campánulas “son campanas que repican/en las nupcias
de las rosas”, las violetas “son luciérnagas dormidas”, y mientras cada mirto es un “herido”,
la gardenia: “es la blanca desposada”, la azucena “es novicia que profesa/ empapada de
rocío”. En “la serenata de Schubert”, otro de sus poemas, descubrimos que un cedro puede
ser “robusto y arrogante” (Gutiérrez Nájera 1897: 127). “En el álbum de una dama”, un
ruiseñor calma su sed en las hojas “de los húmedos jazmines” (Gutiérrez Nájera 1897: 163)
y en “Pax animae”: “El bosque obscuro/ nos arrulla con lánguida armonía” (Gutiérrez Nájera
1897: 167).
En ocasiones, se proyecta sobre el paisaje y la naturaleza una visión religiosa, lo que
constituye el medio para presentar especies de la flora como análogas a sujetos o elementos
vinculados a la religión, es el caso del poema “Las almas huérfanas”, donde se hace referencia
a una “mística palma” (Gutiérrez Nájera 1897: 170), y en otros poemas se habla del “lirio del
ángel” (Gutiérrez Nájera 1897: 17), de las “almas de las rosas” (Gutiérrez Nájera 1897: 106),
y podemos también encontrar que la naturaleza es vista como diosa, ofreciéndonos una nueva
versión del personaje mítico de la “Madre Naturaleza”, de la que el poeta señala: “Tú no
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cambias, ni mudas, ni envejeces/ en ti se encuentra la virtud perdida” (Gutiérrez Nájera 1897:
14). Palabras con las que el escritor ubica la recuperación de la virtud en la Naturaleza, a la
que atribuye la permanencia, una juventud perpetua y una inmutabilidad, semejantes a las de
una potencia divina: Diosa naturaleza (Mircea Eliade 1981) que en las antiguas tradiciones
fuera concebida como fuerza cósmica y arquetipo de la fertilidad, capaz de intervenir en el
curso de la historia, figura que señalaba la pervivencia de un antiguo culto, previo al
establecimiento de las deidades masculinas, y que fue constantemente recuperada como
tópico literario (Carolyn Merchant 1980), en ocasiones ya desacralizada o representada como
figura meramente alegórica (en el “Prólogo” a la Tragicomedia de Calixto y Melibea de
Fernando de Rojas figura ya el tema de la naturaleza como “madre de todo”, que se vincularía
a diversas tópicas literarias, entre otras a la del locus amoenus. Sobre el último punto se puede
consultar la obra de Ernest Robert Curtius 1981).
En una de sus crónicas teatrales, titulada “Rosa Palacios”1, Manuel Gutiérrez Nájera
toma libremente diversas tradiciones de las literaturas greco-latinas, para ofrecernos el origen
mitológico de las rosas, en una enumeración recreativa de autores clásicos a los que remite
como autoridades en la materia, recuperando tópicas (Curtius) de muy antiguos antecedentes,
pero también adelantándose al recurso que empleara con frecuencia Jorge Luis Borges, al
construir una literatura dominantemente intertextual, que no sólo se atreve a señalar sus
1
En 1887, en el Teatro Nacional de la ciudad de México se presentó la soprano Rosa Palacios,
la fecha de la crónica es la de ese año justamente. En el Anecdotario musical de Víctor
Manuel Corona Audetatt, se señala: “la distinguida en cuestión se unió a la primera Orquesta
Típica de Curti el jueves 6 de noviembre de aquel 1884 y recibía del público el mote de la
Calandria del Anáhuac. Para algunos soprano, para otros mezzosoprano, el caso es que Rosa
Palacios con la susodicha Orquesta colocó muy en alto -en México y en los Estados Unidos
de América- el nombre de nuestra nación y el prestigio del propio Conservatorio, donde había
sido alumna y becaria.” (Víctor Manuel Corona Audetatt 2004: 46).
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fuentes, también prueba a inventarlas. Así, en esa crónica cuyo subtítulo es “Leyendas de la
rosa”, Manuel Gutiérrez Nájera nos proporciona datos precisos y veraces, junto a otros que
son inexactos o derivan de una libre fabulación, mimetizada con el alarde erudito de
referencias a la Teogonía de Hesíodo, el Epitafio de Adonis de Bion de Esmirna, las odas de
Anacreonte, los Idilios de Mosco de Siracusa, el “Himno a Afrodita” de Safo, obras de Ovidio
y una narración atribuida a Aspasia de Mileto. El escritor mexicano inicia del siguiente modo:
Refiere Hesíodo que cuando Venus brotó del seno de los mares, la tierra creó la rosa,
como única flor digna de coronar a la nueva divinidad. Anacreonte cuenta lo mismo,
pero agrega que la rosa era tan blanca como el cutis de Afrodita, y que conservó su
blancura hasta el día en que una gota de vino, derramado por la copa de Baco, le dio
su color bermejo.
Bion de Esmirna, discrepando un tanto de las opiniones de su maestro, narra las cosas
de esta suerte: Venus, coronada de rosa blancas y sin perfume, asistía al banquete de
los dioses. Traveseaba entre éstos el Amor, y […] volcó con la punta de sus alas la
copa de Júpiter. Una gota del néctar que contenía ésta cayó sobre la corona de Venus;
las rosas blancas se ruborizaron, y desde entonces tiene el suave perfume del pudor.
(Gutiérrez Nájera 2003: 316)
La libre fabulación que Gutiérrez Nájera pone en práctica en este pasaje involucra:
atribuir un detalle a un autor, cuando sabe que ese detalle proviene de otro, pues no es
Hesíodo sino Anacreonte (Anacreonte “Oda LI” 1832: 167 y ss) quien señala que la rosa y
el rosal se originan con el nacimiento de Venus y es también él -y no Bion de Esmirna- quien
hace referencia a un festín en el que se encuentran Eros y Afrodita, vinculando además, el
rojo y el pudor. En cambio, en el primero de los Idilios de Bion de Esmirna (En castellano se
puede consultar: Joseph Antonio Conde 1796) se refiere que las “flores de dolor enrojecen”
cuando muere Adonis; y no por efecto de haberse ruborizado por una gota derramada del
néctar de la copa de Júpiter. Sin embargo, podemos estar ciertos que el poeta conocía los
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textos clásicos a los que refiere2, pues, en otras partes de la misma crónica, cita en castellano
o parafrasea enunciados que de ellos provienen, sin indicar la fuente y sin emplear comillas.
Manuel Gutiérrez Nájera también se atreve a establecer relaciones que no existieron
entre escritores, por ejemplo: el supuesto nexo de alumno-maestro, entre Anacreonte y Bion
de Esmirna, históricamente separados por siglos.
Es en los Idilios de Mosco de Siracusa (Mosco de Siracusa “Idilio II”, se puede
consultar en español Joseph Antonio Conde 1796: 151 y ss.), donde se canta la muerte de
Bion de Esmirna, maestro de Mosco de Siracusa, y las compañeras de Europa se complacen
con las rosas y el ruido de las olas, en medio de ellas se encuentra su reina recogiendo la rosa
purpura. El escritor mexicano, sin embargo, asegura:
El poeta Mosco dice que la rosa cayó del seno de la Aurora, cuando ésta retozaba
con el joven Titón. Safo dice que nació de una gota de la sangre de Venus. Ovidio,
en su Arte de amar, da a la rosa un origen parecido. Según éste, cuando Venus,
llamada por las voces angustiosas de Adonis, que perecía devorado por un jabalí,
llegó al lugar de la tragedia […] En memoria de su amor hizo que de la sangre de
Adonis brotara un verdadero manto de rosas escarlatas.
Más poética es todavía la historia que nos refiere Aspasia. Rodanta- dice-, la
más hermosa y más casta de las corintias, se refugió en el templo de Diana para
sustraerse a la admiración de los hombres; pero sus amantes, que eran muchos,
tuvieron la audacia de perseguirla. Rodanta, amedrentada, dio voces de socorro,
llamando al pueblo; llegó éste, y sorprendido al contemplar los hechizos
incomparables de la joven, derribó la estatua de Diana y puso a la hermosa corintia
sobre el pedestal, proclamándola diosa del templo. Diana entonces convirtió a
Rodanta en la flor que lleva su nombre, porque ródon, en griego, significa rosa […]
En las medallas antiguas, la ciudad de Corinto está representada por una hetera
coronada de rosas. (Ibídem)
2
Marcelino Menéndez Pelayo indica claramente que desde 1868 existía una versión en
castellano en México, realizada por Ignacio Montes de Oca y Obregón, de la obra de Bion
de Esmirna: “… Idilios de Bion, que por primera vez publicó en Guanajuato en 1868…”
(Menéndez Pelayo 1927: V); además, la obra de Anacreonte, Safo y Tirteo, había sido
traducida del griego por José Catillo y Ayensa, versión en prosa y en verso que fue publicada
en 1832, en Madrid, por la Imprenta de la Real Academia Española. A lo anterior se añade
la valiosa información que Ramiro González Delgado ofrece en su trabajo (Ramiro González
Delgado 2005: 175-195).
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Para Manuel Gutiérrez Nájera, la imaginación creativa puede involucrar también:
señalar una obra, cuando en realidad se trata de otra del mismo autor a la que debiera aludir,
ya que es en Las metamorfosis, y no en su Arte de amar, donde Ovidio refiere la muerte de
Adonis, dato intencionalmente equivoco, ya que el escritor podía estar seguro que Las
metamorfosis era un texto bastante difundido en la época3 como para que un receptor atento
pudiera notar el “guiño” involucrado en el “error”. Más audaz se muestra al inventar la
anécdota que atribuye a determinada “autoridad”, para crear una mitología y una literatura
apócrifas, todo lo cual contribuye a que su escrito incorpore lo lúdico y lo humorístico, y se
le otorgue prioridad a la imaginación por encima de la erudición; a la fabulación por encima
del dato objetivo, exacto y veraz; para preferir la reinvención de la historia, la leyenda y el
mito; a la información despojada de la perspectiva subjetiva de quien la ofrece.
En las siguientes líneas de esa misma crónica, el escritor mexicano continúa en su
elogio a la rosa, alimentando el origen mitológico de la flor con otros datos que se integran
en una enumeración que se prolonga dos páginas y que pasa de lo literario, a lo iconográfico,
vinculando distintas manifestaciones artísticas y culturales -como posteriormente sería
constante en la literatura modernista hispanoamericana-, y agrega sobre la rosa lo siguiente:
… el símbolo del himeneo es la figura de un apuesto joven coronado de rosas. Juno,
lo mismo que la musa Erato, ceñía sus sienes con esas frescas flores, y en los templos
3
Son muy numerosas las distintas traducciones y ediciones de esta obra desde la Edad
Media, algunas incluso ilustradas. Fátima Díez Platas y Juan M. Monterroso Montero,
señalan diversos aspectos sobre la importancia y difusión de que gozaría esta obra en la
literatura española (Fátima Díez Platas y Juan M. Monterroso Montero 1998: 451-472; Pedro
Henríquez Ureña señala la difusión de las traducción realizadas por Anastasio de Ochoa, de
las obras de Ovidio y otros autores en México: “Él mismo hizo publicar, sin su nombre, su
traducción completa de las Heroidas de Ovidio y sus Poesías, entre las cuales hay otra
versión de la heroida Ariadma á Teseo, junto con las versiones del Lutrín de Boileau, de las
Elegías latinas del P. Remond y de las poesía ó fragmentos de Horacio, Ovidio (de Las
Metamorfosis), Alciato, Petrarca, Camoes y Bertin.” (Pedro Henríquez Ureña 1985: 50-51).
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[…] las rosas eran siempre preferidas.
Yo, sin embargo, a todas las leyendas que he citado acerca del origen de la rosa,
prefiero la que trae un poeta anónimo de la Antología. Cuenta éste que... (Gutiérrez
Nájera 2003: 317)
La historia que Manuel Gutiérrez Nájera construye luego con sus palabras,
protagonizada por Céfiro y Flora-Cloris, y que atribuye a un autor anónimo de una imprecisa
Antología, no excluye lo poético y vuelve a hacer manifiesta la importancia que el autor le
otorga a la naturaleza, y a algunos otros de los fenómenos textuales a los que antes nos hemos
referido:
Céfiro, enamorado de la diosa Flora, luchaba en vano por obtener sus favores.
Inútiles eran las metamorfosis a que recurría, ya convirtiéndose en susurrante brisa
que la rodeaba de perfumes; ya apareciendo en la forma de gentil poeta […]; ya
trocado en voluble y deslumbradora mariposa que iba a posarse en la cabellera de
Flora. La diosa permaneció insensible, hasta que un día Céfiro apareció a su vista
convertido en un espléndido rosal. Flora, cautivada por el encanto de aquellas flores
jamás vistas, corto una, respiró su aroma, y el filtro del amor cayó en su alma.
(Ibídem)
Sabemos que las nuevas versiones de las tradiciones mitológicas clásicas no eran algo
nuevo en la época del poeta, ni lo habían sido anteriormente, pues la literatura barroca había
hecho alarde de ello: Quevedo, Góngora, Juana Inés de la Cruz, emplearon abundantes
referencias, alusiones y nuevas versiones, de diversos mitos clásicos; y en otras lenguas o
períodos, el mismo recurso fue utilizado con frecuencia, es así que Shakespeare nos ofrece
célebres ejemplos, como su poema Venus and Adonis; Hölderlin, por su parte, amaba a las
Parcas, y en los poemas de Baudelaire hay referencias a Hermes, Proserpina, Artemisa, etc.
El relato mitológico sobre Céfiro y Flora-Cloris, que aborda Gutiérrez Nájera, había
sido recuperado y “reinventado” antes, en la literatura y la plástica, así como en otras
manifestaciones artísticas, por creadores tan célebres como Botticelli y Juan Meléndez
Valdés, quien le había dedicado a estos dos personajes mitológicos su “Silva II”. Por su parte,
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Charles-Louis Didelot los había llevado al ballet, Piccinini había hecho aparecer a Flora en
la ópera y Jean-Philippe Rameau le había dedicado una ópera a Céfiro; antes, Mozart había
introducido a Céfiro en un entreacto titulado Apollo et Hyacinthus seu Hyacinthi
metamorphosis (Apolo y Jacinto o la metamorfosis de Jacinto); sin embargo, en su versión,
Manuel Gutiérrez Nájera ha transformado la violenta posesión de la amada; en un paciente
cortejo, para ofrecernos también una caracterización muy distinta de Flora-Cloris, quien no
es ya la joven convertida en diosa, como “compensación” arrepentida por parte de quien la
hiciera víctima de su violencia sexual: el poderoso Céfiro, cuyo deseo mudable fue luego
orientado a otros personajes. Aquí, en el texto de Manuel Gutiérrez Nájera, Flora-Cloris se
nos presenta como una potencia igual a quien la corteja, y aunque insensible a la poesía, es
seducida por la naturaleza y ama a quien afortunadamente se ha esforzado por ganar su afecto,
demostrando también su ingenio, al crear el rosal para seducirla. Así, en esta nueva versión,
la creación de la rosa es atribuida a una potencia del viento, sin que la flor pierda del todo
esa relación que tuvo en la antigüedad con la diosa del amor, pues el perfume del rosal es
identificado con un filtro amoroso, al mismo tiempo que se le asocia a una figura masculina,
como en los versos de Théophile Gautier, a los que había puesto música Hector Berlioz en
1841, y que inspirarían en 1911 el célebre ballet: Le Spectre de la Rose (El espectro de la
rosa); aunque sabemos que ya los clásicos habían relacionado la rosa roja con Adonis,
asociando la rosa, al personaje masculino en el momento de su muerte.
Cuatro años después de que se publicara esta crónica de Manuel Gutiérrez Nájera,
entre 1891 y 1892, Juan Pérez de Guzmán, editaría una extensa antología titulada Cancionero
de la rosa (Pérez de Guzmán 1892), en la que reunía, a lo largo de dos tomos y más de mil
páginas, una multitud de poemas dedicados a la rosa, escritos por más de doscientos autores,
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y en esa obra (monumental inventario) no se hallará el “anónimo” que señala preferir el poeta
mexicano, ni la singular crónica teatral dedicada al elogio de la rosa, en la que lo mitológico
y lo contemporáneo al escritor modernista se enlazan finalmente, mediante la referencia a la
cantante Rosa Palacios, transformada en encarnación moderna de Rodanta.
El denominado “orientalismo modernista” también deja huellas en la crónica de
Manuel Gutiérrez Nájera, cuando el autor señala que la rosa ha crecido en el valle de
Cachemira y adornado las sienes de la más bella hurí del paraíso de Mahoma 4, o cuando
afirma que de las hojas de una rosa nació en la India la mujer de Visnú. Nuevamente el
escritor mexicano se toma gran libertad en su reescritura de la tradición, pues Lakshmī (o
Mahalakshmi), diosa de la belleza y de la buena suerte, que encarna a la consorte de Visnú,
-bajo los rasgos de Sita, según el Rāmāyana, y de Draupadi, según Mahâbhârata-, nació de
un océano de leche y era asociada a la flor de loto; y no a la rosa5.
Podemos observar en esta crónica de Manuel Gutiérrez Nájera, que el nombre de la
cantante dispara el pretexto para un juego intelectual de intertextualidades y recreaciones
lúdicas, de tradiciones mitológicas y literarias diversas, por medio de las cuales se rescriben
no sólo las relaciones entre Céfiro y Cloris, exponiendo una reconfiguración del papel del
personaje femenino protagonista de un relato mítico que ha sido recuperado en diversas artes;
En Poemas de adolescencia (1878-1881) de Rubén Darío se incluye un texto titulado “Las
Tres”, donde la primera dama que describe es comparada con una hurí del paraíso de
Mahoma y con una rosa: “… la hurí del paraíso/que en sus ensueños contempló Mahoma
[…] La rosa de esta selva/ que cautiva/ con el perfume/ de su corola.” Darío une el tópico
del denominado “orientalismo” a la referencia a la rosa, a la asimilación o identificación entre
la figura femenina y la flor, y refiere a esa región de “Oriente”, en la que la rosa tiene una
simbología de larga tradición.
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Sin embargo, en algunas tradiciones teosóficas se le compara con Venus o Afrodita y se
relaciona con una flor blanca o rosa.
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también se le otorga a la rosa un espectro semántico-simbólico que la asocia a lo femenino y
a lo masculino, a divinidades tanto greco-latinas como orientales, se le identifica como
emblema, se le mitifica. Es decir, se amplían las connotaciones de la rosa para finalmente
identificarla con la figura femenina, con una en particular, personaje histórico específico: la
cantante mexicana que se transforma en la protagonista del micro-relato con que cierra la
crónica, “la hermosa corintia” en cuyo pecho se oculta un ruiseñor.
En “La misa de las flores”, poema de Gutiérrez Nájera con un epígrafe de Victor
Hugo (dos versos tomados de “Le cheval”/”El caballo”, texto contenido en Les Chansons des
rues et des bois/Las canciones de las calles y de los bosques): el madrigal beberá “en los
lirios vino blanco” y para la copla hay perlas en el musgo, mientras un “gorrión madrugador/
Llama a misa en la parroquia”. Podremos observar a lo largo de todo este poema, la
humanización de las flores y de diversos animales. A esto se añade la identificación, del
mobiliario y del decorado de una iglesia, con variadas especies de la flora, lo que convierte
el espacio ritual del templo, en un jardín florido. Además, mediante los recursos poéticos
utilizados se produce una ficción en la que la naturaleza deja de ser “laica”, se “sacraliza”,
porque el tulipán práctica la oratoria sagrada, en tanto las palomas y las codornices remiendan
las vestiduras clericales, limpian y decoran altares y templo.
Las descripciones que Manuel Gutiérrez Nájera nos ofrece de las aves, en “La misa
de las flores”, guardan puntos claros de contacto con las ilustraciones del caricaturista francés
del siglo XIX, Jean Ignace Isidore Gérard de Grandville, particularmente las que figuran en
sus obras Vie privée et publique des animaux (Vida privada y pública de los animales) y Les
Fleurs Animées (Las flores animadas, ambas de 1867), pues en ellas también encontramos
la humanización de los animales y las flores mediante las actividades que realizan y los
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atuendos que portan. Además, Grandville asimila distintos objetos, animales y seres
humanos, con flores, en otros muchos de sus trabajos: en la obra titulada Les métamorphoses
du jour (Las metamorfosis del día, 1869) del dibujante francés, y más específicamente en la
ilustración que lleva como lema “Concert vocal” (“Concierto vocal”), veremos un conjunto
de aves y cuadrúpedos, dirigidos por un mono, en plena ejecución de su canto. En “Concert
a la vapeur” (“Concierto al vapor”), los propios instrumentos musicales están humanizados.
Por su parte, en su poema, Manuel Gutiérrez Nájera ha descrito un “universo”
imaginario próximo al de las fábulas y cuentos infantiles6, en el que:
Tulipán dirá el sermón; […]
Palomas y codornices,
Con hojitas de azahares
Remiendas sobrepellices
Y componen los altares.
Un pobre topo, el más mandria
Y apocado, barre el coro.
[…] Será el cenzontle, tenor;
Jilguero, primer violín;
Y maestro director
El arrogante clarín.
La pila de agua bendita
Que está en el rincón umbrío,
Es silvestre margarita
Llena de fresco rocío.
El candelabro mayor
Es una hermosa araucaria,
Y aquel altar, siempre en flor,
En su estudio sobre la literatura infantil en algunos cuentos de Rubén Darío y escritos de
José Martí, Italo Tedesco nota que Darío “Resalta la vinculación con el cuento de hadas”, y
para ejemplificar lo señalado agrega que en el cuento que le sirve de ejemplo: "… se alude a
una niña rubia que muy fácilmente hubiera nacido paloma o lirio […] al asomarse a la
ventana las abejas confundían sus labios con una fresca centifolia.” (Italo Tedesco 1998:
241). El mismo estudioso de las obras de Martí y Darío, identifica la estructura del cuento
infantil en poemas como “Sonatina”, texto en el que, además: “se manifiesta la empatía entre
la naturaleza y lo humano, están triste las flores por la flor de la corte”. (Italo Tedesco 1998:
122). Al estudiar la obra de José Martí, Tedesco señalará: “En Versos sencillos José Martí se
vincula con uno de los modos de concebir el poema, propios de los modernistas: el poemacuento.”. (Italo Tedesco 1998: 155).
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Es de santa pasionaria. (Gutiérrez Nájera 1897: 187-188)
Podremos observar en los versos citados que, Manuel Gutiérrez Nájera reactualiza
desde una estética distinta y enfatizando la narrativo sobre lo descriptivo, algunos los
recursos empleados en los bestiarios medievales y del Renacimiento, en los que las especies
zoológicas y vegetales pasaban a ser caracterizadas como arquetipos de ciertos tipos de
conducta, de ciertas actitudes y rasgos morales o se transformaban en símbolos de afectos,
figuras, e incluso conceptos específicos.
Además, al estudiar uno de los cuentos de Amado Nervo, “El ángel caído”, Ramón
Luis Acevedo Marrero realiza una serie de observaciones que resultan aplicables también al
poema de Manuel Gutiérrez Nájera:
El narrador insiste en lo maravillo, pero lo cuadra en un nivel normal y cotidiano que
refuerza mediante situaciones concretas […] no hay aquí sentido alegórico alguno
que destruya el efecto de lo maravilloso puro […] El fino humorismo y la ironía
amable son rasgos muy propios de Nervo que en este caso refuerzan la gracia […]
con que se cuenta la anécdota. (Acevedo Marrero 2002: 115)
Grandville nos ofrece en una de sus ilustraciones (que estaban acompañadas por
breves textos), la imagen del nenúfar representado como una bella joven cuyas ropas de
monja están confeccionadas con hojas y pétalos de la flor, y con los estambres del nenúfar se
conforma un rosario que la flor humanizada sostiene en su mano. En un proceso similar,
Manuel Gutiérrez Nájera identifica una azalea con un monseñor (un obispo o un arzobispo)
y los claveles con monaguillos, en tanto los aretillos tocan cascabeles:
Mil cazoletas de almendro
Perfuman el tabernáculo;
Ya viene con mitra y báculo
Monseñor el rododendro.
Van, los breves aretillos
Repicando cascabeles,
Y detrás, rojos claveles
Vestidos de monaguillos. (Gutiérrez Nájera 1897: 188)
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En esta “Misa de las flores”: las trinitarias hacen el papel de beatas que rezan,
“encarrujados lirios” hacen la función de cirios, cuyas llamas son mirtos, una dalia es priora
y una tórtola es monja que viste sayo y calza sandalias, las jóvenes rosas tienen indevotos
amantes, y el cáliz es una gardenia inmaculada. El poema continuará ofreciendo diversos
ejemplos de esa flora poética imaginaria de la que en las artes visuales se había hecho gala,
en el siglo XIX, pues además de Grandville, otro destacado ilustrador: Walter Crane, había
ofrecido ejemplos memorables de flores humanizadas, luego reunidos en libros ilustrados,
como: A Floral Fantasy in and Old English Garden (Flora fantástica en un viejo jardín
inglés) (Walter Crane 1898), Flora's Feast (Fiesta de Flora) (Walter Crane 1889) , A Masque
of Flowers (Una mascarada de flores) (Walter Crane 1889) y Flowers from Shakespeare
(Flores de Shakespear (Walter Crane 1906), pero también Flower Wedding (La boda de las
flores) (Walter Crane 1905). Estos fenómenos, ya presentes en el romanticismo, tanto en la
literatura, como en las artes visuales, con su notable valoración de la naturaleza y del paisaje,
se verían recuperados y ampliados en el modernismo, a lo largo de todas sus etapas y en un
contexto internacional, dentro de la diversidad de tendencias nacionales modernistas
literarias y plásticas, así como decorativas, sobre todo en las artes aplicadas europeas (Art
Nouveau, Floreali, Jugendstil, Vienna Secession y grupo de Glasgow).
Sobre lo antes señalado es necesario destacar que esa valoración de la naturaleza que
se manifestó de variadas maneras en el modernismo, se relaciona con una reacción ante
ciertas tendencias realistas, desde las cuales se observaba la naturaleza en la época. Por ello,
los especialistas han hecho notar lo siguiente del modernismo:
La decoración floral se alejó del realismo a través de una extrema estilización.
Algunas de las ideas más importantes en este nuevo lirismo vegetal fueron las de
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Eugène Grasser, tal como las expuso en su libro, La plante et ses applications
ornamentales una sensual invasión de lirios, orquídeas y rosas, se manifestó en la
iconografía de la época […] como en los broches de Lalique, asociada o fundida con
la figura femenina… (Lily Litvak 1990: 23)
Los señalamientos sobre esa reacción frente al verismo se repiten en los estudios del
arte y es importante observar los matices que involucraba, pues elementos identificados en
el modernismo como meros “exotismos” adquieren un sentido distinto, cuando consideramos
el contexto teórico-conceptual en que se produjeron, ya que en el caso del arte japonés y su
“influencia” en el modernismo, se trataba de la recuperación de un arte que valoraba la
naturaleza, pero también la estilizaba, la “transformaba”:
El arte japonés respondía a la reacción antirrealista de la época, actitud que a la vez
insistía en basarse en la naturaleza […] Tal como definió Ary Renan, una estética
más libre, un dibujo de rasgo espontáneo, una exuberante fantasía, a la vez que una
lealtad de buena ley para seguir a la naturaleza en sus más rápidas
transformaciones (Lily Litvak 1990: 44)
La exuberante fantasía está aplicada a la representación de la naturaleza que se incluye
en este “jardín maravilloso” de Manuel Gutiérrez Nájera, en el que la flora y la fauna se
humanizan y se asimilan a otras cosas; pero, además, esas humanizaciones de la flora y la
fauna habían tenido funciones específicas en el pasado y estaban ligadas a determinados
fenómenos culturales que tenemos que considerar. Una de sus funciones era, en la cultura
antigua clásica, servir de medio para deificar a la naturaleza, pero también constituyó un
recurso para la fábula filosófica y moral, recurso afín al que este fenómeno cumpliría después
también en diversos cuentos populares maravillosos. De esta segunda función derivaría
aquélla que Grandville utiliza en sus obras: la de hacer crítica de los tipos sociales y
costumbres de su época, entremezclando lo lúdico y la fantasía, con una perspectiva
valorativa que resultaba ser, sólo en apariencia, evasiva del propio contexto social, retratado
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Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
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y cuestionado en sus obras, imaginativa y juguetonamente. El poema de Manuel Gutiérrez
Nájera no es ajeno a esta última modalidad, como permiten vislumbrar los versos citados, en
los que se critica al topo, se considera arrogante al clarín y las jóvenes rosas tienen indevotos
amantes. De las caracterizaciones de las flores y animales no se excluyen indicaciones que
señalan las diferencias de clases sociales, ni de actitudes o labores, observadas desde un
enfoque crítico sutilmente expuesto en los versos.
En otro texto narrativo de prosa narrativa, esta vez una “adaptación” de Manuel
Gutiérrez Nájera, el propio “Emilio Zola”, transformado en narrador, refiere la forma en que
la bella Ninon y él7 salen a buscar fresas al campo. Este texto es, para ser más precisos, una
nueva versión, realizada por Nájera, sobre uno de los Nouveaux contes à Ninon (Nuevos
cuentos para Ninón, 1874), escritos por Émile Zola, se trata de “Les fraises” (“Las fresas”),
segundo de los relatos del libro del escritor francés. El fenómeno de intertextualidadtraducción es señalado de manera explícita en el escrito de Gutiérrez Nájera con las palabras:
“Una mañana -dice Emilio Zola-“(Gutiérrez Nájera 1963: 137).
La breve narración de Zola y la versión castellana de Gutiérrez Nájera constituyen un
divertimento centrado en la descripción y el gozo de la naturaleza, que se relaciona con una
anécdota amorosa. Desde su inicio, el texto se aboca a la descripción de detalles que quedan
connotados por el gozo de vivir: el viento, la lluvia, el campo, los verdes pastos, los
sembradíos de fresas, aspecto que se torna más importante si consideramos, además, lo que
Julio Paredes Castro ha señalado sobre el personaje femenino y el sentido que éste adquiría
7
Zola había publicado: Contes à Ninon (1864) y diez años después publicaría Nouveaux
contes à Ninon (1874). El personaje del cuento es llamada en el idioma original, en
diminutivo “Ninette”.
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en la obra de Zola:
Estas dos colecciones de relatos [cuentos y nuevos cuentos] estaban dedicadas
a una especie de musa y amante ideal ficticia llamada Ninon, criatura
femenina inventada por Émile Zola como la representación de la región de
Provence, territorio de una tranquilidad bucólica […] El autor afirmaba
entonces que, cada vez que escuchaba en su memoria los ecos de Provence
en la voz y la imagen de Ninon, no podía resistirse a enviarle una respuesta
por medio de unos relatos breves y sencillos. A pesar de ser un lugar donde
conoció también la penuria económica, Provence seguiría siendo para Zola, a
lo largo de sus años, la geografía sentimental que contrastaba con la dura
realidad de París… (Gutiérrez Nájera 1963: 137)
Los Nouveaux contes à Ninon habían sido publicados por Zola, después de la edición
de tres obras del célebre ciclo de Les Rougon-Macquart: La Fortune des Rougon (La fortuna
de los Rougon, 1871), La Curée (La jauría, 1872) y Le Ventre de Paris (El vientre de París,
1873), era además su noveno libro publicado y aunque presentado como una continuación
del primer volumen de narraciones que el escritor francés publicó, era posterior a la
formulación sistematizada del naturalismo, que Émile Zola realizaría en la primera novela de
su ciclo de veinte narraciones. Estos datos, en ocasiones desdeñados o ignorados por algunos
investigadores, nos dan cuenta de la diversidad de Zola, pero también de los materiales
intertextuales de los que los modernistas se apropiaron en sus labores creativas, y en lo
particular, de los materiales intertextuales utilizados por Manuel Gutiérrez Nájera, al mismo
tiempo que nos descubren un Zola que no era sólo “naturalista” en un sentido estrictamente
literario; que era “naturalista” también porque amaba la naturaleza de una región específica
de su país.
Si consideramos en detalle las características del original francés y la nueva versión
en castellano de Gutiérrez Nájera, es posible captar diferencias, en el nivel de las palabras y
de ciertas frases, pero la anécdota del relato es la misma y el final es muy similar, aunque
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Gutiérrez Nájera abrevia la descripción y elimina parte del comentario del narrador y
protagonista del relato: “-Allons, prends ta part. Je pris ma part. Je ne sais si la fraise fut
partagée fraternellement. Je ne sais même si je goûtai à la fraise, tant le miel du baiser de
Ninon me parut bon (Émile Zola 1879 : 39). Manuel Gutiérrez Nájera describe: “-¡Vamos!
¡Toma ahora tu parte! Yo mordí la fresa. ¡Ignoro a quién tocó la mayor parte!” (Gutiérrez
Nájera 1963: 138). Lo antes señalado es importante, porque existe otra versión del mismo
cuento en francés, que se localiza en la edición de Eugène Fasquelle (1914) del libro de Zola,
en la que el final del relato es un poco distinto, y aquí las fresas pierden importancia y se
manifiesta otra simplificación que no deja de ofrecer un final sugerente: “Quand nous
cherchâmes les fraises pour les manger, nous nous aperçûmes avec stupeur que nous étions
couchés en plein sur le mouchoir (Émile Zola 1914). La cita nos permite observar que hay
en la versión de Gutiérrez Nájera un elemento ajeno al sentido final que Zola le da a su relato
(en las dos versiones del escritor francés), en la medida en que el escritor mexicano no plantea
dudas sobre si la fresa se dividió “fraternalmente”, ni se limita a indicar la forma en que la
pareja queda “recostada”; plantea la interrogante sobre a quién de los dos miembros de la
pareja le tocó “la mayor parte”, introduciendo el tema de la problemática de la inequidad en
la pareja, al mismo tiempo que el comentario final de la versión castellana resulta también
sugerente, pero de manera menos explícita que la sugerencia establecida en la versión de
Zola de la edición de Eugêne Fasquelle, o que el explícito comentario sobre “la miel del beso
de Ninon” de la versión de 1879, dejando el detalle en la obra en castellano, en lo “no dicho”,
lo “censurado”, los límites o el “alcance” del desenlace del gesto amoroso, y dando pie a una
interpretación más “abierta” o “ambigua”, por parte del lector, que lo mismo puede
interpretar muy pícaramente el desenlace (“…a quién tocó la mayor parte”), que darle una
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interpretación más “ingenua”, o intermedia.
El estudio detallado de otros elementos de la “adaptación” da cuenta de algunas
variantes significativas, pero nos hemos limitado a comparar el desenlace por la
identificación que se produce en él, entre la fresa y el gesto amoroso, lo que también implica
una identificación entre la sexualidad y la naturaleza, el gozo erótico y el placer de los
sentidos, en este caso del gusto, el olfato y el tacto.
Uno de los relatos de Manuel Gutiérrez Nájera, cuyo título es “El viejo”, tiene un
epígrafe que corresponde a los primeros versos de “Au temps d'automne” (“En el tiempo de
otoño”), poema de Armand Silvestre, y nos ofrece personificaciones del invierno y la
primavera. No vamos a detenernos en el estudio de las diversas relaciones que se pueden
establecer entre algunos elementos poéticos desarrollados por Armand Silvestre y otros que
podemos localizar en distintas obras de Manuel Gutiérrez Nájera, sirva de momento sólo
decir que la importancia de la naturaleza en la poesía de Armand Silvestre permite se le
califique como poeta bucólico, y que su obra tuvo influencia en las producciones de varios
modernistas hispanoamericanos (Llopesa 2010), entre ellos el escritor mexicano que nos
ocupa. Y si hemos preferido centrarnos ahora, en algunos aspectos del relato de Gutiérrez
Nájera y en las modalidades del tópico de las alegorías de las estaciones desarrollado en él,
es porque se trata de un motivo que lo mismo figura en diversos textos literarios modernistas,
que en la plástica y la gráfica de la época, donde las personificaciones de las estaciones se
habían vuelto recurrentes, lo mismo que los temas relacionados con la naturaleza y la flora
identificadas con lo femenino, de lo que ofrece ejemplos, ampliamente difundidos, la gráfica
producida en Francia por el artista checo Alfons Mucha.
En el texto de Gutiérrez Nájera, incluido en sus Primeros cuentos, luego de ofrecernos
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Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
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las características de la personificación del invierno, como la de un personaje que porta un
báculo nudoso, barba blanca y retorcida, y que desciende por la vertiente de un volcán,
Gutiérrez Nájera continua con la prosopopeya, mediante la personificación de las flores;
pero, en esta ocasión, el recurso literario adquiere tintes macabros y nos refiere a la práctica
de la guillotina, desprovista de sus implicaciones políticas en el cuento, para ser presentada
como anécdota análoga al destino trágico que separa a las flores del viento (céfiro), durante
el invierno:
Las flores del valle oyen sus pasos, graves, pesados; lo ven bajar y entreabren sus
corolas para que el céfiro las bese, como dos enamorados que se acarician y se
abrazan poco antes de subir las gradas del cadalso. Mañana rosas y claveles dormirán
el sueño de la muerte en un cesto de mimbres, como las cabezas de los pobres novios
dormían juntos sus azules labios en el canasto de la guillotina (Gutiérrez Nájera
1963: 221).
Decadentistas son las imágenes de esas cabezas cortadas de los novios que unen sus
“azules labios” después de la muerte, y parecería que el Invierno encarna la figura del agresor
que sentencia y ejecuta la belleza amorosa de las flores; sin embargo, casi en seguida, y luego
de asimilar al invierno personificado como el Judío Errante, observado por Herodías, el
narrador lo llama “pobre viejo”. Esta será la primera ocasión que en el relato se nos ofrezca
una perspectiva empática hacia el personaje alegórico-mítico que protagoniza la narración, y
que es objeto de diversas analogías que refieren a tradiciones culturales distintas (sobre
Salomé8 y la época del terror en la Francia de la Revolución, por ejemplo).
En seguida, Gutiérrez Nájera continúa refiriendo:
… mientras él durmió, los árboles vistieron trajes de esmeralda y las aves se amaron
8
El personaje de Salomé tuvo un papel importante en la plástica de artistas adscritos al
modernismo en su versión más simbolista, es el caso de Gustav Moreau, Aubry Vicent
Beardsley, Odilon Redon, Franz von Stuck, Leon Herbo, Georges Desvallières, Rogelio de
Egusquiza, Julio Romero de Torres, Roberto Montenegro, etc.
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Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
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[…]. Pero hele allí que viene lentamente, tosiendo y regañando como un viejo
asmático. Las golondrinas vuelan a África, y las rosas cuchichean […]: “¡Ya vamos
a morir: ya viene el viejo!” El agua se hiela de pavor y los ángeles se visten de franela
blanca. (Ibídem)
Los puntos de anclaje espacial presentes en el relato nos remiten a un contexto
europeo, pues las golondrinas vuelan al sur durante el invierno (aquí vuelan a África y no a
Sudamérica). Al mismo tiempo, se manifiesta un imaginario afín al de numerosos artistas
victorianos que lo mismo incorpora antiguos mitos sobre la personificación de la naturaleza,
que elementos de la tradición judeo-cristiana o mitos celtas, presentados desde un enfoque
orientado a familiarizar al público con las figuras fantásticas, en un entorno de lo cotidiano
contemporáneo (la franela blanca que visten los ángeles), pues los personajes de esas
tradiciones religiosas y míticas, sobre todo a los ángeles y las hadas, participan de actividades
que forman parte de la rutina cotidiana del dominio familiar, como ocurre en las ilustraciones
de Arthur Rackham, en las que hay hadas que vuelan papalotes y juegan rondas infantiles.
J. Duchemin (J. Duchemin 1980: 1-15) observa que en la Teogonía se pueden
distinguir dos grandes categorías de personificaciones, una de ellas es la de las abstracciones
personificadas, y la otra está conformada por personificaciones de los elementos. Esta
segunda categoría es vinculada a las religiones arcaicas, como serían el culto de las potencias
naturales y el clima; pero en el cuento de Gutiérrez Nájera, la personificación de una estación
del año, mediante la figura de un anciano, se conecta con las representaciones pictóricas del
barroco en las que el invierno se relacionaba con el personaje de un anciano que se calentaba
al fuego, derivadas de la identificación, aún más antigua, entre las estaciones del año y las
edades del hombre, presentes tanto en la poesía renacentista, como en el barroco, que
recuperó elementos de fuentes greco-latinas y cristianas.
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Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
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La reivindicación del invierno y del anciano serán más evidentes en el relato a medida
que la historia se desarrolle, así, en el siguiente párrafo, a la oposición entre el Invierno y la
Primavera (que involucra juegos antitéticos entre juventud/vejez, lo femenino/lo masculino),
se agregan oposiciones entre rapidez/lentitud, salud/enfermedad, travesuras/daños:
… tardará muchas semanas en llegar hasta nosotros. Siendo viejo y enfermo, no
puede echar a correr como la Primavera que es traviesa. Sus grandes zuecos se
hunden en la nieve del volcán y a cada paso tiene que servirse del bordón, porque
tropieza y está a punto de caer. Por donde pasa, ciérranse las puertas y ventanas
¡Pobre invierno! Los hombres le calumnian. No es perverso. Las flores creen que va
a matarlas y es mentira (Gutiérrez Nájera 1963: 221).
Al conjunto de connotaciones tradicionales que acompañan al invierno, el narrador
agrega “zuecos” y la caracterización del personaje como figura calumniada, para ofrecernos
una versión mítica del invierno, pero también “cristianizada”, y mediada igualmente por el
cuento popular maravilloso, cuando expresa que el Invierno:
Lo que hace es verter en sus corolas un licor de nieve que les produce sueño
profundísimo. En cada una de esas tumbas aparentes, traza con su dedo incoloro la
palabra mágica que puso un ángel en el sepulcro de Jesucristo: Resurrexit. (Ibídem)
El anciano queda entonces relacionado tanto con las figuras alegóricas de la
naturaleza, tan frecuentes en la tradición clásica, como también con la figura del ángel de las
tradiciones judeo-cristianas, aunque presentado en una modalidad específica (como ángel de
la Resurrección).
Las identificaciones entre los seres humanos y la naturaleza se manifiestan en este
texto Gutiérrez Nájera de variadas y numerosas formas, en las que la flora ocupa un lugar
protagonista:
Ya sé que los cedros de los montes van a cubrirse de nieve, figurando gigantes
candelabros de azúcar cadi. Las ramas de los pinos van muy en breve a erguir
cilindros blancos, como velas de esperma que no se encienden todavía. Pero ese traje
blanco de los árboles caerá derretido al primer rayo de la primavera, como cae el
vestido de la novia en la noche solemne de bodas (Gutiérrez Nájera 1963: 221-222).
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Ahora, además de sugerir imágenes características de la iconografía navideña
presentadas desde una perspectiva que integra lo heterogéneo, por la referencia al “azúcar
candi” muy próxima a la referencia a las “velas de esperma”, los árboles son identificados
con una novia, ofreciéndonos una variante del tópico de la mujer-naturaleza, que sería
reiteradamente abordado por los modernistas9 y que es constante en distintos escritos de
Manuel Gutiérrez Nájera. Esa mujer-naturaleza aparece además en un contexto que refiere a
lo erótico (la novia desnuda en la noche de bodas).
A lo largo de la narración se irán encadenando otros relatos breves, cada uno de ellos
derivado de lo que el anciano extrae de su morral de viaje, pues como un san Nicolás de las
navidades, el personaje lleva un cargamento de objetos en su bolsa y con cada uno se nos
regala un pequeño cuento; sin embargo, en la parte final, se vuelve a la alegoría de las
estaciones, y encontraremos una nueva personificación de otra estación del año: el otoño,
lograda mediante una sola frase que el narrador dirige a su alocutora ficcionalizada.
Los ejemplos estudiados aquí, en textos representativos de algunos de los diversos
géneros cultivados por Manuel Gutiérrez Nájera, nos han permitido ilustrar, de variadas
formas, la importancia y la valoración particular que en las producciones literarias del escritor
mexicano se les concede a la flora y a la naturaleza. Esta valoración resulta particularmente
significativa, cuando tomamos en cuenta que constituyó en la época, no sólo una
recuperación de las propuestas románticas que había concedido a la naturaleza un alto valor
9
Hemos identificado y en algunos casos analizado este tópico y sus implicaciones, en la obra
de muy diversos autores y artistas plásticos de la época, tanto europeos como
hispanoamericanos, en diversos trabajos ya publicados (cada uno sobre diversos
representantes del modernismo), por lo que no lo trataremos aquí (Vidaurre 2014, 2011 y
2009).
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Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
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algunas veces desde la perspectiva de Schelling (F. W. J. Schelling 1990: 163-210), también
fue una de las modalidades contrarias a las tendencias promovidas por las revoluciones
industriales, el positivismo y su fe en el “progreso” a través de la ciencia y las tecnologías.
Reacción derivada de las condiciones que esas revoluciones tecnológicas habían generado en
la época, particularmente para los artistas y escritores (Bourdieu 2004) y para los países
periféricos al desarrollo industrial, entre ellos los latinoamericanos (Perús 1978), una época
de cuestionamientos y problemáticas no sólo religiosas o seculares, no sólo ideológicas, o
socio-económicas, también “individuales”, como lo ha señalado José Miguel Oviedo, al
iniciar su estudio sobre el Modernismo en Hispanoamérica, porque: “las maravillas de la
técnica no hacían sino mostrar la desnudez y el desamparo espiritual del individuo” (Oviedo
2001: 223).
El mismo José Miguel Oviedo describirá, el movimiento artístico que reaccionó ante
esa sociedad industrial:
… se produce en diversas metrópolis europeas un movimiento estético […] que
reacciona contra el arte imitativo y la utopía maquinista, y plantea una vuelta a las
formas naturales, fluidas, elaboradas con delicadeza, sensualidad y un alto grado de
refinamiento. Las líneas opulentas, sinuosas, ondulantes y sutiles crean una simetría
entre los motivos florales y las formas femeninas […] Este movimiento se llamó Art
Nouveau, para subrayar la “modernidad” (conceptual, ya que no siempre estilística)
de sus formas, y se originó casi simultáneamente en Francia, e Inglaterra, donde
también se llamó “Modern Style” […] adoptó diversos nombres en el resto de los
países europeos donde su influjo se dejó sentir: Jugendstil o Secessionismus […]
Modernismo en Cataluña… (Ibídem)
Oviedo dirá también: “El Art Nouveau es la analogía o metáfora plástica que mejor
puede caracterizar a nuestro modernismo” (Ibídem), observando que hay una serie de puntos
de contacto innegables, entre lo que en realidad son manifestaciones, en artes distintas, de
una misma tendencia general, a la que, podemos observar, no fue ajeno Gutiérrez Nájera, no
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Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
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únicamente porque formaban parte del contexto sociocultural del escritor, también por las
modalidades específicas de inserción social del autor mexicano y de su circunstancia vital,
descrita por Belem Clark de Lara en los siguientes términos:
En ese mundo de oposiciones, entre la religión y la ciencia, entre la tradición y la
modernidad, entre la realidad y el ideal, entre el locus amoenus y la ciudad, entre su
intérieur y la oficina de redacción, Gutiérrez Nájera propuso un camino… (Clark de
Lara 1998: 55)
Locus amoenus que más que fantástico refugio evasionista, constituía una utopía
literario fantástica, que se oponía a la utopía maquinista, y permitía la expresión de valores
en los que la naturaleza, la fantasía y el arte ocupaban un lugar distinto al que las tendencias
dominantes en la sociedad les concedían.
Asimismo, nuestras observaciones nos indica que debemos enfocar desde la
perspectiva de los estudios intertextuales, lo que en el pasado se consideró simple “imitación
de la literatura europea”, y buscar precisar las implicaciones y funciones específicas que las
reinterpretaciones, variantes, e incluso las citas (con comillas o sin ellas) o los homenajes,
“adaptaciones” y “pastiches” de obras de otros autores, adquieren en las obras modernistas,
lo que nos permitiría desprendernos de los prejuicios que ya Gutiérrez Girardot le reprochaba
a muchas de las investigaciones sobre el modernismo hispanoamericano, que descalificaban
o desvaloraban las obras hispanoamericanas, frente a las extranjeras, con base en el supuesto
de que los autores modernistas practicaban una “mera reproducción” de modelos (Gutiérrez
Girardot 1987: 20-30), y nos llevaría a identificar las aportaciones específicas que los autores
latinoamericanos hicieron en el ejercicio de la intertextualidad y las interrelaciones entre las
artes.
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Semiosis, Tercera época, vol. XI, nº. 22, julio-diciembre de 2015, Universidad Veracruzana,
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